Sábado 13 de noviembre de 2010, p. a16
El Disquero está de luto. Hace unas horas falleció el compositor polaco Henryk Mikolaj Górecki, a los 76 años. La noticia cayó como balde de agua fría la noche del viernes, cuando ya habíamos cerrado la edición.
Abramos de nuevo la edición: el maestro Gorecki trascendió este 12 de noviembre en la unidad de cardiología del hospital de Katowice, en Polonia.
Su amigo, el también gran compositor polaco Krzystof Penderecki, tuvo un presentimiento el miércoles y se obstinó en visitar a Górecki para bromear con él. Director de orquesta zurdo, le pidió al yacente en cama que a ver cómo le hacía, pero tenía que levantarse para iniciar los ensayos con la orquesta porque en 2013, a manera de festejo por sus 160 años conjuntos, pues en esa fecha ambos cumplirían respectivamente 80, Penderecki dirigiría obras de Górecki.
Górecki es, podemos ponerlo así, un compositor de culto. Su fama se reducía a un disco que se vendió por millones cuando salió: su Tercera Sinfonía, cantada por la soprano Upshaw Down.
El Kronos Quartet le encargó una serie de cuartetos para cuerdas y esos discos también fueron fenómeno de ventas.
Tanto el tema de su Tercera Sinfonía como sus obras que cobraron mayor resonancia en los medios de comunicación masiva, aluden a sus creencias religiosas y su adhesión al proselitismo ideológico del papa polaco, Woytila.
Sin embargo, el poderío de su lenguaje sonoro va más allá de las manipulaciones mediáticas, las malinterpretaciones ideológicas y otros sambenitos.
Existe, por contraste, un parentesco estilístico, una suerte de vasos comunicantes entre Górecki y otros compositores coetáneos y coterráneos: Arvo Pärt, Alfred Schnitke, John Tavener, Sofia Gubauidulina, al grado de que hay un buen número de grabaciones donde se combinan partituras de esos autores.
La profundidad espiritual, la elevación, una capacidad poderosísima de entablar contacto con lo divino (no con lo religioso, con lo divino), es el factor común entre estos autores.
El Disquero ha seguido a pie juntillas su ya extensa discografía, aquí reseñada.
En 1993, quien esto escribe tuvo el privilegio de realizar una entrevista con este autor, quien viajó a Guanajuato para presenciar una interpretación en vivo, a cargo de la Sinfónica de Guanajuato dirigida por John DeMain y con la soprano Dinah Bryant, de su Tercera Sinfonía, como parte del festival Cervantino.
Dijo en ese momento a La Jornada: “Se ha dicho tanto de mi Tercera Sinfonía que no sabría qué decir ya al respecto. Simplemente estoy contento de haberla escrito y como compositor ya la tengo tras de mí. De hecho siempre me ha sido muy difícil hablar de esta obra, porque trabajé mucho tiempo en ella. Me fijé ciertas metas de construcción, que las palabras no pueden definir. Es una construcción muy complicada.
“Ya había escrito treinta obras antes de esta sinfonía, y después escribí otras treinta. Sencillamente se trata de una consecuencia de lo que había escrito antes, un siguiente paso, y un paso anterior a lo que vino después. Y para todo esto utilizo los elementos que en cada momento me son necesarios.
“No hay reglas fijas. De lo que usted me pregunta acerca del uso que hago de la voz humana, pues para mí la voz es simplemente eso, voz. Me gusta mucho escribir para la voz, y no me es necesario considerarla como un instrumento, como lo hacen otros compositores, sino como un instrumento vivo, el más increíble de los instrumentos.
Yo he vivido muchas cosas: mi educación fue muy rara, poco típica, pues todos empiezan a tocar el piano, en casa, a los cinco años de edad, y van a la escuela. Pero mi madre murió cuando yo tenía dos años. La guerra. Aún así, con todo eso, yo estudié cinco años en una muy buena academia de música. No, no diría que soy autodidacta, simplemente que mi educación fue muy poco típica. Cuando empecé a escribir vivía una gran alegría en hacerlo y desde entonces no pensaba demasiado en términos de palabras, de la necesidad de dar explicaciones de una música que es indefinible en palabras.
En las distintas ocasiones en que ha sonado en vivo en México la Tercera Sinfonía de Górecki, la intensidad que reina en la sala es tal que muchos entre el público terminamos bañados en lágrimas.
Cada vez que suena un disco de Górecki en los altavoces, una neblina transparente inunda las estancias y un viento cálido aparece sin que exista propulsor alguno.
Es una música nublada pero sin nubes. Es triste sin nostalgia. Profunda por elevada. Suspendida entre el sístole y el diástole, entre el suspiro y la queja, la musitación y la alabanza.
Una cascada de lágrimas guarda en silencio el alma de un autor de prodigios. Adiós, maestro Górecki.