E
n un momento en que nuestro diálogo se ha dividido tanto, en el que con tanta facilidad culpamos de todos los males a los que piensan distinto de nosotros, es importante que nos tomemos un minuto para asegurarnos de que estamos hablando los unos a los otros de una forma que cura y que no hiere
, dijo entre aplausos. Sólo un discurso más civil (sic) y honesto, puede ayudarnos a enfrentar a nuestros retos como nación
(adn.es/internacional). Agregó el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a su discurso en Tucson, Arizona, en la frontera con México, el 12 de este mes, en el homenaje póstumo a los caídos en la sangrienta balacera que desató Jared Loughner, de 22 años, en el atentado que lanzó principalmente contra la legisladora demócrata Gabrielle Giffords, del que resultó con una grave herida en la cabeza que la ha mantenido hospitalizada hasta ahora, luchando por su vida.
No fue la también joven legisladora Giffords la única víctima de la balacera, hecho que hasta ahora sigue en el misterio, inexplicado, si es que tiene explicación un acontecimiento como éste, en el que murieron seis personas –incluida una niña de nueve años– y resultaron heridas otras 14.
La menor Christina Taylor fue recordada durante el funeral efectuado en la capital de Arizona, por su familia, padre, madre y hermano mayor. De esta manera se mezclaron las angustias de la persona humana representada por algunos cientos de ellas vestidas de blanco y con flores, que se reunieron en las afueras de la Iglesia católica Saint Elizabeth Ann Seton, y también igualmente apesadumbrados, con nada menos que el presidente Barack Obama encabezándolos, a los políticos estadunidenses que asistían a este acto verdaderamente desconcertados por el grado de violencia desatada tan irracionalmente y con tamaña brutalidad, como pudo haber sido en Vietnam o en Irak por los soldados enloquecidos como consecuencia de las inhumanas condiciones de vida a las que fueron sujetos durante el desarrollo de esas guerras.
El presidente Obama usó las armas que le son más propias a los jefes de Estado. De inmediato, se le reconoció en los medios que mostró nuevamente sus habilidades políticas que lo llevaron a la presidencia estadunidense, y que en los meses recientes habían estado a faltar en ese país, trayéndole al presidente graves consecuencias en lo que a popularidad se refiere, lo cual es en ese país algo por lo que ningún presidente querría pasar. Lo cierto es que Obama recogió el guante, y se creció al castigo, en medio del pesar y el dolor que privaban en este acto luctuoso, conmovió a la opinión pública de Estados Unidos, incluso trascendió sus fronteras y causó en la esfera internacional un fuerte impacto positivo para él, como mandatario sensible al dolor humano.
No es verdaderamente un tema este de la violencia desenfrenada y de carácter masivo –que hiere y mata, lo mismo a un servidor público que a un inocente menor de edad, o a una luchadora por los derechos humanos, que a un narcotraficante, realmente combatiente, que participa, en uno u otro bando de la explotación y comercialización de las drogas cuyo uso en grado de adicción causa tantos problemas sociales que tal parece que se ha ido de las manos a las autoridades responsables, su erradicación o su control– asunto que los mexicanos comentemos críticamente sin el riesgo de incurrir en, como dice el refrán popular, en el vicio de ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio. Pero es algo que no por haber sucedido un acto tan violento, al otro lado de nuestra frontera, podría pasarnos desapercibido. Es que sentimos lo mismo lo que pasa en nuestro país que lo que sucede fuera de él. Aunque la responsabilidad histórica sea de muy diferente grado en uno que en otro caso.
Ahora que, resulta que en esta matanza de Tucson, casualmente hubo un acto heroico que logró desviar en alguna medida las balas asesinas destinadas a la legisladora Giffords, y de esta manera se atenuó el efecto buscado por el asesino. Ese acto heroico fue llevado a cabo por un mexicano que se encontraba en el lugar de los hechos –suponemos que accidentalmente–, pero que no dudó en interponerse a las balas asesinas, malogrando la intención violenta y atentatoria del joven delincuente Jared Loughner. El nuevo héroe es Daniel Hernández, quien ya hizo mérito de su acto, el propio presidente Obama, y fue aplaudido por los asistentes al acto luctuoso en el que el mandatario recobró la iniciativa política, y su popularidad, no únicamente entre los demócratas, sino que también entre los republicanos de oposición en este momento. Enviamos desde nuestro periódico un saludo a Daniel Hernández, y le damos las gracias por este respiro de oxígeno sin CO2.
Por lo que se refiere al discurso de Obama, el llamamiento a sus conciudadanos para actuar con mayor cordura, cortesía y civismo, expresamos solamente nuestro deseo, de que sea escuchado por sus destinatarios, y de que tenga repercusiones hacia los mexicanos que, como Daniel, son gente de bien que busca mejores fuentes de trabajo del otro lado de nuestras fronteras. Pero que llegado el caso se manifestarían del mismo modo en favor de la ley aun exponiendo su propia vida, porque así lo aprendieron en México, que es su patria, y que no lo olvidan.