Opinión
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Ruta Sonora

Captain Beefheart (1941-2010)

D

on Van Vliet “pobló el mundo con su descontento, su ruptura, su voz y su música; él escuchaba con los ojos y veía con los oídos… asombroso, secreto y profundo, fue visionario de un orden más elevado… capaz de describir lo indescriptible; de haber sido un caballo, se le habría descrito como indomable; ojalá que todo lo que dio al mundo continúe creciendo y desarrollándose”. De esta forma despidió la semana pasada, el cantautor estadunidense Tom Waits, a uno de sus mentores musicales de línea directa, el recientemente fallecido Captain Beefheart (17 de diciembre, en California, a los 69 años).

Sin embargo, Waits no fue el único bendecido por su creación. La obra del Capitán Corazón de Carne es considerada histórica; su personaje, toda una leyenda. Fueron miles los que recibieron el dictado experimental y deschavetado de este excepcional artista, de sonido único, personal, irrepetible; músico seminal que emergió a finales de los años 60 del siglo pasado, para retirarse de la música en 1982 y dedicarse de lleno a la pintura, su otro amor. Finalmente, complicaciones provenientes de la esclerosis múltiple que le atacaba desde los años 90, acabaron con su vida.

Vliet no sólo poseía un rango de cuatro octavas y media en su voz, sino que mediante ritmos discontinuos, letras absurdas, así como una herética alianza entre el free jazz, el rhythm and blues, la poesía y el garage rock, generó todo un viaje fantástico y surreal, considerado una obra maestra: el álbum Trout mask replica (1969), creado en un encerrón de ocho horas, al piano: nunca había tocado el piano antes de ese día, y tuve que arreglármelas (de niño sólo aprendió a tocar el saxofón y la armónica); no empleo mucho tiempo pensando: sólo dejo que todo fluya y venga a través mío, declaró a la Rolling Stone en 1970.

Desde su infancia, ya había sido considerado por el escultor Augustino Rodriguez, un niño prodigio; luego mantuvo gran cercanía con Frank Zappa, con quien escapó a Cucamonga en 1963, e ideó el filme Captain Beefheart meets the grunt people, el cual nunca se llevó a cabo. Aun así, adoptó ese sobrenombre y reclutó la Magic Band para grabar Safe as milk (1967), entre cuyos músicos invitados estaba Ry Cooder, sólo en su primera etapa; ese disco es todavía muy rhythm and bluesero, pero se alcanzan ya a distinguir sus guiños personales de chifladura e irrupción, la cual es mucho más clara en Strictly personal (1968). Se mudó después al sello disquero de Zappa, Straight Records, para tener mayor libertad creativa, y es cuando generó la obra cumbre antes citada, Trout mask…

Su obra musical siguió por el mismo tenor experimental con Lick my decals off, baby y Mirror Man (ambos de 1970); se aventó un blues más digerible, casi comercial (en él, es un decir), con los finos Clear spot y The spotlight kid (los dos, de 1972); tuvo dos resbalones con Unconditionally guaranteed y Bluejeans and moonbeams (ambos de 1974), con un blues prácticamente pop. Con Shiny beast (bat chain puller) recobró su vena enferma y excéntrica en 1978, y con el agraciado pero ya un poco agotado Ice cream for crow (1982), se retiró de la música.

Fue en 1985 que montó la primera gran exhibición de su trabajo pictórico, muy en la vena del estilo abstracto y primitivo de Francis Bacon. Su expresión plástica fue tan aclamada como su música, llegando a costar algunas de sus obras hasta 25 mil dólares. Para los coleccionistas, fue editada en 1999 una caja conmemorativa con cinco discos, Grow Fins, y la antología doble The dust blows forward.

En estos días tranquilos, en que la prisa nos domina menos que en otras épocas del año, o quizá la playa nos espera, bien vale la pena revisar los olvidados discos de Captain Beefheart, lejanos al bullicio de lo comercial, para descubrir su asombrosa atemporalidad, su despampanante inventiva, su universo paralelo. Descanse en paz ese corazón tan carnosito, mero capitán de la locura y la fantasía, hechas rocanrol.