n días pasados la eximia roquera y poeta mayor del punk, Patti Smith, declaró en Madrid que escribe actualmente un libro sobre México, al presentar la edición española de su premiada y atractiva memoria juvenil Just Kids (Ecco Press, 2010). Con el rostro radiante y pleno que le ha dado la edad, una sabiduría que nunca la dejó y una generosidad casi ingenua hacia nuestro país, reveló que fue aquí donde tuvo las experiencias más importantes de su vida (algo que su amplia obra poética y musical jamás había sugerido). Que su gratitud con nuestras tierras y gentes es infinita. Admitió saber que estamos en problemas, pero qué país no lo está, agregó en un alarde de buena voluntad. Se nota que no ha venido últimamente.
Existe una noble tradición literaria de la cultura anglosajona, en particular estadunidense, que consiste en la experiencia existencial México. Nunca suave ni leve, siempre intensa y, con suerte, iluminadora. No es de extrañar, México y Estados Unidos están condenados a conocerse. Nos guste o no, sus historias nacionales son inseparables. Por supuesto que priman ignorancias y malas interpretaciones en el nivel político, mediático, religioso, racial
, legal, turístico, y no pocas veces académico. La incomprensión del norte hacia el sur nuestro suele ser oceánica, pero los escritores siempre hallaron modo para una compenetración afortunada.
Por eso da tristeza que la más reciente aportación de este noble género de México-visto-por-un-gabacho-chido tenga que ser Murder City, de Charles Bowden, uno de los libros más descorazonadores que se podrían haber escrito sobre nuestro país. Su panorama de violencia y vergüenza, que por supuesto incluye a Estados Unidos, retrata con desnuda claridad la crónica diaria de la guerra
en Ciudad Juárez y sus alrededores. Noticias que nadie quiere saber.
Juárez en el culo del mundo. La ciudad más violenta del planeta. La degradación existencial que produce el capitalismo de avanzada. Viejo mito, ritual de paso de otro modo que Tijuana, su repertorio incluye a Benito Juárez on the run, Pancho Villa y el Señor de los cielos. Hoy es símbolo universal de perdición y mala muerte, y no hay campaña turística, gira presidencial o partido de futbol que le limpie la cara y le calme el miedo. Tal es el escenario de Bowden.
No el color arrabalero que halló Stephen Crane, ni la última carcajada de la Cumbancha, como lo fue para Ambrose Bierce y Hart Crane. Un México sin el horizonte social de la meticulosa denuncia de John Kenneth Turner. Tampoco el teatro para la atlética mirada de John Reed, compañero. No abre los paseos sucesivos y prendidos de los beats Jack Kerouac, William Burroughs, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti. Mucho menos el Puerto Vallarta de Tennessee Williams. Ya no la tierra prometida que soñaban todos los Bonnie and Clyde. Vamos, ni el Veracruz reciente de Barry Gifford.
Si bien dentro de la tradicional leyenda negra de la frontera (cuya obra maestra será siempre Touch of Evil, de Orson Welles, 1958, que sucede precisamente entre Juárez y El Paso), fue Bob Dylan hacia 1965 quien perpetró la mejor premonición del malhadado Paso del Norte, aún ante las fundadas sospechas de que nunca estuvo ahí. La canción Just Like Tom Thumb’s Blues sería casi demasiado obvio epígrafe para el reportaje Ciudad del crimen. Pertenece al periodo en que Dylan estaba poseído, a la manera de Rimbaud. Su irrepetible momento de genio en Highway 61 Revisited: Cuando andes perdido en la lluvia en Juárez y sea Pascua también, y te falle la gravedad y la negatividad no te jale bien, no te des aires de nada si vas por la Avenida de la Funeraria. Las mujeres hambrientas que tienen allí harán un desastre de ti
. Luego, la dulce Melinda conduce a su cuarto al extraviado transeúnte y le habla en buen inglés para dejarlo aullando a la Luna.
El Pulgarcito de Dylan se mete en líos, claro. Llega la policía. “Ahora las autoridades sólo rondan, alardeando de cómo chantajearon al sargento a cargo para que abandonara su puesto y levantaron al Ángel, que apenas llegaba de la costa. Tan bien que se veía cuando llegó, al irse estaba hecho un fantasma.” Si así se va a poner la cosa, dice Pulgarcito, mejor me regreso a Nueva York, creo que ya tuve suficiente
.
No puede ignorarse el caso que le ha hecho Hollywood al México maldito, de El tesoro de la Sierra Madre (John Huston, 1948) a Man on Fire (Tony Scott, 2004) y The Missing (Ron Howard, 2004). La fábula nos alcanzó.
Historiadores, reporteros, fotógrafos, novelistas y músicos gabachos han dejado una estela mexicana
en sus trabajos. Casi siempre se agradece. Alan Riding, Pete Hamill y John Ross, por citar sólo reporteros, han escrito apasionadamente su México respectivo. Del último aún no se conoce en México su formidable El Monstruo: pavor y redención en la ciudad de México (Nation Books, 2009, el mismo editor de Bowden, y como él, en ejercicio de las liberadoras armas de la literatura).