rónica de la vida en una aldea alemana antes de la primera guerra mundial. El listón blanco (Der weisse Band), la cinta más reciente del realizador austriaco Michael Haneke, es una vigorosa parábola sobre los efectos del poder en el comportamiento de un pueblo y en la formación sentimental de su generación más joven. Aunque se ha querido ver en ella un comentario áspero, a ratos muy incisivo, sobre los orígenes del nacionalsocialismo alemán, en realidad el director alude de modo más general a los estragos del autoritarismo y la intolerancia religiosa en el mundo contemporáneo.
El propósito de la cinta no ha sido hablar directamente del nazismo a partir de una visión histórica que habría tenido que hacer alusión a la crisis económica durante la época de Weimar y al sentimiento de humillación colectiva luego de la firma del tratado de Versalles, o al auge del sentimiento racista y al espíritu de revancha social inoculado en la clase proletaria en contra del judío, chivo expiatorio por excelencia para explicar la crisis.
Nada de esto aparece en la película del también director de La pianista, que se remonta a una época anterior del autoritarismo germano, a principios del siglo XX, un tiempo donde predominaba el culto de las armas, de la figura patriarcal del káiser y de los valores más recios del protestantismo; una época de tiranía y avasallamiento voluntario que describe Heinrich Mann (hermano de Thomas) en su novela El súbdito del emperador, análisis magistral de la capitulación moral de un hombre ante el poder.
En El listón blanco la voz en off de un anciano hace el recuento de esos tiempos a la manera de una visita al pueblo en el que de joven fue profesor rural y de los dramáticos sucesos que en él se vivieron.
La escena inicial marca el tono de lo que vendrá después. El doctor del pueblo (Rainer Bock) sufre un accidente cuando su caballo se desploma por una cuerda colocada a la entrada de su casa. La fechoría, sin un responsable a la vista y sin explicación aparente, desencadena una espiral de violencia sorda que incluye el abuso a mujeres y niños, el maltrato de animales, y el aprendizaje de la culpa y la vergüenza, con el infamante recordatorio de un listón blanco como símbolo de una pureza imposible.
Un barón (Ulrich Tukur) actúa como señor feudal con sus empleados y ejerce, incuestionado, una tiranía doméstica sobre la mujer que pacientemente tolera sus humillaciones. La crueldad de su trato y la acidez de sus palabras remiten al burgués intratable que Gunnar Björnstrand interpretaba para Ingmar Bergman en Gritos y susurros. Hay historias parecidas de desavenencias conyugales y de adiestramiento marcial de la conducta infantil en varios de los hogares del pueblo que recorre la memoria del narrador, y el todo conforma un microcosmos y un anticipo de la sociedad alemana que vendrá 20 años después, cuando los niños alcancen la madurez y transformen esta historia de fantasmas en una realidad siniestra.
El narrador busca en su visita al pasado revivir los extraños acontecimientos de los que fue testigos para tratar de esclarecer todo lo que sucedió en el país poco tiempo después
. La aldea rural se vuelve así un laboratorio del mal, y el ámbito doméstico, un huevo de la serpiente (de nuevo Bergman), con su transferencia a los niños de las rigideces de una moral protestante que rápidamente se volverá un capital de recelo social y un depósito de odios y frustraciones.
Haneke muestra a los niños del imperio de modo implacable: ellos son, según la ideología que se perfila, los encargados de una futura limpieza de la nación, los celosos guardianes de la raza superior. En ese escrutinio sicológico del fascismo y sus orígenes al que invita el realizador austriaco (tarea emprendida antes por Wilhelm Reich y por Theodore Adorno), la lectura formal de la historia se enriquece de modo notable al volverse comentario ineludible de las realidades del presente. En la óptica de Haneke poco ha cambiado en nuestra época plagada de fundamentalismos, tanto políticos como religiosos. Esta lucidez crítica hace de El listón blanco una película actual e imprescindible, con una complejidad narrativa muy a tono con la variedad de lecturas que permite.
La obra más sugerente de un gran maestro del cine político contemporáneo.
Se exhibe en Cinépolis Universidad, Cinemex Altavista, Lumière Reforma y Cineteca Nacional.