s para mí un honor muy especial recibir este premio. En primer lugar por ser la primera vez que es entregado a un científico social. En ese sentido, lo más importante para mí es que se haya reconocido la importancia y la validez epistemológica de este vasto campo del saber. Particularmente importante en un contexto en el que tantos cambios están convulsionando los saberes, las prácticas sociales, las instituciones, los derechos humanos, los regímenes democráticos. Importante también porque vivimos un tiempo de transición paradigmática, en el que la dicotomía rígida entre ciencias naturales y ciencias sociales ya no vale y da lugar a constelaciones de saberes donde se combinan de manera transdisciplinaria conocimientos de diferentes disciplinas científicas, así como conocimientos no científicos nacidos de la experiencia de los pueblos y sus luchas. El ejemplo más contundente es, quizás, la cuestión ambiental. La conferencia intergubernamental sobre cambio climático, realizada hace poco en Cancún, ha mostrado que los retos que enfrentamos nos obligan a ir más allá de las disciplinas y las soluciones técnicas que ellas nos ofrecen. Estos retos implican una dimensión de cambio civilizatorio y suponen la traducción intercultural tanto entre saberes como entre prácticas sociales y sus agentes.
Es también significativo que, dado el pluralismo interno de las ciencias en general, haya sido premiado el tipo de ciencia social crítica que busco realizar desde hace 40 años. Una ciencia social objetiva pero no neutra, una ciencia social comprometida con las luchas de los oprimidos y discriminados, con el fortalecimiento de la democracia de alta intensidad y de los derechos humanos, con la utopía de un futuro poscapitalista y poscolonial, con un horizonte de emancipación; en suma, solidaria y comprometida con la idea de que otro mundo no sólo es deseable, sino también posible.
En segundo lugar, es un honor recibir un premio que pertenece por igual a colegas y amigos mexicanos con quienes aprendí tanto y con quienes compartí tanta labor científica y lucha social. Sería imposible nombrarlos a todos. Pero no puedo olvidar a Pablo González Casanova, Rodolfo Stavenhagen, Enrique Dussel, Héctor Díaz-Polanco, Ana Esther Ceceña, Enrique Leff, Raquel Sosa, Aída Hernández, Carlos Lenkersdorf, Antonio García de León, Bolívar Echeverría, Armando Bartra, Carlos Monsiváis, Gustavo Esteva, Xóchitl Leyva Solano, Hugo Zemelman y José Gandarilla Salgado. A pesar de nuestra gran diversidad de opiniones, hemos convergido en la lucha por una sociedad más justa, más libre, más intercultural; en suma, más democrática.
Pero, esta es la tercera razón del honor de recibir este premio, el conocimiento que construimos se alimenta de la sabiduría de los pueblos y de sus luchas, sean éstas campesinas, obreras, indígenas, de mujeres, estudiantes, desempleados, jóvenes víctimas de la violencia del narcotráfico o emigrantes humillados. Lo aprendí muy temprano cuando, en 1970, viví en una favela de Río de Janeiro. Lo aprendí poco después en el proyecto de educación popular dirigido por Iván Illich en Cuernavaca y compartido con exilados de Brasil y de Chile en un contexto del que México es tan justamente orgulloso, el de dar acogida a todos los exilados de las dictaduras del siglo XX, de Europa y de América Latina. Lo aprendí más tarde en mi solidaridad con la lucha de los pueblos originarios en todo el continente y, en México, con la lucha de los indígenas y zapatistas de Chiapas y de los indígenas y pobladores de Oaxaca. Y finalmente lo estoy aprendiendo con la lucha de tantos jóvenes, hombres y mujeres contra la violencia del narcotráfico que asfixia el país, sobre todo en el norte. Sus opiniones y estrategias de lucha pueden divergir de las oficiales, pero convergen en el mismo objetivo que el señor Presidente formuló en su mensaje de Año Nuevo: Vamos a derrotar a los criminales para construir finalmente un México de paz, seguro, donde nadie esté al margen de la ley y donde nadie viva con temor
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Nosotros, los científicos sociales comprometidos con nuestras sociedades y sus luchas, no podríamos estar más de acuerdo si por paz se entiende una paz justa, por seguridad, una seguridad no represiva y construida a partir del bienestar de las comunidades, y por ley, una ley que sea igual para todos bajo los principios fundamentales de la Constitución respetada por todos y muy particularmente por los tribunales independientes que son sus guardianes máximos. En fin, un prolongado camino por recorrer.
Ciudad de México, 14 de enero 2011. Texto leído por el sociólogo portugués al recibir ayer el Premio México Ciencia y Tecnología 2010.