entro y fuera de Brasil hay quienes afirman que en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales compiten candidatos que, en definitiva, en las cuestiones de fondo se diferencian muy poco. El antecesor de Lula, Fernando Henrique Cardoso, presume de haber sido el creador de la estrategia modernizadora, el tronco madre de la política que con éxito inesperado y no sin resquebrajaduras en su propia formación aclimató el presidente saliente. El mismo José Serra en campaña ha tratado de mimetizarse con Lula para no verse demasiado confrontado con el político más popular de la política brasileña. ¿Simple oportunismo? Tal vez. Pero el caso es convencer al electorado de que los viejos antagonismos entre izquierda y derecha se han esfumado del mapa político democrático, de modo que habiendo sólo un curso de acción posible, la competencia por la presidencia se dirima en un plano más superficial, a partir de las minucias fijadas por la mercadotecnia o en virtud del atractivo
personal de los candidatos en pugna.
Pero esta visión no sólo deja de lado aspectos sustantivos del lulismo, como lo es sin duda su preferencia por los más pobres como fundamento de la remodelación de la economía, sino que elude el hecho central de que para avanzar se han tenido que vencer las duras resistencias de varios de los grandes poderes fácticos, comenzando por la prensa a la que con propiedad se refirió Lula en su respuesta a Carmen Lira. Son estos sectores los que se han lanzado a frenar el ascenso vertiginoso de Dilma Rousseff y, se dice, los responsables de que ésta no hubiera alcanzado la mayoría absoluta durante la primera vuelta.
El asunto es revelador porque nos muestra, una vez más, la naturaleza inevitablemente política, parcial, interesada de aquellos que en todo momento se presentan como los depositarios de la libertad de expresión y, en verdad, no pretenden otra cosa que dictar la agenda pública de conformidad con sus intereses particulares. No hay, nos dice Arturo Cano desde Brasil, un solo medio de importancia que pueda calificarse como neutral hacia el presidente: todos lo combaten por acción o por omisión, pero el tono se ha encendido en las últimas semanas para restarle puntos a la candidata Rousseff. Y es aquí, previsible, donde hace su entrada triunfal la inevitable convidada de piedra del más rancio conservadurismo latinoamericano: la jerarquía católica, empeñada en desacreditar a Dilma como una atea
, partidaria del aborto y otras calificaciones halladas, seguramente, en los sótanos de las policías que durante los años de dictadura reprimieron a la resistencia democrática.
Ha sido tal la intensidad de los ataques provenientes del clero que Arlete Sampaio en un artículo reproducido por Carta Maior afirma que la segunda vuelta puede convertirse en una batalla entre la iluminación y el oscurantismo
, a juzgar por la guerra envenenada lanzada para frenar a Rousseff por los grupos más reaccionarios. De nuevo, dice, entramos en el siglo XVIII
.
En lugar de discutir los grandes temas planteados en esta coyuntura –la reforma política, las cuestiones ambientales y el desarrollo del país– se busca exacerbar el sentimiento religioso de la población en un afán desesperado por hacer de los comicios un plebiscito descalificador del programa cuya prosecución ha prometido Dilma. Al respecto, muy ilustrativo y aleccionador, resulta el vigoroso testimonio de Frei Betto, bien conocido en el mundo por su compromiso crítico con las causas de los pobres en Brasil, en torno a la extraña polémica promovida por la derecha para desdibujar el aprecio a la candidata del PT. Cito sólo algunos pasajes que hablan por sí mismos:
“Conozco a Dilma Rousseff desde niño. Éramos vecinos en la calle Major Lopes, en Belo Horizonte. Ella y mi hermana Teresa fueron amigas de adolescentes.
“Años después Dilma y yo nos encontramos en la cárcel Tiradentes, en Sao Paulo. Ella en el ala femenina y yo en la masculina, con la ventaja de que yo, como religioso, obtenía permiso los domingos para monitorear la celebración litúrgica en la Torre, como se le conocía al espacio donde estaban las presas políticas… Alumna de un colegio religioso en su juventud, dirigido por religiosas de Sión, Dilma, en la cárcel, participaba activamente en las oraciones y comentarios del Evangelio. No tenía nada de ‘marxista atea’… En el 2003 tuve un tercer encuentro con Dilma, en Brasilia, durante los dos años en que participé del gobierno de Lula.
“Por esa nuestra amistad puedo asegurar que no pasa de campaña difamatoria –incluso diría terrorista– acusar a Dilma Rousseff de ‘abortista’ o contraria a los principios evangélicos. Si algún que otro obispo critica a Dilma es bueno recordar que, por ser obispo, ningún hombre es santo.
“Dilma, al igual que Lula, es persona de fe cristiana, formada en la Iglesia católica. En la línea de lo que recomienda Jesús, ella y Lula no andan propalando por ahí, como fariseos, sus convicciones religiosas. Prefieren comprobar por sus actitudes que ‘el árbol se conoce por sus frutos’, como señala el Evangelio. Y es en la coherencia de sus acciones, en la ética de sus procedimientos políticos, en la dedicación al pueblo brasileño, donde políticos como Dilma y Lula dan testimonio de la fe que profesan.”
La carrera por la presidencia brasileña ha entrado en la fase final, decisiva. El resultado depende ahora de lo que decidan los votantes que apoyaron a Marina Silva en la primera vuelta, pero la coyuntura puso a prueba la naturaleza no democrática de los poderes fácticos que usan la normalidad
como tapadera de sus privilegios y suelen estallar preventivamente
en cuanto perciben la menor amenaza a su dominio intemporal, casi divino. Finalmente, la derecha jamás olvida…