esulta difícil pasar por alto el señalamiento que ha hecho Fidel Castro Ruz en uno de sus artículos más recientes que lleva por título ¿Qué diría Einstein?
(reproducido en La Jornada el 6 de enero de este año). El ex presidente cubano aborda los asesinatos de científicos nucleares iraníes y comienza citando un texto del periodista Jeffrey Goldberg, especialista israelí en temas de Medio Oriente, quien examina la posibilidad de que los organismos de inteligencia de Israel, Estados Unidos, Gran Bretaña y otras potencias occidentales lleven a cabo actos de sabotaje y la desaparición de científicos, con el fin de frustrar el programa nuclear de Irán. Castro señala: No recuerdo otro momento de la historia en que el asesinato de científicos se haya convertido en política oficial de un grupo de potencias equipadas con armas nucleares
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El 15 de enero de 2007, en condiciones que aún no han sido aclaradas, murió el doctor en física Ardeshir Hosseinpour, de 47 años, investigador en el Centro de Tecnología Nuclear de Isfahan. En su edición del 4 de febrero de ese año, el diario inglés The Sunday Times, citando como fuente a la compañía de inteligencia Stratfor de Estados Unidos, sugiere que el especialista pudo ser blanco del Mossad, la agencia de inteligencia de Israel.
El 12 de enero de 2010 fue asesinado Masoud Ali Mohammadi, de 50 años, doctor en física y experto en el área de partículas elementales. Trabajó antes de su muerte en la Universidad de Teherán y publicó más de 50 artículos en revistas científicas de alto impacto. Su muerte fue resultado de la explosión de una bomba colocada en una motocicleta estacionada fuera de su casa, la cual fue activada a control remoto cuando salía de su residencia para dirigirse a su trabajo.
Del mismo modo, en diciembre de 2010, una bomba activada a distancia acabó con la vida de Majid Shahriari, de 40 años, ingeniero nuclear, profesor de la Universidad Shahid Beheshti, en Teherán, quien, de acuerdo con el periódico británico The Guardian, no tenía ningún vínculo conocido con el programa nuclear que ha sido condenado por la comunidad internacional. Su esposa resultó herida. Shahriari fue coautor de un artículo científico sobre fisión en reactores nucleares escrito en colaboración con Ali Akbar Salehi, quien trabajó en la misma universidad, y es responsable de la Organización de Energía Atómica de Irán.
En un ataque coordinado con el anterior, el físico nuclear Fridon Abasi también sufrió un atentado del que milagrosamente salió con vida, aunque resultó gravemente herido, al igual que su esposa, que lo acompañaba en el auto en el que fue colocado un explosivo. Henrique Cymerman, corresponsal en Jerusalén del diario español La Vanguardia, afirma en un despacho publicado el 7 de diciembre de 2010, citando fuentes del Mossad, que fue ese servicio de inteligencia el responsable del doble atentado. Esta información fue reproducida por la prensa en todo el mundo y, hasta donde yo he logrado revisar, no ha sido desmentida.
A pesar de las sugerencias que apuntan hacia Israel y otras potencias occidentales interesadas en frenar el programa nuclear de Irán como responsables de estos atentados y asesinatos (Fidel Castro no lo dice abiertamente, pero lo deja más que implícito en su texto) no existen, además de notas periodísticas como las citadas, pruebas concluyentes de su participación. Se trata de actos cobardes que se convierten en aún más deleznables porque sus autores se mantienen ocultos. Hay quienes señalan incluso que puede tratarse de acciones realizadas por grupos radicales iraníes opositores al actual régimen de Mahmud Ahmadineyad, quien no ha vacilado en responsabilizar de estas acciones criminales directamente a Israel y Estados Unidos.
Sean quienes sean los responsables, resulta muy grave y preocupante que los científicos sean vistos en este siglo como blancos de guerra. Aun cuando sus actividades estuvieran orientadas a la investigación militar (en las que tampoco está demostrado que participaran las víctimas de los atentados), éstas se realizan no sólo en Irán, sino principalmente en las naciones con mayor poderío económico y científico, como Israel, Estados Unidos y otros países occidentales, incluidos algunos emergentes que cuentan con armamento nuclear. Lo que debe hacerse, aunque parezca hoy un sueño inalcanzable, es acabar con este tipo de investigación, lo que podría lograrse proscribiendo las armas nucleares y otros instrumentos de destrucción, reorientando el talento de los científicos que participan en ellos hacia tareas enfocadas al bienestar y el avance del conocimiento. Pero resulta completamente irracional, criminal y absurdo, eliminar físicamente a los investigadores que participan en ella.
Es además una mala señal, pues mañana, con el propósito de producir daños a una nación considerada enemiga, se podría atentar contra científicos no solamente en el campo de la energía, sino en el de los alimentos, la biotecnología, o en otras que pudieran resultar odiosas ideológicamente para alguien. Es por ello que resultaría de la mayor importancia un pronunciamiento de las comunidades científicas de México y de todo el mundo para condenar esta nueva forma de barbarie.