eí con interés el artículo Magisterio, resultados in- conmensurables
, del ingeniero Manuel Pérez Rocha, publicado el lunes pasado. Estoy totalmente de acuerdo en el gran reconocimiento que da a un maestro suyo, relatando una plática que tuvo con él, la cual le marcó para toda la vida, transformando para bien todo su proceso educativo. En las biografías de hombres destacados por su obra y su legado histórico, nos encontramos un buen número de experiencias similares; recuerdo, por ejemplo, haber leído en las memorias de Winston Churchill, de Albert Schweitzer o de Richard Feynman, cómo una plática, la lectura de un libro o una conferencia les cambió la existencia y les abrió el camino del éxito. Un caso que recuerdo con nitidez es el de Ernest Schakleton, famoso por sus expediciones en la Antártida, para quien la lectura de un libro de Julio Verne le definió su existencia, como seguramente la de otros miles de niños alrededor del mundo; o la historia de Heinrich Schliemann, el padre de la arqueología, cuya vida entera giró en torno de la búsqueda de Troya, luego de que alguien le leyera un pasaje de la Ilíada en su adolescencia. Recuerdo igual el caso de Richard Feynman, uno de los científicos más importantes del siglo XX, para quien un experimento que le enseñó su padre cuando aún era pequeño le llevó, años después, a obtener el Premio Nobel de Física, como reconocimiento a sus aportes a la ciencia. Si, efectivamente, la historia está seguramente llena de hombres ejemplares cuyas acciones se definen no por una magnífica educación, sino por uno, dos o tres sucesos que les cambiaron la vida y su visión de ésta.
Qué bueno que así haya sucedido y siga sucediendo, pero ello de ningún modo invalida los demás esfuerzos que se puedan hacer para mejorar la educación, y uno de ellos tiene que ver precisamente con la realización de mediciones porque, efectivamente, resulta difícil decir que algo ha mejorado cuando ese algo no se puede medir, y esto es particularmente cierto en el caso de las ciencias sociales, donde, por ejemplo, los números que representan la distribución del ingreso nos hablan con bastante certeza de la calidad de vida y de justicia social de un país; ello no quiere decir, desde luego, que todos los números por el sólo hecho de serlo, sean representativos de un fenómeno, de allí que la estadística se utilice de manera tramposa en buen número de casos, lo cual no invalida la estadística como ciencia, del mismo modo que el robo de una o varias urnas en una elección tampoco constituye una razón para desechar la democracia.
Ciertamente que, como dice Pérez Rocha en su artículo, querer medir el conocimiento por el número de bits de información que han sido entregados a los estudiantes de una escuela es una imbecilidad; obtener en cambio un indicador numérico de la capacidad de solución de diferentes tipos de problemas por grupos de estudiantes mexicanos y compararlos (y esto es precisamente una medición) con los obtenidos en grupos de la misma edad de Noruega o Finlandia, es un ejercicio valioso porque nos permite conocer cómo están nuestros alumnos respecto a los de esos países, y de allí aplicar estrategias para corregir nuestro sistema educativo, o los métodos de enseñanza.
Las procesos de evaluación con que hoy se miden diferentes aspectos de la educación no tienen por qué representar ni ejercicios de neófitos, que no tienen nada mejor qué hacer, ni instrumentos demagógicos diseñados para satisfacer el exhibicionismo de nuestros gobernantes: son el resultado de acuerdos aceptados por México al ingresar a los organismos internacionales de comercio, cuyo propósito y naturaleza no son comprendidos ni agradables para esos gobernantes, quienes, desafortunadamente, han sido incapaces de entender su importancia y su trascendencia. Así, las declaraciones recientes del secretario de Educación, con motivo de la publicación de la prueba PISA 2009, me hicieron pensar en un padre que sin entender bien lo que dice, se ufana al comentar que su hijo, que en el pasado había sido reprobado con una calificación de 4 puntos, había logrado superarse este año para alcanzar un nuevo récord de 4.5.
La experiencia señalada por Pérez Rocha tiene además la característica de referirse a un caso particular, de manera similar a los que yo he hecho con mis ejemplos. Sin embargo, al hablar de la educación como un proceso masivo, difícilmente podemos pensar en una estrategia de generación de imprinters, como un Ortega y Gasset, un Ignacio Chávez o un Xavier Barros Sierra, capaces de impulsar los procesos de aprendizaje y detonación de los millones de niños mexicanos que requieren buena enseñanza, la mejor posible. Este tipo de personajes mágicos los habrá siempre, afortunadamente, y debemos crear las condiciones para que haya más, pero eso no invalida la necesidad de recurrir a estrategias para cambiar los modelos de enseñanza que conceptualizan a los niños y jóvenes como meros receptores de la información de sus maestros, por otro en que ellos mismos sean los constructores de sus conocimientos, de manera tal que éstos les sirvan para producir otros, para tomar decisiones, para resolver problemas. Pero invalidar las mediciones o evaluaciones mediante indicadores numéricos, porque algunas se hacen mal, es una actitud equivocada, mejor pugnemos por lograr que éstas se hagan bien y responsablemente.
En lo personal, estoy convencido de que el principal problema de México es y ha sido la ignorancia; sin educación difícilmente podemos tener una democracia de verdad; sin educación, nuestros ingresos como país –pero más importante aún– como familias e individuos reales, no van a mejorar; todos nuestros problemas de contaminación, deterioro ambiental, destrucción de nuestro patrimonio, incluso el de la calidad de nuestros gobernantes y políticos, son todos problemas de mala educación, por ello nuestros esfuerzos deben estar orientados a mejorar la enseñanza como prioridad nacional, y ello implica los más variados esfuerzos. Pensemos también en exigir al gobierno actual que antes de pensar en seguir matando jóvenes, con la justificación de que son presuntos delincuentes, piense mejor en proveerles educación y con ello abrirles otras oportunidades.