elebro la publicación del libro de Cuauhtémoc Cárdenas, por su contribución a la recuperación de la memoria social de un proceso de cambio que abrió la esperanza para miles de mexicanos y que se ha ido desdibujando, ante el caos en el que nuestro país se encuentra sumido y los intereses mezquinos que a ello han contribuido. El libro que está siendo leído a lo largo del país, luego de su presentación en la reciente feria de Guadalajara, constituye una lectura obligada para quienes deseamos que nuestro país recupere el camino que ha traído perdido desde varias décadas atrás.
Mi interés y atracción por su figura política se remonta a un mitin al que pude asistir en Ciudad Universitaria en los primeros meses de 1988, en la que por primera vez lo escuché hablar ante decenas de miles de estudiantes y profesores universitarios, congregados en la explanada universitaria a un lado del edificio de la rectoría, utilizando un desnivel de piedra que nos permitía observarlo a la distancia.
Su discurso claro y enérgico, leído de un manuscrito en forma pausada, hablaba de un proyecto de nación destinado a superar la crisis que golpeaba al país y que era resultado del enorme acumulamiento de la deuda externa, generado de manera irresponsable durante el gobierno de López Portillo, y de la mediocridad y sumisión del Miguel de la Madrid a los intereses y designios internacionales. Los sismos del 85 estaban recientes y la falta de liderazgo y de respuesta a los reclamos sociales de empleo, de viviendas y de apoyos para la reconstrucción de la ciudad capital se habían constituido en un nuevo agravio a la nación.
La enorme multitud se mantenía silenciosa escuchando a Cuauhtémoc, que planteaba ideas y propuestas englobadas en una visión integral de país, que se antojaba congruente, incluyente y factible; la ausencia de gritos, de consignas y de estridencias, y sobre todo de acarreados, hablaba por sí misma de un cambio en las formas de hacer política a las que el PRI era tan propenso.
Desde entonces y hasta el cierre de su campaña, en el Zócalo, mi entusiasmo fue en aumento, al igual que el de cientos de miles de hombres y mujeres de todas las edades. Cuauhtémoc Cárdenas se había convertido en unos cuantos meses en una gran figura nacional, unificando a las diferentes organizaciones que conformaban la izquierda mexicana, constituyéndose en un fenómeno inesperado para el gobierno, que sabiéndose impopular había dirigido sus estrategias y recursos a dificultar la campaña también en ascenso del candidato del PAN, Manuel Clouthier, mediante conductas abusivas e ilegales como la amenaza a las estaciones de radio que le prestaran atención, pensando que Cárdenas no representaría mayor problema.
Cuando finalmente De la Madrid y su equipo se dieron cuenta de las dimensiones que estaba tomando la candidatura de Cárdenas era demasiado tarde para ellos, la única forma como podrían detenerlo era con la violencia y el fraude electoral masivo; dos de sus colaboradores cercanos fueron asesinados unos días antes de las elecciones, mientras se giraban instrucciones desde la Presidencia de la República y la Secretaría de Gobernación para que brigadas en todo el país robaran y destruyeran los paquetes electorales que fueran necesarios para impedir su triunfo.
La caída del sistema el día de las elecciones y la narración de uno de mis hijos, que ese día había estado en la sierra de Guerrero haciendo un levantamiento topográfico con varios compañeros de la Facultad de Ingeniería, me dieron la pauta de que se habían cometido acciones masivas para modificar los resultados de las elecciones, en esa región y seguramente en otras.
En esos años, luego de haber colaborado como director general de Sistemas y Procesos Electrónicos en la Secretaría de Programación y Presupuesto, yo contaba con la capacidad tecnológica para realizar procesos estadísticos a escala nacional; la llegada a México de las primeras computadoras personales me había permitido construir un sistema de información con el que podía realizar el análisis de los resultados de la elección en unos pocos días, a condición de acceder a los resultados de cada una de las casillas electorales. Las relaciones que tenía en varias oficinas del gobierno me permitieron finalmente obtener una cinta magnética con los resultados de las elecciones contabilizados casilla por casilla, en la misma Secretaría de Gobernación.
Comenzamos a analizar los datos dándonos cuenta de inmediato de las serias alteraciones que tenían en varios miles de casillas, especialmente de los estados de Chiapas, Tabasco, Oaxaca, Guerrero y Veracruz, ya que en ellas el número de votos por el PRI excedía con mucho las listas de electores. Ello nos animó a procesar toda la información y editar un libro, con mapas y gráficas generadas con la computadora, en un tiempo muy corto. Geografía de las elecciones presidenciales de 1988 fue publicado por la Fundación Arturo Rosenblueth, antes de que terminara el periodo de gobierno de Miguel de la Madrid. En él se daba cuenta del triunfo oficial de Salinas
a partir de los datos de la elección. Sin mencionar una sola vez el término fraude, las gráficas y los mapas dejaban claro que lo había habido, y en grande, por la inconsistencia de los datos. El libro fue un éxito, se vendieron todos los ejemplares y el diario La Jornada publicó un extracto en un perfil dedicado al tema. Desde entonces me quedó claro que la elección le había sido robada a Cárdenas y al país. Una nueva constatación vino algunos años después cuando en una plática con el esposo de Layda Sansores, quien había tenido a su cargo la recopilación de los paquetes electorales de Chiapas, me comentó las irregularidades que se habían cometido en ese estado por órdenes superiores
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Me llama hoy la atención saber que 22 años después, tanto Manuel Bartlett, que fue responsable de esa elección, como Miguel de la Madrid, sigan afirmando que fue una elección limpia, aun estando conscientes de las terribles consecuencias que esa acción ha tenido para el país y que ellos mismos han lamentado.