trapados en la mediocridad de la política, las acciones, las mentiras, las omisiones y la inexistencia de ideólogos e ideologías conectadas a los grandes problemas nacionales, se elabora la gran comedia nacional.
Vivimos en ejercicio de lo que molestó mucho y se llamó el fin de las ideologías
decretado literariamente hace unas décadas por Milan Kundera. En México pareciera que nos hubieran caído todos los maleficios y éste, que fue un país de historia, elaboraciones y pensamientos, cayó víctima del pensamiento transgénico, casi uniforme, envuelto en un lenguaje común para la ocasión y que permite dormir tranquilos a todos los buenos samaritanos que hacen la política y reman en el aire.
La lucha por el poder sin adjetivos es lo que marca nuestro tiempo. Ya te toca
, dice incluso un lema de campaña de algún partido con colores de clínica dental, que convoca a la parte más oscura de los ciudadanos a que sean parte de este reparto, sintiendo que ganan sin ganar nada.
Sin embargo, este pensamiento mediocre y aparentemente inocuo tiene una raíz poderosa, y existe porque permea todo. De esta manera hasta los discursos más radicales son globos llenos de aire que lucen en la política, pero no afectan a nadie. Hay un origen mediático en el inflado, porque se sabe que sólo atrapa al pensamiento infantil que sigue un globo y en las manos se revienta.
En este país sin ideologías, la derecha como pensamiento desapareció y al leer el texto de un hombre de convicción de derechas, como Luis Paredes, uno de los fundadores del Yunque (Los secretos del Yunque: historia de una conspiración contra el Estado mexicano, Grijalbo, 2009), se conoce cómo la derecha sucumbió también frente al pragmatismo y el poder sin adjetivos. Causa hilaridad cómo a organizaciones doctrinarias como el Yunque, las reglas del poder, la alternancia y la transición mexicana las envolvió también y las hizo pedazos la lucha por las plurinominales dentro del PAN. Luis Paredes denuncia que el Yunque ya desde tiempos de Vicente Fox como presidente se convirtió en una oficina de colocación de empleos y que la organización
, como le llamaban, sufrió las consecuencias de los cambios al pasar del control clerical al empresarial y, desde esa visión, haber conquistado el poder político.
En la izquierda lo paradójico también es que el acercamiento al poder y la conquista de espacios para sí mismos fue lavando y destiñendo no sólo el pensamiento, sino también los actos. Hoy el concepto de pensamiento democrático dominante en la dirección de los partidos que se identifican como representantes de la izquierda es el logro de sus espacios de control, más que las libertades ciudadanas; la izquierda, tanto la social como la electoral, mide el avance o retroceso basada en sus cuotas, prerrogativas, presupuestos, más que en los cambios en la sociedad. Esto no sólo es confusión, sino intereses muy pequeños.
Hoy, uno de los grandes problemas de la izquierda mexicana es lo que se ha dicho en su nombre. Se es de izquierda hasta que se demuestra con hechos. La condición social no define a nadie como de izquierda y tampoco lo cuantitativo, sino las ideas y los actos; la capacidad de unir y avanzar entre las dificultades y las fuerzas en contrario.
Como ejemplo nacional, habría que recordar el movimiento de Francisco Barrio en Chihuahua en 1986, que significó una insurgencia cívica de amplio apoyo popular, pero cuyo contenido y objetivos condujeron a una sociedad más conservadora, más prejuiciosa, regionalista, antintelectual, religiosa, basada en la esperanza
y el liderazgo unipersonal.
La situación actual del país es perfectamente explicable. Las raíces de lo que hoy vivimos están a la vista y se puede saber cuáles fueron las concepciones retorcidas de la llamada transición o alternancia que hace concebir a la ciudadanía el rechazo a la democracia como la causante hoy de muchos de los males. De ese fracaso y manipulación hoy se vive uno de los gobiernos más débiles y desprestigiados ante el país y, sin embargo, a diferencia de cuando la izquierda se enfrentaba como minoría, pero coherente, y era prestigiada, hoy no constituye referente alguno, más allá de sus estructuras clientelares.
En este país no hay culpables de nada. En la política en general la lucha es por responsabilizarse unos a otros de las derrotas. En la izquierda esto es práctica cotidiana, haciendo la diferenciación entre una izquierda social
(buena) contra una izquierda política
(mala).
La clase política –llámese de izquierda, centro o derecha– ha contribuido al desprestigio de la política, siendo que ésta es la gran herramienta para liberar a la sociedad de sus atolladeros, para organizar con fines claros y construir una práctica coherente con lo que se dice. Al considerarse un fin en sí mismas como clase política, busca culpables de todo, como método tramposo.
El resultado es bien sencillo: si nadie es culpable; todos somos culpables y, por tanto, el que diga algo distinto es intolerante.
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