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Ver día anteriorJueves 14 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los costos de la no-decisión
A

principios de los años sesenta dos politólogos estadunidenses, Peter Bachrach y Morton Baratz, intentaron desarrollar el concepto de la no-decisión que, según ellos, tendría que completar el repertorio analítico del poder. Consideraban que éste estaría incompleto en tanto no se incluyeran los mecanismos encubiertos de manipulación que están a disposición de los gobernantes en su relación con los ciudadanos. La propuesta de Bachrach y Baratz fue muy criticada, hasta que cayó en el olvido porque se consideró que tenía un valor analítico limitado. Puede ser. Aún así, podemos utilizar la expresión no-decisión para describir los costos de que una decisión no haya sido tomada. Por ejemplo, cuando un empleado le solicita a su jefe vacaciones, y éste no responde de inmediato, duda, titubea, arrastra los pies y no logra decidirse, al menos en apariencia, su no-decisión fue equivalente a la decisión de negar el permiso, o tuvo las mismas consecuencias: el empleado no pudo asistir a la primera comunión de su sobrina en Tampico porque el jefe se tardó mucho en responder, y cuando lo hizo había pasado tanto tiempo que la sobrina ya ni siquiera estaba en estado de gracia, y tenía que volver al confesionario.

Es decir, no tomar una decisión es equivalente a tomar la decisión contraria, y tiene consecuencias tal vez más costosas que las que hubiera acarreado la decisión que se quiso eludir. Si miramos al sexenio de Vicente Fox en la Presidencia hay cientos de ejemplos de no decisiones que tuvieron consecuencias negativas. Por ejemplo, ante los ataques terroristas del 11 de septiembre a las Torres Gemelas en Nueva York, el gobierno mexicano se quedó paralizado. Simplemente no supo reaccionar. Pasaron varios días antes de que se diera a conocer una expresión oficial sobre un acontecimiento histórico. El gobierno de Washington y amplios sectores de la opinión pública estadunidense tomaron muy a mal la falta de reacción de los mexicanos, sus vecinos y dizque amigos, que ante una catástrofe humana de esas dimensiones se mantuvieron silenciosos. En el contexto de entonces, el que no nos hayamos apresurado a expresar nuestra solidaridad y nuestras condolencias era igual a condonar semejante acción criminal. ¡Hubiera sido tan fácil que de manera espontánea y como un acto privado, se organizara una misa en catedral por los desaparecidos en Nueva York el 11 de septiembre, a la cual Marta Sahagún hubiera podido asistir de mantilla y peineta! Y ese gesto, que seguramente hubiera reflejado las simpatías de muchos mexicanos hacia las víctimas de la tragedia, nos habría ahorrado algunos sinsabores con los estadunidenses.

Desafortunadamente, éste no es el único ejemplo en que el gobierno de entonces se vio omiso. Ocurrió cuando las guardias privadas de Ricardo Salinas ocuparon las instalaciones de Canal Cuarenta, y así en otros casos. Lo que perdían de vista los funcionarios de ese gobierno es que su inacción también estaba cargada de consecuencias; y éstas eran todas negativas en la medida en que no eran buscadas, fueron únicamente el resultado de que el gobierno no hiciera nada. Por eso, uno de los dos concesionarios más grandes de televisión se siente con la autoridad de acusar, enjuiciar y hasta calumniar a funcionarios timoratos que no se atreven a poner un alto a su arrogancia.

Estos antecedentes son comparables a la inacción del gobierno ante los problemas de la Compañía Mexicana de Aviación, que, en lugar de haber sido declarada en suspensión de pagos quedó en suspensión de vuelos, con todas las consecuencias negativas que ello ha representado. En este caso uno tiene la sensación de que la destrucción de la aerolínea es una catástrofe que le ha caído del cielo al gobierno, que, con la paciencia del santo Job, el patrono de quienes no toman decisiones, soporta todas las desgracias que acompañan a su no-decisión de salvamento de la empresa. Los funcionarios responsables tendrían que recordar que el gobierno estadunidense jamás ha permitido que una aerolínea deje de volar; ha salvado a todas aquéllas que han estado en problemas, porque la aviación es un tema de seguridad nacional.

La no-decisión del gobierno actual en cuanto a Mexicana de Aviación ha tenido consecuencias muy destructivas, por ejemplo, para el aeropuerto internacional de la ciudad de México, para no mencionar a viajeros frecuentes, hoteles y agencias de viajes. Si los funcionarios de la Secretaría de Comunicaciones tenían planeado concentrar los recursos de la aviación mexicana en una sola empresa, ¿para qué diablos invertir en otro aeropuerto? Pero todo sugiere que cuando tomaron la decisión de no-decidir, no lo hicieron por razones ideológicas, ni porque estuvieran poniendo en práctica una estrategia comercial. Parecería más bien que todo se les vino encima, que no supieron ni por dónde, como tampoco supieron responder a los llamados de atención de los inspectores de los organismos internacionales de control aéreo, como si nunca hubieran oído hablar de la Organización de Aviación Civil Internacional, OACI, de la que México es miembro fundador (1947), y que hubiera podido echarles una manita, así no fuera más que para aprender a tomar decisiones.