or lo menos tres periódicos de circulación nacional, entre éstos La Jornada, han citado un estudio de la revista médica británica The Lancet, publicado el lunes pasado. Este estudio, que he leído en extenso, ha llamado la atención mundial porque destaca que el consumo de alcohol es más dañino personal y socialmente que todas las demás drogas (legales e ilegales).
En estos tiempos en que el tabaco se ha vuelto el caballito de batalla de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de los furiosos grupos antitabaco, el artículo de la revista británica obliga a desviar el foco de atención de quienes, autoritaria y sesgadamente, se asumen como responsables y tutores de la salud de los seres humanos buscando por todos los medios, incluidos los irracionales, inhibir el consumo de cigarrillos. Ya se ha destacado en estas páginas que la obesidad causa más enfermedades y muerte, y que cuesta más al sector salud que el tabaco. Pero todavía hay algo peor y que no se ve como un peligro de salud y social o, si se prefiere, que no se ve con igual o semejante alarma que el cigarro y los alimentos que producen obesidad: el alcohol.
El artículo escrito por David J. Nutt, Leslie A. King y Lawrence D. Phillips no hace consideraciones sobre el número de personas que consumen drogas en el mundo o en el Reino Unido. Tampoco nos dice cuántos se van a morir ni cuántos años de vida perderán por consumir dichas sustancias, que son datos y ardides estadísticos usados por los tabacofóbicos para asustar a la gente. En pocas palabras, los autores no son alarmistas ni moralistas, tampoco pretenden que se prohíba el alcohol ni que se legalicen las ahora drogas ilegales. Dicho de otra manera, no son misioneros ni cruzados de ninguna causa; simplemente nos dan datos reveladores sobre los perjuicios que causan 20 drogas seleccionadas tanto en quienes las usan como en otros que los rodean. Mucho menos nos presentan absurdos criptogramas de bebés prematuros grises entre colillas de cigarro o entre botellas de licor. Son científicos, no diputados ni senadores ni se apellidan Saro, Pérez Padilla, Sansores, Camacho Solís (el médico) o Meza.
Su evaluación se basa en criterios organizados por daños a usuarios y a otros (a quienes les rodean), agrupados por efectos físicos, sicológicos y sociales. Los efectos físicos para los usuarios son mortalidad directa por su consumo (letalidad intrínseca de una droga expresada como proporción de una dosis mortal o de una dosis estándar para adultos) y mortalidad relacionada con su consumo (accidentes de tráfico, cáncer de pulmón, VIH, suicidio); daños específicos (cirrosis, convulsiones, apoplejía, cardiomiopatía, úlceras estomacales) y daños relacionados (violación, daño autoinfligido, virus de transmisión sanguínea, enfisema). En los sicológicos se consideran la dependencia, el deterioro mental concreto por el consumo y el conectado con éste. En los efectos sociales se incluyen pérdida de cosas tangibles (ingresos económicos, casa, empleo, logros educacionales, libertad por encarcelamiento) y de relaciones (familia y amistades).
Los efectos para los que rodean a los usuarios son físicos y sicológicos (injurias de diversos tipos: violencia, accidentes de tráfico, daño fetal, despilfarro en drogas, transmisión de enfermedades), y sociales, que incluyen el crimen más allá de las leyes sobre el uso de drogas y referido directa o indirectamente al ámbito de la población y no al individual, daño ambiental, adversidades familiares, costos económicos, perjuicios comunitarios y daños internacionales. Largo sería citar lo que se entiende en el artículo por el total de estos daños.
Posteriormente los autores nos presentan una gráfica que nos muestran los puntajes de los daños en conjunto de 20 drogas en orden de mayor a menor peligrosidad para los usuarios y para otros que les rodean (0=no daño, 100=las más dañinas), a saber: alcohol (72), heroína (55), crack cocaína (54), metanfetamina (33), cocaína (27), tabaco (26), anfetamina (23), cannabis (20), ácido gamma-hidroxibutírico, también conocido como GHB o droga de violación (19), benzodiacepinas (15), ketamina (15), metadona (14) y otras menos dañinas para otros, aunque lo sean para los usuarios (LSD, éxtasis, hongos, mefedrona, solventes, etcétera). El alcohol, según se desprende de estos datos, es tres veces más dañino en conjunto (para consumidores y quienes los rodean) que la cocaína, el tabaco y las anfetaminas, y 3.6 veces más nocivo que la mariguana.
En México había, hace tres años, aproximadamente 6 millones de personas que consumían alcohol en exceso y alrededor de 65 por ciento de la población entre 17 y 65 años que ha consumido o consume bebidas alcohólicas de manera habitual. En 2003 Mariestela Monteiro, directora del programa de Tóxicodependencia de la OMS, indicaba que ese año había 200 millones de personas que usaron algún tipo de droga ilegal, mil 500 millones de fumadores y 2 mil millones de consumidores de alcohol. Datos muy reveladores, pienso.
El alcoholismo destruye a la familia, el tabaco no; el alcoholismo favorece accidentes de tráfico, el tabaco no; el alcoholismo provoca ausentismo y bajo rendimiento en el trabajo, el tabaco no. El alcohol incita a riñas y homicidios, el tabaco no. ¿Y qué decir de las violaciones? En Estados Unidos, según la OMS, la mitad de las mujeres violadas se debió al consumo de alcohol. ¿Y qué se hace al respecto, como política de salud? Nada. La moda es el antitabaquismo aunque en el mundo haya más consumidores de alcohol que de tabaco y a pesar de ser una sustancia más peligrosa que éste, tanto para los consumidores como para quienes los rodean.
PD: Debe quedar claro que con esta nota no estoy sugiriendo la prohibición de nada en particular.
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