Opinión
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Itacate

Chocolate y tertulias

E

l chocolate fue infaltable en tertulias y reuniones entre los peninsulares. En su interesante artículo Las tertulias intelectuales en la Islas Canarias, Alejandro C. Moreno y Marrero escribe que cerca de 1760 se organizó la tertulia de Nava, en la ciudad de La Laguna, en la isla de Tenerife. La convocaba el marqués de Villanueva, Tomás de Nava y Grimón. A esta tertulia acudían José de Viera y Clavijo, Agustín de Bethencourt y Molina, Cristóbal del Hoyo Solórzano, entre otros. Ahí se comentaban las noticias del momento y luego los avances en los estudios, lecturas e ideas de este grupo de intelectuales tenerifeños que abarcaban diversos temas.

Ahí, como en tertulias similares, a eso de las siete en el invierno y de las ocho en el verano, debieron entrar en el salón los pajes con bandejas llenas de helados, dulces, confituras y panes, que acompañarían el esperado chocolate. No estaba mal visto, por cierto, que las damas guardaran en sus bolsos de mano o faltriqueras las golosinas que desearan, o más bien que les cupieran, versión española de nuestro itacate.

Era tal la pasión por el chocolate entre los españoles, que cuando alguien de clase alta moría las personas de menores ingresos, que tenían fuera de su alcance tal bebida, solían decir irónicamente se despide del mundo y del chocolate.

Unos versos anónimos muestran el valor que se le concedía a la bebida americana hecha con cacao: En cualquiera imprevenida dolencia/ Que insulta al pecho,/ el chocolate bien hecho/ es el agua de la vida;/ de oro potable bebida/ es antídoto en los males;/ tómenle pues los mortales,/ porque es bebida especiosa,/ dulce, fragante, gustosa/ y en fin de virtudes tales.

Escribe la marquesa de Paravere que hacia 1930 se solía invitar a un chocolate en algunas casas. En la de una amiga suya, después de “varios fiambres, ¡y qué fiambres!, platos montados a la gelatina, jamón en dulce, pescados, galantinas de ave, etc., etc. –y de una serie de postres de cocina, fríos y calientes: tartas, confituras, dulces, merengues, canutillos de medio metro, helados– servían el chocolate”, mismo que sopeaban, aunque usted no lo crea, con bizcochos.

Hasta hace relativamente poco, fue usual tomar chocolate a la salida del cine o del teatro. En el siglo XIX Benito Pérez Galdós describe esta costumbre en Fortunata y Jacinta, novela citada por Moreno y Marrero: A las 12 vuelve a animarse el local con la gente que regresa del teatro que tiene costumbre de tomar chocolate o cenar antes de irse a la cama.