ay cosas que verdaderamente no se entienden. Gobiernos van y gobiernos vienen, y las voces de alerta, y ahora de socorro de la frontera sur se oyen desde siempre. El deterioro ha sido acelerado en esta década, cuando el crimen organizado y la corrupción oficial así lo dispusieron. Arde la frontera sur: Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Chiapas con Belice y Guatemala; más allá están por arder Honduras, El Salvador y Nicaragua, y de otra forma –más sofisticada– Costa Rica y Panamá.
Arde básicamente como responsabilidad de los gobiernos federales mexicanos, por su problema interno y –¡oh pecado!– por olvidarse de esos países tan entrañables que no pueden sustraerse de nuestros dolores. Hemos contaminado a Centroamérica que, de plácido y bucólico paisaje, se ha convertido en una extensión del campo de batalla mexicano; sus instituciones, mucho más débiles que las nuestras, están de antemano derrotadas.
El dolorosísimo drama que se les echa encima corresponde a una lógica de expansión de mercados: los del crimen, cuestión a la que nosotros no escapamos por más que las autoridades no lo acepten. La demanda de drogas tipo mariguana, cocaína y opiáceos en Estados Unidos está estabilizada; van ahora por drogas de diseño, de las preparadas ilegalmente en laboratorios en su territorio, aunque en algunos casos con insumos extranjeros. En esta lógica, México es aún un mercado apetitoso y Centroamérica, casi virgen.
Sin ningún entusiasmo, hay que subrayar que las instituciones del orden y de anticrimen de esos países corresponden a estructuras que no pueden enfrentar la amenaza actual; son como las nuestras en proporción aún de muy baja graduación. No podrán con sus responsabilidades, y las amenazas a las estructuras superiores de gobiernos están ya dadas: véase la desesperación del gobierno guatemalteco.
Esta contaminación a Centroamérica tiene un efecto de rebote hacia acá, pues cárteles mexicanos hace rato que organizan y ejecutan actos criminales con mano de obra centroamericana que nos viene principalmente en la forma de tráfico de personas, narcotráfico, contrabando de armas y bienes en general. De aquí, compensatoriamente, les exportamos emblemáticamente miles de coches robados.
Además de los horrores que están detras de los delitos mencionados –sobre todo el de tráfico de personas–, ahora el tema se ha convertido en un problema de política exterior, pues nuestro gobierno es acosado por demandas de explicaciones por cientos de muertes, secuestros, robos y demás atropellos.
Más pronto que ilustrado, ante las firmes demandas sobre todo de El Salvador, nuestro secretario de Gobernación, muy a nuestra usanza, dijo: Ahí no ha pasado nada
, para ser vergonzosamente desmentido en seguida. Demandas cuasi imposibles de atender, en las actuales condiciones, dada nuestra incapacidad de sostener a la ley sobre la sociedad en general y, peor aún, sobre las propias autoridades federales y locales. Esto es: allá reina la ingobernabilidad, tan negada por monsieur Poiré.
La frontera es de 920 kilómetros de longitud: la más compleja es la chiapaneca y dentro de ella el Soconusco región que yace sobre la costa. Favorecen este punto, carreteras, ferrocarriles, comercio, dinero, población, ciudades, etcétera. Salvo ese tramo de llanuras y poco más al norte, que es montaña, el resto es selva; una de las pocas selvas altas, densas, impenetrables para el ajeno, que quedan en el planeta.
Controlar esa frontera con seguridad sería una tarea terriblemente costosa, compleja, friccionante. Tal vez por ello nunca se ha intentado, quizá calculando riesgos que sí se han dado. Recordemos la matanza en territorio mexicano de refugiados en el campamento de Chupadero en 1983 y los 40 mil guatemaltecos que encontraron abrigo en México ante las masacres en Guatemala. Se ha preferido el abandono, cerrar los ojos. Voces de alerta no han faltado, las han dado organizaciones académicas, ONG nacionales y extranjeras, prensa de todos orígenes y colores y, aunque tibiamente, los gobernadores estatales, el Ejército e incluso la Marina.
Deben señalarse entre esas voces a los gobiernos centroamericanos y particularmente a la prensa guatemalteca, tan virulentamente antimexicana. Sin embargo, nunca se había dado con la crudeza de hoy la figura de David contra Goliat. Así nos veían ellos, pero ahora ese Goliat al que se temía, despreciaba y admiraba simultáneamente, se ha convertido en un Polifemo ebrio, herido, sangrante, agonizante para a ejercer la gobernanza debida.
Y aquí viene el pelo que faltaba en nuestra sopa: los intereses de Estados Unidos en Centroamérica son enormes, proporción considerada: 1. A pesar de la ampliación del Canal de Panamá, Nicaragua, su Lago Nicaragua y su río San Juan, históricamente siguen siendo estratégicos, como alternativa a largo plazo. 2. El istmo, desde la perspectiva estadunidense, ha sido por más de medio siglo un reducto procomunista
; Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Honduras y, de distinta manera, Costa Rica y Panamá, consecuentemente han sido sus proconsulados. 3. Muchos de los problemas estadunidenses relacionados con el narcotráfico, trata de personas, migrantes ilegales, Mara Salvatrucha y otros pandillerismos, les llegan desde el istmo e incluso desde el cono sur a través de México.
Entonces surge para ellos la importancia de controlar esa frontera sur. Conclusión: al no hacerlo Guatemala, Belice y México, lo harán ellos con los métodos, medios y consecuencias imaginables. Seguro, no levantarán otro inútil muro físico, pero sí pueden hacerlo, dada su eterna presencia en la zona, política y militar, con bases en El Salvador, Honduras –la más importante, dados sus recursos de detección y control aéreos– y en Costa Rica, además de múltiples en el Caribe inmediato.
Centroamérica no enfrenta sino un futuro sombrío, como México un empeoramiento del delito organizado, que a partir de ya se está reorganizando en sus tácticas comerciales para ampliar redes de mercadeo nacionales y hacia el istmo. Ante este empeoramiento clarísimo en su peligrosidad política, social, económica y hasta militar, el gobierno de Calderón, ¿será capaz de tomar el toro por los cuernos e intentar una operación de autodefensa, pero con una visión estratégica, liderando un esfuerzo centroamericano por la vigencia del derecho? De no hacerlo, el pronóstico de todo orden es fatídico y demandaría con urgencia todo un estudio de seguridad nacional, pero, ¡ya no queremos queso!