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Ver día anteriorDomingo 3 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Jornada laboral y pensiones
L

a discusión internacional de los términos y condiciones para restructurar y reorganizar los sistemas de pensiones en cada país remite –obligadamente lo hacen– a una discusión fundamental. Sí, esta discusión toca los fundamentos. No sólo económicos y, más específicamente, productivos. También –y de manera central– el de las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo. Y con él, el de la vida social. Pero también el de la vida política y –aunque no pareciera– el de la ética.

Cuando Adam Smith (1723-1790) pretende explicar –de manera brillantísima, por cierto– cuáles son los elementos que determinan las mayores facultades productivas del trabajo, acude a la división del trabajo. Un trabajo dividido –asegura– es siempre y en cualquier circunstancia más productivo. ¿Por qué? Por tres razones fundamentales: 1) Simplifica las actividades y, en esa medida, garantiza que se realicen con especialización, destreza y habilidad crecientes; 2) Reduce el tiempo de producción, las más de las veces identificado con el tiempo de trabajo y, en esa medida, producir más bienes en el mismo tiempo; 3) Hace posible una innovación técnica creciente. Pero nuestro brillante escocés poco reflexionó sobre las implicaciones económicas y sociales de la reducción del tiempo de producción, del tiempo laboral. ¿Qué consecuencias? Por ejemplo, ante un nivel dado de la producción, la reducción del tiempo de producción permite –sin duda– reducir la jornada laboral. Incluso, un mayor nivel de producción lo permitiría. Eso depende –justamente– del nivel de incremento de esas facultades productivas.

Y reducir la jornada laboral quiere decir no sólo trabajar menos horas cada día, sino menos días cada año y, consecuentemente. Menos años en la vida. Y dedicar más tiempo a la familia y, con ella, al ocio, a la recreación, al deporte, a la educación, al arte y a la cultura. Incluso a la política. Así de simple. Y siempre sin menoscabo de la eficiencia, la productividad y el bienestar creciente de la población.

Sí, Smith nos sitúa en el núcleo básico del sistema económico que surgió con la Revolución Industrial, el de la Gran Industria tradicional que –entre otras cosas– generó un terrible desempleo, al que se podía y se puede enfrentar con la reducción de la jornada laboral. De ahí, por cierto, el movimiento ludista, el del enfrentamiento ingenuo a la máquina. Ricardo (1772-1823), el brillante londinense, fue menos prolijo –por decirlo así– que Smith en torno a la productividad del trabajo. Y, sin embargo, como nadie en el pensamiento económico, permitió diferenciar los beneficios derivados de la mayor productividad del trabajo, de los que provienen del uso exclusivo de un recurso natural, de sus propiedades originarias. Sí, el de la renta, en su caso diferencial. Por cierto, una visión relativamente restringida de este notable aspecto de su teoría lo condujo a una controvertida idea sobre los llamados rendimientos decrecientes, hoy superada en el terreno teórico. Para Ricardo el nivel de la producción depende de la aplicación unificada de tierra, trabajo y capital. Capital en su concepción, por cierto, es la acumulación de bienes de procesos anteriores (stock) para ser usados en el proceso productivo presente.

De ahí el origen de los tres ingresos ricardianos en los que se resuelve el precio: renta, salario y beneficio. Según se desprende de la llamada controversia del capital –la de los dos Cambridge (Estados Unidos y Reino Unido) en los años sesenta– la Neoclásica llevó a la vulgaridad estas ideas, esa vulgaridad mágica que hoy domina el pensamiento convencional, el del neoliberalismo. Marx (1818-1883) retomó y revolucionó la teoría clásica del valor. Y avanzó a lo que no le perdonan: demostrar que el excedente es trabajo impago, mayor o menor dependiendo del nivel de las capacidad productivas del trabajo social dividido, pero también de la intensidad con la que se realiza un trabajo, del número de trabajadores ocupados en él, del nivel salarial que perciben y, finalmente, de la magnitud de la jornada laboral. Para Marx la jornada laboral se compone de las horas laborales diarias; de los días de trabajo al año; y de los años laborales en una vida. Un alargamiento cotidiano, anual o vital se traduce –sin cambio de condiciones– en un incremento de la tasa de explotación.

Smith y Ricardo reconocerían un incremento del excedente generado, del Producto Neto de los Fisiócratas, aunque éstos sólo lo veían en la explotación de los recursos naturales. Así, si patrones y gobiernos logran modificar los plazos actuales de retiro laboral –como parece que lo van logrando en todo el mundo– ingresaríamos a una nueva etapa de mayor explotación de los trabajadores. Justo cuando más crece la productividad del trabajo ¡Qué contrasentido! Serían necesarios muchos cambios y muy drásticos en el régimen de pensiones para contravenir ese hecho. Sin duda.

NB Sin duda, 2 de octubre no se olvida. Nunca. Nunca.