l concepto de ser enterrado vivo ha sido utilizado en la ficción para imaginar situaciones espeluznantes. Edgar Allan Poe le sacó provecho al tema y, en el cine, son numerosas las películas que lo han planteado como el más extremo peligro del protagonista. Hasta ahora, la más perturbadora había sido la holandesa Spoorlos, conocida por su título en inglés The Vanishing (George Sluizer, 1988) que, sin duda, fue un punto de referencia para los creadores de Sepultado.
El segundo largometraje del español Rodrigo Cortés abre con imágenes evocadoras de la escena climática de Spoorlos: un hombre despierta en la oscuridad total, prende su encendedor y descubre, con horror, encontrarse en un ataúd enterrado bajo tierra. En este caso, no se trata del crimen de un sicópata, sino de una venganza de guerra. Paul Conroy (Ryan Reynolds) es un camionero estadunidense, secuestrado por la resistencia en Irak después del ataque al convoy en que participaba. Sus captores exigen cinco millones de dólares de rescate.
Claustrofóbicos absténgase. Sepultado no ofrece otra perspectiva que el suplicio de Conroy en lo que, armado de un celular, intenta comunicarse con las posibles autoridades que pudieran salvarlo, así también con sus familiares para despedirse. No obstante el personaje cuenta con suficiente señal hasta para hacer llamadas de larga distancia a Estados Unidos (habría qué averiguar cuál es su compañía servidora), su frustración es la de cualquier ser humano enfrentado a un infierno de contestadoras automáticas, conmutadores y llamadas en espera. Menos mal que no se le tortura con un menú de opciones múltiples.
Cortés mismo ha declarado ser atraído por el reto hitchcockiano de limitarse a un solo ambiente, sin ofrecer escenas paralelas en el exterior que pudieran servir de respiro. Es mérito suyo –y del actor Reynolds– el sostener el interés con crecientes complicaciones según las cuales Conroy pasa por la desesperación, la rabia, la resignación y la histeria. El director y su fotógrafo Eduard Grau han respetado no sólo la concepción del espacio sino de la iluminación. La poca luz que alumbra a Conroy proviene sólo de fuentes específicas, una lámpara de mano y dos barras fosforescentes, además del encendedor y el celular. En atención a ese realismo, la imagen vira al negro total en varios momentos.
El propio director ha declarado que no le interesaba el trasfondo político del premiado guión de Chris Sperling –uno de los pocos estadunidenses en una producción básicamente española– y eso tal vez ha atenuado su potencial. Muchas connotaciones podrían haberse derivado de la metáfora de un ciudadano ordinario, literalmente atrapado en una guerra que no podría resultarle más ajena. Pero el conflicto se trivializa al grado de reducir la postura de la insurgencia iraquí a la voz villanesca de un negociante, de obvio acento hispano.
Aún así, Sepultado evoca con suficiente dramatismo hechos recientes directamente ligados a esa guerra. La angustia de Conroy es similar a la de los cientos de personas que quedaron atrapadas en los pisos superiores de las Torres Gemelas que, condenadas a morir, sólo podían despedirse por un celular de sus seres queridos, o ser atendidas por los servicios de emergencia con voces falsamente tranquilizantes. La burocrática indiferencia con la que los funcionarios, oficiales o privados, responden a las súplicas de Conroy es quizá el detalle más inquietante, en tanto veraz, de la película, más allá de la resolución eficiente de un gimmick narrativo.
Sepultado
(Buried)
D: Rodrigo Cortés/ G: Chris Sparling/ F. en C: Eduard Grau/ M: Victor Reyes/ Ed: Rodrigo Cortés/ Con: Ryan Reynolds y las voces de José Luís García Pérez, Robert Paterson, Stephen Tobolowsky, Samantha Mathis/ P: Versus Entertainment, The Safran Company, Dark Trick Films, Studio 37. España-EU, 2010.