n sueño recurrente de los invasores bárbaros ha sido, desde hace siglos, quemar libros, destruirlos, desaparecerlos. Apenas hace unos días, un cretino pastor de Nowhere, Florida, estuvo así de provocar un conflicto internacional incontrolable, por su anuncio de que en su próxima barbiquiu quemaría el Corán si se construía una mezquita en el sur de Manhattan. Hazaña a tono con el inminente biblicidio, se supone que benigno: la profecía de que la forma libro devendrá obsoleta y morirá. Gutemberg, punto y aparte.
Hay por suerte bastantes sensatos que saben que no ocurrirá. O en todo caso, que vale la pena luchar para evitarlo. Según Umberto Eco, el libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor. No se puede hacer una cuchara que sea mejor que la cuchara
. Con el explícito título Nadie acabará con los libros, editorial Lumen (2010) tradujo del francés una conversación de Eco con el escritor y buñuelesco guionista de cine Jean Claude Carrière sobre ese objeto frágil, de apariencia deleznable, que tiene la extraña inclinación de permanecer cerca del cerebro y el corazón humanos.
La reflexión de los autores recorre las distintas caras de ese opaco objeto que en ocasiones alcanza la transparencia de un cristal pulido. Algo similar sugiere, muy inspiradamente, la película de animación El secreto de Kells (Tom Moore, 2009), fantasía visual sobre el tesoro nacional de Irlanda, que resulta ser un libro, Iona, o de Kells
. El volumen, de belleza indescriptible, consiste en ilustraciones barrocas y sicodélicas de inspiración cristiana pero con una inusual libertad de imaginación y colorido. El filme narra cómo Iona fue creado por monjes audaces a través de un cristal algo mágico, y su heroico salvamento de las hordas vikingas que todo lo quemaban sin dejar libro sobre libro.
Si México fuera un país más consciente de sí, tendría por tesoros nacionales los Códices mal llamados Borgia o la poesía de Juan de Asbaje. Ambos se salvaron de milagro. Los primeros de la fiebre incendiaria de los misioneros, que derruyeron los amoxalli y levantaron grandes piras con las escrituras paganas, causando un daño definitivo a la integridad de nuestra memoria nacional. La obra de Sor Juana burló machismo, Inquisición, inundaciones y grilla apostólica romana. Al México producto de una violación sexual habría que añadirle los autos de fe.
En Farenheit 451 (1954) de Ray Bradbury, memorable ficción sobre el impulso brutal por destruir libros, una sociedad futura, higiénica y obediente, decide erradicar los libros, semillas de la duda, la melancolía y el pesimismo. La película homónima de François Truffaut (1966) fue de esas que envejecen demasiado pronto, pero ahora es intemporal, de gran simbolismo y muy divertida. La idea es conmovedora: los defensores del libro forman comunidades en resistencia donde cada quien memoriza uno; allí se entrecruzan en sus caminatas Madame Bovary y Ana Karenina. Truffaut y Bradbury no anticiparon la posibilidad inalámbrica: teléfonos móviles, localizadores, Internet, pero aciertan en las omnipresentes pantallas de televisión controlada, en la que todos son familia
. El bombero Montag hace piras con libros, es su trabajo legal. Se enamora de una Adelita de los libros (Julie Christie), cambia de bando y decide salvar a MacLuhan, Sartre, Aristóteles, Hamlet y Cahiers du Cinema.
Volviendo a Eco, el futuro no es una profesión
. La característica de los profetas, los verdaderos y los falsos, es que se equivocan siempre
. En su intercambio con Carrière, el semiólogo y novelista expresa preocupación por la completa desaparición del presente
. La esperanza de vida de nuestros abuelos era más corta, pero ellos se colocaban en un presente inmutable
. Antes, la humanidad se jubilaba epistemológicamente a los 18 o 20 años de edad
. Ahora, devorados por un devenir fragmentado, se nos condena a ser eternos estudiantes
.
¿Quién garantiza que las nuevas formas de memoria y almacenamiento son fiables? Un apagón y bum. Rápidamente son borradas por el éter de la siguiente tecnología que ya no lee la anterior. ¿Qué sería de la civilización en manos del olvido instantáneo de Twitter?
Aliado del recuerdo, la lengua, el pensamiento y la imaginación, el libro es en sí una experiencia. Objeto sólido y tangible, aguantador, portátil, no siempre popular (más bien impopular la mayor parte de los milenios, incluyendo la relativa bonanza de cinco siglos de imprenta). El alegato de Eco y Carrière es sobrio, borgeano, pedante, pueril, erudito y naif. Abarca la lectura, la escritura, la bibliofilia, la verdad, la mentira, la memoria, el perverso placer de las páginas, de habitarnos allí. Eco insiste: Existen técnicas que no cambian, el libro por ejemplo. Podríamos añadir la bicicleta, las gafas, por no hablar de la escritura alfabética. Una vez alcanzada la perfección, es imposible superarla
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