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Toros

Jorge Ramos, Ramitos, en el colmo de la desvergüenza, perdonó la vida a un manso menso

Tras una faena perfecta a un novillo, Castella la abarató con tramposo indulto

Arturo Saldívar gustó en su confirmación de alternativa

Angelino derrochó emotividad

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El francés Sebastián Castella indultó a un toro en la sexta corrida de la temporada grande de la Plaza MéxicoFoto Reuters
 
Periódico La Jornada
Lunes 13 de diciembre de 2010, p. a42

Insólito: Sebastián Castella cuajó anoche dos faenas con un cajón de regalo: la primera se la hizo a Guadalupano, un dócil novillo de Teófilo Gómez; la segunda, al público villamelón, que terminó chillando y flameando pañuelos hasta lograr el indulto, con lo que el taimado artista francés se evitó el riesgo de echar a perder su obra con la espada.

Si la única razón por la que se le perdona la vida a un toro es por su bravura, no se entiende por qué salvó la suya Guadalupano, cárdeno cornichico que dobló las manitas al sentir el acero de la pica en el lomo, y que no peleó porque era manso (y lo sigue siendo, puesto que aún vive). A cambio, embestía con alegría y fijeza, como un perro que persigue estúpidamente una toalla.

Y pese a que era un novillo manso y menso, el juez Jorge Ramos, o simplemente Ramitos, le concedió el indulto y la corrida acabó como una película de Disney, de la que miles de almas ingenuas salieron flotando, como si hubieran visto a la Bella Durmiente despertar gracias al beso del príncipe.

A la sexta función de la temporada invernal 2010-2011 en la México llegaron menos de 10 mil personas, para atestiguar la confirmación de alternativa del aguascalentense Arturo Saldívar, que tuvo un año triunfal como novillero en España y se graduó como matador en Guadalajara hace mes y medio. Castella le cedió a Peregrino, otro menso de don Teofilito, que le permitió al espigado diestro vestido de marfil y oro dibujar hermosos muletazos en redondo por ambos lados, templando y mandando, e incluso emocionando a la gente cuando ligó una serie completa y muy bien rematada.

Era como si hubiera escrito muy buenos versos, aquí y allá, sin llegar a construir el poema, pero cuando empuñó la espada y se fue tras ella cobró un estoconazo y la gente, mayoritariamente, pidió la oreja, que la autoridad otorgó sin más. Qué paradójico: mientras en el biombo despachaba el pobre Ramitos, en primer tendido de sol estaba el juez Miguel Ángel Cardona, a quien Herrerías cesó el año pasado por negarle atinadamente un rabo a Arturo Macías.

Con un terno de helado de pistache y oro, José Luis Angelino ofició como testigo de la confirmación, y en sus dos turnos cubrió los tres tercios proyectando gran emotividad; su segundo enemigo, el único bravo que hubo en toda la tarde, le pegó un maromón porque le adelantó la suerte al saludarlo de capa. Luego, por un error de apreciación, ordenó que se fueran los picadores cuando la res aún necesitaba otra vara, y a partir de ahí se le fue para arriba, frustrando su notoria hambre de triunfo. Ni modo...

Por su parte, para que ya no le digan que a la México llega a tentar vestido de luces, Castella lució ayer un terno blanco bordado con hilos negros, pero volvió a enfrentarse a novillos sin trapío, como de costumbre. Al primero le bordó una magnífica serie de naturales y nada más; al segundo lo despachó sin pena ni gloria, pero a ambos los mató de estocadas tan traseras, que la empuñadora quedó más cerca del rabo que del testuz.

Al séptimo cajón, que inmortalizaría para no volver a hacer el ridículo con el acero, lo recibió con un maravilloso quite de ocho verónicas, casi todas perfectas, y con la muleta lo templó a media altura –pues si le bajaba la mano se le caía– en derechazos y naturales en que la franela se movía a milímetros de los pitones, pero la gran faena, que tenía a la gente de pie y lanzando sombreros como quien le tira salvavidas a las víctimas de un naufragio, se convirtió en una estafa cuando Castella la prolongó con trucos de melodrama barato hasta conseguir el indulto.

¡Qué vergüenza!