Opinión
Ver día anteriorMartes 28 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Héroes en el Museo de San Carlos
E

n la exposición Gesto, identidad y memoria se exhiben predominantemente esculturas, y algunas áreas provocan la impresión de panteón o mausoleo. No por nada los mejores panteones suelen ser receptáculo de estupendas esculturas funerarias. Una excepción es la versión en bronce del Tlahuicole, por Manuel Vilar, casi único héroe que ostenta bravíos y definitivos rasgos indígenas en la fisonomía, los cuales remata un cuerpo de gladiador.

La tendencia académica pugnó por idealizar, pero hay excepciones y una es la del busto de Manuel Tolsá (1757-1816) por Martín Soriano, de 1854, por tanto es efigie póstuma, como ocurre en casi todos los casos. Sin duda la posteridad ennoblece a los seres, pero en este busto la efigie quiso ser realista.

Hay buen número de esculturas académicas de la época que representan instancias mitológicas, y las hubo precisamente desde que Tolsá trajo los yesos italianos a los que se sumaron otros donativos o adquisiciones que se hicieron para enriquecer, tanto desde el ángulo artístico como didáctico, la colección de la Academia de San Carlos, lo cual se puede constatar a ciencia cierta si se consulta la catalogación del investigador Eduardo Báez Macías. Varios se exhiben en el gran patio de Academia 22, instancia ahora convertida en museo, al parecer, de forma permanente.

Debo decir que –aunque académicamente consideradas– ciertas piezas exhibidas  me parecieron horrorosas. Entre las que se llevan la palma por incompetencia están dos cabezas de Alejandro de Macedonia, de autor desconocido, la que presenta su rostro   en actitud de Esclavo moribundo, de Miguel Ángel, apeada en un bonito tambor de columna jónica, es posiblemente la peor. Entre las pocas esculturas pésimas destaca La plegaria, de Francisco Orzaalessi; se trata de un infante macrocefálico en genuflexión que junta sus manos en actitud de súplica. Otra que, verdad sea dicha, sin ser mala resulta improcedente, es la pequeña Inmaculada Concepción, de Manuel Vilar, que parece preludiar el arte de San Sulpicio. Bien que fuera pieza devocional, pero aquí se encuentra fuera de contexto.

El catálogo de la exposición fue coordinado editorialmente por la directora del museo, María Fernanda Matos, en tanto que  la jefatura curatorial estuvo a cargo de la reconocida experta Eloisa Uribe. Está ricamente ilustrado, aunque muchas de las fotografías que se reprodujeron son malas, si bien sirven como punto de referencia.

Uribe señala algo muy cierto: “la institución académica, tan mal entendida a partir de su descalificación por los artistas de las vanguardias y la huelga de 1910 (…) fue un repositorio memorioso”. Con las excepciones que menciono líneas atrás y alguna otra, como el Ganímedes, hay piezas tan acertadamente pergeñadas como La lucha de Florencia, de autor desconocido, copia fidedigna que bien puede ser lucha o juego amoroso entre dos apuestos gladiadores tan parecidos entre sí que parecen gemelos, como Cástor y Pólux, o como el hermoso mármol de la llamada Psique desmayada (aunque está bien sentada), de Pietro Tenerani, ca. 1834. De este escultor es, asimismo, El genio de la pesca: un putto (angelito) con su red. Tenerani sí supo y pudo, a diferencia de su compatriota Orzaalessi, plantear correctamente y con gracia las proporciones infantiles.

Eloisa Uribe cita en su ensayo a Lucas Alamán, el objetivo historiador del bando conservador a quien liberales y conservadores respetaron. Alamán afirmó que los personajes históricos son eso: personajes de una historia oficial que desfila por los libros de texto.

Conviene recordar al respecto que, por ejemplo, Francisco González Bocanegra (autor como se sabe de la letra de nuestro himno) tuvo presente a Santa Anna en una estrofa que ya jamás se canta. En efecto, El guerrero inmortal de Zempoala, que será del feliz mexicano en la paz y en la guerra el caudillo, tenía presencia lírica en 1854. Muy poco después viajaba al exilio (no a su hacienda) como consecuencia del Plan de Ayutla, con el que se iniciaron los prolegómenos de la guerra de Reforma. Resulta paradójico que uno de los mejores bustos exhibidos sea el de Su Alteza Serenísima, cosa que se debe a la maestría del escultor Vilar. Estas notas tienen como fin alentar la asistencia a la exposición, los visitantes aprendendemos y pasamos horas de lo más disfrutables.