esde hace algunos años los científicos nos están contando historias más interesantes que los novelistas; nos están mostrando más verdades que los filósofos y están descifrando más misterios –y con mucho mayor transparencia– que los constructores de las teologías más afanados, al parecer, en ocultarnos la esencia creadora del universo que en revelarla.
Las descripciones de los hoyos negros o los agujeros de gusano que pueden llevarnos de una dimensión a otra, o las de las nanopartículas en forma de hélice que pueden limpiar nuestras venas o los chips que podrán implantarse a los enfermos de Alzheimer para recuperar la memoria nos han despertado más la curiosidad que muchas novelas. También nos están planteando nuevas interrogantes filosóficas como, por ejemplo, sobre el concepto de lo humano y la personalidad con el implante de memorias alternativas para enfermos de Alzheimer o con el uso de Google, esa memoria extendida que nada discrimina como la mente de Funes el Memorioso descrito por Borges o con el desarrollo pasmoso de la robótica que vislumbró muy bien Phillip Dick y que podemos ver claramente en la cinta Blade runner, donde la complejidad de los androides hace casi imposible distinguirlos de los humanos.
Los científicos están respondiendo de igual manera las grandes preguntas de la filosofía que esta disciplina no ha podido contestar: por qué existimos, cómo se formó el universo, por qué estamos aquí. Y no ha podido porque los filósofos, según el físico Stephen Hawking, se han alejado de la ciencia. Quedaron atrás los filósofos que también eran matemáticos o científicos. Por eso afirma en su más reciente libro, que escribió en colaboración con Leonard Mlodinow, que la filosofía ha muerto
:
La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda de conocimiento.
Basado en las más recientes observaciones hechas por los satélites de la NASA y con las herramientas de la física moderna, Hawking trata de explicarnos en su nuevo libro, El gran diseño, de dónde viene todo lo que nos rodea, por qué existimos y cuál es el origen del universo. Y la respuesta a estas preguntas resulta francamente sorprendente: según ellos venimos de la nada. Somos hijos de la generación espontánea.
Si no fuera por una serie de interesantes coincidencias en los detalles precisos de las leyes físicas parece que no hubiéramos podido llegar a existir
y estas casualidades, esta suerte, no puede ser explicada con facilidad y tiene implicaciones físicas y filosóficas profundas
. E indudablemente teológicas, porque los autores de El gran diseño nos muestran que el universo no requirió, no requiere, de ninguna divinidad para existir y funcionar.
Tal vez por esas afirmaciones ya condenó el Vaticano a El gran diseño, publicado en español por el sello editorial Crítica. Nada nuevo bajo el sol: no olvidemos que la Iglesia se opuso a la idea de la redondez de la Tierra y al sistema heliocéntrico y ni se derramaron los mares de la tierra plana que imaginaban ni el Sol cambió su curso para cumplir los caprichos de los ministros.
La teoría M que nos propone Hawking para comprender al universo y que es en realidad una familia de teorías es, al parecer, el verdadero Santo Grial, La Novela, El Cuento, El poema del universo, el santo y seña para comprenderlo todo, el ábrete sésamo para conocer que el universo no tiene una sino muchas historias, porque muchos son los universos que surgen de las leyes de la física y que son por tanto una predicción científica. El gran diseño es además una gran provocación: si la teoría es confirmada por la observación, será la culminación de una búsqueda que se remonta a más de tres mil años. Habremos hallado el gran diseño
: el azar y las precisas leyes que rigen al universo.