a secuencia de artículos que escribí con el título de El traidor que necesitamos
generó comentarios a los que doy respuesta, agradeciendo a los lectores el trabajo de enviar esas notas. Dediqué esos artículos a describir la situación de una nación que vivió una problemática con cierta similitud a la nuestra y cómo pudo salir de ella, gracias a la dirección de Roosevelt, un líder que por 13 años dirigió al país, ganándose el cariño de sus conciudadanos. En ellos resalté la importancia que tuvo su gobierno en la recuperación económica, instrumentando exactamente lo contrario de lo que vienen haciendo nuestros ilustres gobernantes.
Al final, afirmé que México requiere hoy un líder así, indicando que no veía a nadie con estas características entre quienes se perfilan como posibles candidatos a dirigir el siguiente gobierno, incluyendo entre ellos a López Obrador; aseguré también que en nuestro país hay hombres capaces para enfrentar este reto, pero que desafortunadamente no tienen posibilidades para llegar a ser candidatos. Ello tuvo dos reacciones: la de quienes solicitaban que diera nombres y la de quienes están convencidos de que esta misión la puede desempeñar López Obrador, pidiéndome las razones para mi afirmación.
Ésta es de carácter personal; surge de experiencias, primero, en la UNAM, donde conocí hombres valiosos, como Javier Barros Sierra y Pablo González Casanova; de ellos aprendí la importancia de la mesura y de los principios éticos como fundamento para cualquier proyecto político. Durante varios años de trabajo en diferentes gobiernos e instituciones conocí a hombres y mujeres valiosos, dedicados a desarrollar los proyectos que tenían encomendados. Aunque no tengo duda de que en el PRI existen personajes corruptos, ellos me mostraron que hay otros, capaces y dispuestos a darlo todo para que nuestro país logre la justicia social y el desarrollo económico que necesita.
Luego tuve la experiencia de entrar en contacto con miembros del PRD, primero desde la sociedad civil, participando en la Alianza Cívica bajo el liderazgo de Sergio Aguayo, a quien considero uno de los hombres más valiosos e íntegros que tiene nuestro país, y después en forma independiente, realizando encuestas y estudios de opinión para ese partido, durante los años en que López Obrador lo dirigió y luego durante el periodo en que Amalia García tuvo esa responsabilidad; al llegar a la presidencia del partido Rosario Robles, con quien me unía la amistad, decidí trabajar en otros campos que me permitían incidir en el desarrollo de México. De nuestra actividad haciendo estudios políticos, no soy yo el que pueda dar una opinión, para ello tanto López Obrador como Amalia estarían mejor calificados. Lo que sí puedo decir es que en ese tiempo conocí también a gente muy valiosa, al igual que a otras arrogantes y carentes de visión. De los personajes del PAN no conozco a nadie que me parezca relevante.
Hoy, mi admiración es para hombres visionarios, recatados en su presencia, comprometidos con el bienestar de las mayorías y el cuidado del patrimonio nacional, con visiones de largo plazo y capacidad de decisión para enfrentar lo inmediato, más orientados a desarrollar proyectos que a buscar posiciones de poder; me gustaría ver como presidente a un hombre como el actual rector de la Universidad, el doctor Narro, sin temor a enfrentarse a los poderosos y al mismo tiempo conciliador y abierto a la discusión de ideas; sé que puede haber muchas otras figuras tan válidas como él; sería sano que ellas fuesen discutidas por la sociedad, sin recurrir a insultos ni descalificaciones, hasta llegar a un consenso, que pudiese generar las simpatías de amplios sectores en torno suyo.
Dirigir un país, siempre complejo por la diversidad de intereses, visiones, creencias y culturas, implica gran habilidad conciliadora y negociadora, como la que permitió la unificación de toda la izquierda mexicana y de grandes sectores de la sociedad en 1988.
En el otoño de 1999 tuve una conversación con López Obrador, quien me solicitó que hiciera una encuesta para medir sus posibilidades como candidato para el gobierno del DF. “Mire, doctor –me comentó en esa ocasión–, yo podría irme a Tabasco a buscar la candidatura para gobernar mi estado, sé que lo puedo ganar, pues allí más de la mitad del estado me quiere y estarían dispuestos hasta a dar la vida por mí, pero sé también que existen muchos otros que me detestan, las cosas están muy polarizadas, lo cual me haría difícil la tarea de gobernar allí”. Unas semanas después le entregué los resultados de la encuesta que me pidió, afirmándole que tenía el camino despejado para ganar en el DF.
Luego de las elecciones de 2000 volví a verlo. En esa oportunidad me invitó a colaborar con él en su gabinete, a lo que le di las gracias, ofreciéndole en cambio mi interés de colaborar con su gobierno desde mi propia organización; varias fueron las razones para declinar su invitación: la primera es que no me interesaban los puestos públicos, luego de una amarga experiencia en la SPP, trabajando con el equipo de Miguel de la Madrid; la segunda era que tenía definido mi propio proyecto, dirigiendo una pequeña organización académica; la tercera era la existencia de algunos de los colaboradores suyos, de quienes tenía una pésima imagen. Él tomó mi respuesta como una ofensa, terminando con ello una relación de varios años.
La imagen que tengo de él es la de un líder social carismático; ello sin embargo no es suficiente para dirigir el país; su capacidad de conciliación es reducida, lo que permite la generación de fracturas en su entorno. Nunca entendí su deslealtad hacia Cuauhtémoc Cárdenas a partir de 2000, ya que fue a su sombra que él pudo hacer su carrera política; al mismo tiempo me ha parecido poco inclinado a escuchar antes de tomar una decisión, su comportamiento tiende a ser autoritario, lo que le ha llevado a tomar decisiones que no comparto. Esta es mi opinión personal, me gustaría estar equivocado.