Me fui
ermita, mi enkobio, desearle un cúmulo de parabienes a usted y a todos mis amigos y enemigos, ya que éstos los tengo a montones. Pero, como no tengo mala leche, espero no se envenenen con su amargura. También mi agradecimiento a todos y cada uno de los que intervinieron para que se llevaran a cabo esos cuatro conciertos que me emocionaron en serio, entre ellos, la Universidad Autónoma Metropolitana, y su Teatro Casa de la Paz que dirige Jaime Chabaud, y, por supuesto, a ese público que me aguantó más de 60 años arriba de una tarima y me regaló su favor y muchos recuerdos que me llevo como el más preciado trofeo. Sólo puedo decir, ¡muchas gracias!
No puedo negar que mis recuerdos y agradecimiento son para todos los compañeros con quienes compartí en los extraordinarios conjuntos y orquestas a los que pertenecí y me pusieron a gozar noche a noche con su calidad y profesionalismo. Una parte importantísima en mi trayectoria que debo reconocer y, sobre todo agradecer, es para Toño Espino, Armando Thomae y, en segundo término, a casi todos los Guajiros del Caribe, ya que el que tocó la tercera trompeta no merece ni siquiera mi animadversión.
Pasando a cosas mejores, otro capítulo agradable es mi estancia con Los Diablos del Trópico, conjunto eminentemente sonero, que me marcó y lo recuerdo con agradecimiento, sobre todo a Galo Almazán y Luis Lozano Cachimba. Después con Juan Bruno Tarraza y sus Estrellas tuve compañeros de aquellita
: Pablo Zamora Peregrino, Alejandro Cardona, Humberto Cané, Pepe Bustos, primero, y después, Luis González Pérez, bajo la dirección del maestro Tarraza. Más tarde las orquestas de Chucho Rodríguez y Ray Montoya, luego, mis grupos Los Marcianos, Los Cuatro, Sensación Combo y, por supuesto, Lobo y Melón con su grupo.
No puedo negar que tengo sentimientos encontrados, pero eso sí le aseguro, mi asere, me siento agradecidísimo con ese mi queridísimo son cubano que me proporcionó la mayor felicidad al cantar para mí, sin vanidad ni jactancia y poder expresar mi estilo. Como aquel montuno que dice: A mí no me importas tú, ni veinte como tú. Yo sigo siempre en el goce
. Por supuesto lo voy a extrañar, pero me queda el recurso de cantar bajo la regadera.
La razón de mi retiro es irme gozando del favor del público antes de que me lo niegue. Digo esto, porque por fortuna en los cuatro conciertos me demostraron su favor, por eso, ¡muchas gracias! Ya saben, los quiero gratis, les aseguro que no les cuesta nada.
Todo empezó en Olivo 68 al escuchar un son de zaguán que simple y sencillamente me maravilló. Éste, su nagüeriero, con unos cuantos años e ignorante del origen de esta música, quedó prendado y más que eso, se convirtió en adicto del jícamo, saoco y swing que tiene a raudales el primoroso son cubano al que podrán cambiar el nombre, pero nunca su sabor.
Por suerte, he sido testigo de varios cambios así como de apariciones de intérpretes y orquestas que aumentaron mi admiración por la música cubana. Cómo soslayar la calidad de tantos figurones que influyeron no sólo en mí, también en otros compañeros. Recuerdo a Daniel Santos, Miguelito Valdés, Benny Moré, Orlando Guerra Cascarita y seguirán apareciendo otros más a los ya nombrados. Tuve la oportunidad de conocerlos de cerca.
A Daniel lo admiré desde niño con números como Despedida, Perdón, Irresistible, para años más tarde tener una cercanía no sólo de compañeros de escenario. Con Miguelito no fueron sólo Babalú, Bruca Maniguá, también haberle hecho coro en varias ocasiones y encontrarme con él en distintas ciudades. Y, qué decir de Benny Moré a quien también le hice coro y tuvo la atención de llevarse a Cuba el primer álbum de Lobo y Melón con su grupo. Sigo con Cascarita, con el que coincidimos en La Fuente como parte del show de Ninón Sevilla.
Antes de que el alka-seltzer me ataque, quiero dejar en claro que soy admirador de Tony Camargo, al cual le hice coro en varias ocasiones. Una de ellas, con Los Diablos del Trópico, fue mi primera aparición en una grabadora. Hay muchas cosas para recordar en mi trayectoria, por supuesto antes de Lobo y Melón con su grupo y en su momento, que me llenaron de alegría. El haber podido conocer a Mariano Oxamendi, quien me enseñó el abc del son; me sirvió para sortear lo que vino después. Así como compartir tarima en un té danzante con Vicentico Valdés y la orquesta del Pelón Riestra, que me permitió conocer a otro figurón que a la salida de un partido de futbol me invitó a su departamento para regalarme música y años más tarde alternar con él en Los Ángeles, California.
También tengo presente a varios soneros mexicanos que siguieron llenando mis alforjas de conocimientos, entre ellos, a dos que en mi opinión son los más completos que este servidor ha conocido. Sus nombres, Julio del Razo y Nacho Cabezón Téllez.
Dígame, asere, si no puedo llamarme afortunado porque esto sigue. ¡Vale!