a peor crisis financiera sufrida por el mundo desde los años treinta del siglo pasado, comenzó durante el verano de 2007 y más de tres años después continúa produciendo aún profundos impactos en Estados Unidos, en Europa y en la mayor parte del mundo desarrollado, principalmente.
El capitalismo se ha desarrollado a través de recesiones periódicas y ha tenido tres grandes crisis. La primera la registra la historia económica como El Pánico de 1873; la segunda, La Gran Crisis del 29, y la que vivimos en la actualidad, aún sin nombre ni apellido. Estas crisis han sido del todo distintas, salvo en un rasgo devastador: las dos primeras produjeron un alto desempleo de larga duración e introdujeron transformaciones profundas en la estructura económica del mundo, en términos de las potencias dominantes, geografía de la riqueza y cambios tecnológicos. La crisis actual traerá consigo ese tipo de cambios y, con seguridad, algunos más de máxima importancia e impacto.
La primera se resolvió por sí sola, por así decirlo; la segunda ya implicó la búsqueda, mediante intervenciones y políticas económicas desde el Estado, para salir a la brevedad posible de los estragos que estaba causando en una gran parte del mundo. La presente trae novedades diversas. Lo que se advierte ya, es que no se trata de una de tantas recesiones que hemos conocido, sino de una crisis que tendrá un impacto de largo plazo en el empleo.
En muchos países la austeridad está siendo impuesta al mundo del trabajo. En este momento un caso particularmente dramático es el de Grecia, un país obligado por las exigencias de agencias calificadoras y banqueros, incluyendo para variar al FMI, a exprimir a sus asalariados a cambio de préstamos del extranjero para ayudar al gobierno a devolver sus deudas.
En la Cumbre de Lisboa de marzo de 2000, los jefes de Gobierno de la UE acordaron un nuevo objetivo estratégico para la Unión Europea: convertirla en la economía más competitiva del mundo antes de 2010
. A partir de entonces, el Parlamento Europeo aprobó un conjunto de medidas económicas, dirigidas a la apertura de los mercados de diversos bienes y servicios. No obstante, los diputados de entonces trataron de moderar la liberalización mediante medidas tendentes a proteger a los consumidores, los asalariados, el medio ambiente y los servicios públicos básicos
.
En octubre de 2007, a las dos de la mañana, después de siete años de negociaciones, el primer ministro de Portugal, que ostentaba la presidencia en turno de la UE, anunció el gran acuerdo. José Sócrates afirmó solemnemente: “Es una victoria de Europa, que sale de un impasse de muchos años y supera su crisis institucional”. El presidente de la Comisión Europea José Manuel Durão abrazó a Sócrates y le dijo porreiro pa (expresión popular equivalente a fantástico, mano
). Simultáneamente, del subsuelo del mundo desarrollado empezaba a asomarse el temible rostro de la peor crisis económica, de la que nadie en el mundo tenía conciencia.
Hoy por hoy la UE es el epicentro del movimiento telúrico de la crisis del presente. Y aunque no es lo fundamental, el drama de la UE se centra en las llamadas deudas soberanas
donde el término soberana
está empezando a ser tan ridículo que da grima.
Nadie advirtió –parece que hasta ahora–, que esas deudas pueden estar construyendo una burbuja más de consecuencias inimaginables pero sin duda devastadoras. Deudas que se originaron en el rescate
de los agentes económicos más zánganos del planeta: los banqueros, por supuesto, encubiertos por las agencias calificadoras.
En julio del año pasado Paul Krugman escribió que no había visos de salida a la crisis y que ello no era sino un fracaso político.
Fue Keynes quien escribió acerca de la eutanasia del rentista
. La veía más como una consecuencia de largo plazo de la operación del capitalismo, que como una política a ser considerada seriamente. Se trataba de someter el capital financiero especulativo, al capital productivo.
La crisis capitalista de nuestros días no tiene como fondo las hipotecas suprime, su fondo es mucho más profundo, pero la crisis devastadora en que pueden entrar las deudas soberanas, exige la eutanasia del rentista. No obstante, pese a las catástrofes que pueden estar construyéndose, el fracaso, la impotencia de los políticos del mundo para crear las leyes, los tratados, los mecanismos, las instituciones, necesarias para llevar a los hechos la eutanasia del rentista, es tan monumental como inexplicable: prefieren el suicidio antes que tocar el poder del capital especulativo.
China está lista ya con 900 millones de millones de dólares para conjurar la formación de la burbuja de las deudas soberanas. Cuenta con reservas de 2 mil 400 billones (en español), para comprar tales deudas. El camino a la cumbre de la nueva elite dominante de la economía mundial, pasa por esta mesa puesta para los nuevos grandes comensales. Esta mesa está hecha de una desregulación triunfante inconmovible y suicida, made in Occidente
En este camino, otra novedad es el surgimiento del banquete particular de las BRIC (ya formaron su G4), próximamente BRICS (con el añadido de Sudáfrica). Aunque México no tiene invitación a este convite de economías innovadoras y productivas. Quién sabe por qué.