Secuestrados
n México autoridades y aficionados dejamos de entender y de defender la llamada fiesta brava como un valor sociocultural propio, al grado de que esta expresión de mexicanidad ya no interesa casi a nadie, gracias a los varios intentos por desaparecerla, desde fuera, pero sobre todo desde dentro de la fiesta misma con falsos promotores.
Entre el ecologismo mal asimilado de los protectores de animales y los metidos a defensores del espectáculo, así como el desinterés de los propios taurinos y de los medios por rencauzarla, esta originalísima tradición de México parece estar a punto de desaparecer, pues desde hace medio siglo se apostó por la televisión como forma de educación, y así nos ha ido.
Entonces, ¿por qué defender una fiesta de toros que ya casi no interesa a nadie? Porque si estas expresiones empiezan a desaparecer, también desaparece el arte como sustento de la propia identidad, como posibilidad de protesta ante la uniformidad y como resistencia eficaz contra la penetración cultural anglosajona y neoliberal, esa que sueña con imponer al mundo pelotitas de todos tamaños y deportes de alto riesgo sin que se lastime a nadie, excepto a mujeres y niños durante sus aventuras bélicas en defensa del petróleo y de la democracia, claro.
Los mexicanos hemos sido los últimos en enterarnos, pero nuestro país ha sido secuestrado, tanto por los buenos
, es decir, políticos, monopolios, consorcios, televisoras y ruido, como por los malos
–crimen organizado, violencia física y sicológica generalizada–, con una exigencia de rescate excesivo que a diario es pagada pero sin visos de que la ciudadanía empiece a ejercer su poder de liberación.
¿Es ocioso llamar a una participación más consciente, activa y estratégica por parte de peñas y aficionados, o la creación y desarrollo de una fiesta paralela, en contraste con la pobre oferta de espectáculo de las multimillonarias empresas, sistemáticamente alcahueteadas por los comunicadores sobrecogedores
, como los bautizó Joaquín Vidal?
¿Tiene algún sentido seguir exigiendo a los taurinos más acaudalados en la historia mundial de la fiesta un examen de conciencia sobre la crisis que agobia hace más de tres décadas a un espectáculo con casi 485 años de existencia en México? Quizá sólo como ejercicio en defensa de la inteligencia, ingrediente fundamental del auténtico desarrollo de los individuos y de las naciones y, en otras épocas, del toreo.