Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de enero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
¿La fiesta en paz?

Secuestrados

E

n México autoridades y aficionados dejamos de entender y de defender la llamada fiesta brava como un valor sociocultural propio, al grado de que esta expresión de mexicanidad ya no interesa casi a nadie, gracias a los varios intentos por desaparecerla, desde fuera, pero sobre todo desde dentro de la fiesta misma con falsos promotores.

Entre el ecologismo mal asimilado de los protectores de animales y los metidos a defensores del espectáculo, así como el desinterés de los propios taurinos y de los medios por rencauzarla, esta originalísima tradición de México parece estar a punto de desaparecer, pues desde hace medio siglo se apostó por la televisión como forma de educación, y así nos ha ido.

Entonces, ¿por qué defender una fiesta de toros que ya casi no interesa a nadie? Porque si estas expresiones empiezan a desaparecer, también desaparece el arte como sustento de la propia identidad, como posibilidad de protesta ante la uniformidad y como resistencia eficaz contra la penetración cultural anglosajona y neoliberal, esa que sueña con imponer al mundo pelotitas de todos tamaños y deportes de alto riesgo sin que se lastime a nadie, excepto a mujeres y niños durante sus aventuras bélicas en defensa del petróleo y de la democracia, claro.

Los mexicanos hemos sido los últimos en enterarnos, pero nuestro país ha sido secuestrado, tanto por los buenos, es decir, políticos, monopolios, consorcios, televisoras y ruido, como por los malos –crimen organizado, violencia física y sicológica generalizada–, con una exigencia de rescate excesivo que a diario es pagada pero sin visos de que la ciudadanía empiece a ejercer su poder de liberación.

¿Es ocioso llamar a una participación más consciente, activa y estratégica por parte de peñas y aficionados, o la creación y desarrollo de una fiesta paralela, en contraste con la pobre oferta de espectáculo de las multimillonarias empresas, sistemáticamente alcahueteadas por los comunicadores sobrecogedores, como los bautizó Joaquín Vidal?

¿Tiene algún sentido seguir exigiendo a los taurinos más acaudalados en la historia mundial de la fiesta un examen de conciencia sobre la crisis que agobia hace más de tres décadas a un espectáculo con casi 485 años de existencia en México? Quizá sólo como ejercicio en defensa de la inteligencia, ingrediente fundamental del auténtico desarrollo de los individuos y de las naciones y, en otras épocas, del toreo.