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El poeta chileno, frustrado futbolista y tenista, publica ahora La música del pensamiento

La vida compensó a Hernán Lavín con la escritura: fue un acto de justicia

Escribir me permitió trasponer mis fronteras personales y vencer la timidez, dijo en entrevista

 
Periódico La Jornada
Domingo 5 de diciembre de 2010, p. 7

Para el poeta Hernán Lavín Cerda, de quien acaba de publicarse el libro La música del pensamiento, la escritura es una compensación, un acto de justicia de la vida.

Cuando menos así lo asume en su caso, luego de que sus anhelos de los años mozos, de convertirse primero en futbolista y después en tenista profesional, se vieron frustrados.

No pude cumplir esos sueños de mis juventudes, pero en cambio la vida me reveló la escritura. Fue una especie de compensación, pues también me permitió trasponer mis fronteras personales y vencer la timidez. Quizá uno es artista porque en uno hay una timidez originaria.

Nacido en Chile hace 70 años, pero avecindado desde 1973 en México, adonde llegó exiliado, el también periodista y catedrático universitario cuenta en entrevista que no olvida el día que tuvo su primer encuentro con la literatura, desde el punto de vista de la creación.

Ocurrió en septiembre de 1960, cuando era estudiante de periodismo, carrera que eligió, comenta, con la idea de ayudar al proceso de transformación política y social que se avecinaba en esa época en Chile, y que fue estropeado con la dictadura de Pinochet: Me pidieron de trabajo escolar que hiciera una crónica, y de pronto allí apareció la literatura, sin avisármelo. Hice un texto que no era periodístico, sino más bien poesía. Fue una epifanía que se ha mantenido conmigo. Es por eso que no olvido aquel día, porque la escritura ha estado conmigo desde entonces.

El más reciente libro de Hernán Lavín Cerda, La música del pensamiento, editado por Difusión Cultural UNAM, puede ser descrito como un diario de vivencias recientes del autor, un texto a medio camino entre la confesión y la fabula, la poesía y la filosofía.

Cual sinfonía

Una especie de miscelánea en el que vuelca sus filias, fobias, confesiones, alegrías, silencios, anécdotas, ensueños, pasiones, melancolías, encuentros y desencuentros; sus viajes y aquellos lugares y personajes que lo han marcado de cierta manera. Así aparecen París, Florencia y Roma, lo mismo que Matisse, Julio Cortázar, Marcel Proust y Oscar Wilde, entre otros.

El volumen se divide en tres movimientos, cual si se tratase de una sinfonía, situación que, al igual que el título de la obra, responde a que la música es un arte, experiencia inherente no sólo a la vida humana en todas sus aristas, sino a la de todos los seres vivos, según el autor.

La música está compuesta, entre otros elementos, por ritmo, fraseo y repetición, agrega, y esos son aspectos que también se encuentran en cada uno de nosotros, desde el funcionamiento de nuestro organismo –basta escuchar y sentir el corazón– hasta en las tareas que hacemos.

Todos somos criaturas rítmicas; la misma naturaleza lo es. Mi escritura tiene como punto de partida el ritmo, y éste parte a su vez de la observación de mi respiración y mi ritmo cardiaco. Finalmente, uno termina escribiendo como respira, siendo fiel a las acciones de inhalar y exhalar.

Otro factor por el que el poeta relacionó este libro con el arte sonoro responde a que compara a la página en blanco con un papel pautado, además del hecho de que su madre fue pianista y tuvo por ello una formación musical indirecta.

Pero también directa, ya que él mismo ingresó al conservatorio en Chile para estudiar composición y canto, disciplina esta última a la que se adentró para poder interpretar bolero, género que lo apasiona.