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Toros
¿La Fiesta en Paz?

Quito, más coloniaje

C

on motivo del 50 aniversario de la Feria de Quito Jesús del Gran Poder 2010, Francis Wolff, profesor de Filosofía de la Universidad de la Sorbona, defensor internacional de la fiesta brava (de España y Francia) y pregonero en Sevilla este mismo año, dio lectura en la Plaza de Iñaquito (16 mil localidades), después del paseíllo y antes de que saliera el primero de la tarde en la corrida inaugural el pasado lunes, al pregón correspondiente.

Obvio, a mitad del discurso un asoleado público poco conmovido con las reflexiones del catedrático galo empezó a pitar ruidosamente, más que por sus eurocentristas conceptos por lo inoportuno del acto. Sin embargo, hubo cronista ecuahincado que señaló: no es bueno tirar perlas a los cerdos, en fin, qué se le va hacer....

El acto revela los criterios taurinos de las postradas elites de aquellas tierras: un caballero de traje acerca un micrófono a otro caballero de traje (Wolff) que en un español afrancesado lee unas cuartillas y, a su izquierda, un polícromo toro de cartón escucha atento. Detrás de los trajeados unas jóvenes, vestidas como de flamencas, cansadas y aburridas contemplan la escena.

¿No hubo en todo el país un ecuatoriano que, sin costo, reflexionara con sensibilidad, conocimientos, autoestima e inteligencia sobre la fiesta brava en abstracto y el centenario coloniaje taurino de Sudamérica y Ecuador en concreto? Además de importar cada año, desde hace 50, figuras europeas para la dichosa feria, ¿necesitaron importar un pregonero francés teorizante?

“Aficionados quiteños, ¡bonjour! Vengo del extremo del mundo antiguo (sic) a traerles el saludo de la afición francesa”, se arrancó monsieur Francis, y añadió: “Ya soy Ecuador, porque hoy todos los aficionados del mundo somos Ecuador (…) aquí mismo, en el centro de este ruedo, algunos de los mejores toreros del mundo (y un ecuatoriano sin rodaje para sustituir al Fandi, herido en Lima, le faltó decir) harán girar este planeta…

“Si ahora y aquí yo me encuentro en casa –prosiguió Wolff–, es porque cada aficionado se encuentra como en su casa siempre que hay toros bravos y hombres capaces (españoles y algún francés) de crear belleza afrontándolos. ¡Sí! La fiesta de los toros es universal (sin exponentes locales valiosos) y la universalidad de la fiesta está en sus valores propios” (aunque Sudamérica no tenga más valores taurinos que su acomplejada dependencia, evitó subrayar este defensor del colonialismo).