Polvo seré, pero polvo enamorado*
aría Zambrano la dulce escritora española se refiere al amor y la muerte en la obra de Picasso con tal profundidad que conmueve: “la muerte, es sin duda, lo que da categoría más alta a todo arte y no hay arte en ella. Mas existen diversas maneras de que la muerte colabore en una obra de arte, las más de las veces se excede y hasta se burla porque ha logrado entrar sin ser notada, ahí en lo más vital, en los bacanales de la vida, en las orgías y aún en la solemnidad; en las que está como espectadora indiferente.
“… en ese terrible instante del consumatum est del amor que se sabe arrojado a la muerte y desfallecimiento en el vicio de la espera, teme, y en lugar de aniquilarse se arroja en una especie de suicidio que vence a la nada... ese instante en que la comunión es posible pues no puede haber comunión sólo en la vida. El amor la logra en su entrega suprema volcándose sobre la muerte, colmando su vacío. Instante máximo del amor y a la par del arte”, y que, por mi parte, agregaría se da en las grandes faenas de los toreros que tan bien captó Picasso.
Y es que la serie de los idilios añade a la historia de las luchas del amor con la muerte algo precioso: el aplacamiento del demonio del amor, el apaciguamiento de la furia erótica que ha encontrado el alma que buscaba; la ternura. La dulzura de la mujer. Esa dulzura que matiza toda la obra de la Zambrano. Alma en calma, expresada por la continuidad de la línea, su quinto movimiento.
“Si, lo representativo de la pintura de Picasso es la instantaneidad de sus cuadros, esa especie de descarga eléctrica que provoca en quien los mira. Es la línea que ha alcanzado la quietud en movimiento. Ha quedado fijado, fijado en línea, el trazo –fuego-sangre– de la pasión, el polvo enamorándose integrado en alma, espejo que ofrece en él contenido”. O sea que el dibujo en su máxima expresión equivalga a la música, o al toreo, como ya formulaba don José Bergamín ¿no es el toreo una geometría?
*(Quevedo)