Dominaron totalmente a los alumnos que pudieron enfrentarlos
Viernes 19 de noviembre de 2010, p. 40
Poco más de 25 años después de aquella legendaria disputa en Moscú por el campeonato mundial, de nuevo están juntos. Vidas paralelas, rivalidad casi eterna, Garry Kasparov y Anatoly Karpov volvieron a encontrarse, ahora en México, al conjuro del centenario de la Universidad Nacional para dar una demostración de su talento en este juego de reyes, que es el ajedrez.
Por esta ocasión, en la Sala Nezahualcóyotl no se escuchó a la Orquesta Filarmónica de la UNAM interpretar uno de sus conciertos. Esta vez, se dio paso una exhibición insólita en el recinto, una suerte de danza de alfiles, peones, torres y damas que, en movimientos calculados trataban de acorralar al monarca del adversario hasta darle fin.
A las 18:09 arrancaron las partidas simultáneas que generaron gran expectación entre universitarios, como parte de la primera gran feria de ajedrez. Extraña expectación para observar ocho partidas cuyos resultados son inevitablemente conocidos desde mucho antes que se mueva la primera pieza, aunque el encanto para aquellos apasionados del ajedrez que casi llenan la sala radica en admirar a quienes mueven esas piezas: Kasparov y Karpov.
La historia contemporánea del ajedrez tiene a estos dos genios –que ahora trajo la UNAM a México–, como los máximos exponentes vivos de este ¿juego?, ¿deporte?, ¿ciencia? O todo a la vez. Quienes saben aseguran que sólo son comparables con el legendario José Raúl Capablanca, en los albores del siglo XX, o el máximo exponente estadunidense, Bobby Fischer, fallecido en 2008.
Privilegio sin igual, disputar una partida con el llamado Genio de Baku, el campeón de ajedrez más joven de la historia tras aquel memorable lance en Moscú, 1985, cuando le arrebató el trono a Karpov. Con esa misma agresividad que lo encumbró en los años 80 y lo hizo dominante prácticamente hasta su retiro de las competencias, Kasparov inició sus partidas.
Implacable, desarticuló, en menos de una hora, las defensas que cada uno de sus cuatro adversarios le opusieron, o intentaron oponerle. Se diría que sin piedad fue devorando las piezas oponentes hasta doblegar al rey, o precipitar el retiro del adversario ante tan desproporcionada desigualdad. Tan sólo 39 minutos duró la primera partida.
Tizoc Haro, quien fungirá como árbitro hoy durante el cuadrangular de los cuatro Grandes Maestros que se efectuará en la UNAM, lo definió sin matices: siempre ha sido un sanguinario para atacar en el ajedrez
. Ni como rebatir la definición.
Escaso fue el tiempo, aunque debió parecerles eterno a quienes confrontaron a Kasparov, sabedores de que nunca más volverá esa oportunidad, pero también que nunca olvidarán la experiencia que tuvieron.
Quienes conocen su juego y lo han seguido, definen a Karpov como un ajedrecista más frío, calculador, todo un estratega
, resume Fernando Vázquez, vicepresidente de la Federación Nacional de Ajedrez de México. Quizá por ello, cuando Kasparov ya firmaba los primeros autógrafos, Karpov no liquidaba todavía a ninguno de sus adversarios y aún disputaba sus cuatro partidas en la Sala Nezahualcóyotl.
¿Calculador o complaciente?, lo cierto es que Karpov derrotó a su último adversario, Carlos López, de la Facultad de Contaduría y Administración, en una hora con 40 minutos, toda una proeza cuando se está frente a un Gran Maestro. Sus partidas fueron mucho más prolongadas y disputadas, aunque el resultado ya estaba escrito.
Momentos antes, apenas Kasparov abandonó el escenario, decenas salieron casi frenéticos para formar una larga fila en busca de un autógrafo de ese hombre que es admirado como una leyenda. Lo mismo estudiantes, que doctores... todos aguardaban una firma del Gran Maestro, aunque fuera en un tablero de papel.
Ricardo Stacpule, de 22 años, nacido cuando ya Kasparov y Karpov hacían historia en su cuarta disputa por el campeonato ansía una firma de su ídolo. Karpov es grande, pero Kasparov es genio
, aseguró al tiempo que mostraba el libro que pretendía que le autografiara: Cómo la vida imita al ajedrez. Son las andanzas personales y políticas de este hombre que intentó usar su genio en la política, para enfrentar, sin éxito, a Vladimir Putin.
A saber si consiguió la firma en medio de esa larguísima fila.
Muy cerca de ahí, extasiado por haberla obtenido, Tizoc Haro muestra su logro sin igual: la colección completa de Mis geniales predecesores garabateada con algo que uno puede adivinar, entre esa plasta de tinta, es la firma del autor, Garry Kasparov.