Opinión
Ver día anteriorMartes 18 de enero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Inhumanos
F

ernando Savater inicia el primer capítulo de su El valor de educar, para comenzar a sentar las bases de los valores morales involucrados en la educación, con estas líneas: “En alguna parte dice Graham Greene que ‘ser humano es también un deber’. Se refería probablemente a esos atributos como la compasión por el prójimo, la solidaridad o la benevolencia hacia los demás que suelen considerarse rasgos propios de las personas ‘muy humanas’, es decir aquellas que han saboreado ‘la leche de la humana ternura’, según la hermosa expresión shakespeariana. Es un deber moral, entiende Greene, llegar a ser humano de tal modo. Y si es un deber, cabe inferir que se no trata de algo fatal o necesario (no diríamos que morir es un ‘deber’, puesto que a todos irremediablemente nos ocurre): habrá pues quien ni siquiera intente ser humano o quien lo intente y no lo logre, junto a los que triunfen en ese noble empeño. Es curioso este uso del adjetivo ‘humano’ que convierte en objetivo lo que diríamos que es inevitable punto de partida. Nacemos humanos pero eso no basta: tenemos también que llegar a Serlo. ¡Y se da por supuesto que podemos fracasar en el intento o rechazar la ocasión misma de intentarlo! Recordemos que Píndaro, el gran poeta griego, recomendó enigmáticamente: ‘Llega a ser el que eres’”.

Son las primeras líneas de El valor de educar porque la familia-escuela, en primer lugar, la escuela de los profesores y los alumnos, la ciudad-escuela, la sociedad-escuela, abre o no abre, o abre con mil insuficiencias, las muchas puertas que el niño que apenas balbuce, comienza a cruzar para recorrer el extraordinariamente complejo proceso de convertirse en humano, que no es al nacer, cuando sólo es un humano-promesa, un humano potencial cuyas probabilidades de llegar a serlo son, hoy por hoy, reducidas en estos lares. Aparecerá frente a cada uno un camino azaroso, fortuito, incierto, que eventualmente le permitirá llegar a ser un humano, se lo permitirá a medias, o se lo negará rotundamente. Ese ser potencial que es al nacer será humano o inhumano, o extraordinariamente humano o brutalmente deshumanizado. Todas las escuelas señaladas hacen su parte, pero la calidad de ese potencial que ha nacido y empieza por balbucir, también es fortuito. Pasando por las mismas escuelas, el alcance de la humanización conseguida varía de una persona a otra.

Esas escuelas, de otra parte, no son iguales en tiempos y lugares diversos, mejoran o empeoran, y todo está ante nuestros ojos. Algunos tendrán conciencia de sí, muchos serán productos netos de la forja de esas escuelas que pudieron ser algo cercano al averno, de lo que tienen escasa conciencia.

Más de 30 mil asesinados en el sexenio de la escuela-guerra de Calderón, miles de acribillados, degollados, decapitados, desmembrados, dan cuenta de la amplitud de la deshumanización forjada por una sociedad-escuela de la deshumanización. Homeless, huérfanos de todo, pobres de toda pobreza, ninis por miles y miles, pésimas escuelas-familia de familias desechas por la miseria, la falta de ocupación o empleo, por escuelas-Gordillo Morales, por la ausencia de capacitación para el trabajo y la expatriación total del conocimiento, configuran el inmenso constructo social de la delincuencia ubicada en todos los deciles de ingreso. En todos porque los peores asesinos han accedido con las armas asesinas al decil 10 de la distribución del ingreso. Hoy por hoy, en México, una de las expectativas más altas de la gigantesco precarismo, es ingresar a la escuela-deshumanización, porque a todos les sobran credenciales para aprender en un dos por tres, el know how de los levantones, de los apuñalamientos, del uso competente del cuerno de chivo, de la compra corrupta de los servicios del Poder Judicial, de la huida de las cárceles.

El conjunto de esas escuelas de la vida de México son la otra cara del inconmensurable déficit institucional, de la pírrica gobernanza, de la falta integral en el oficio de la política, de la entera ausencia de un proyecto para la nación, del destierro de una idea fuerza que renueve expectativas positivas en franjas crecientes de la población. El campo está abierto a la luz del día para el crimen, porque su majestad la impunidad reina a sus anchas a lo ancho y a lo largo de la República. Puedes, mexicano delincuente desalmado, hacer lo que te venga en gana, porque las probabilidades de que seas hecho preso se aproximan a cero, y aun detenido, tienes posibilidades altas de escapar, o de comprar tu salida, como el Chapo Guzmán y tantos otros.

¿Hay salida? Túnez acaba de dibujar una esperanza. Su población, totalmente desorganizada, terminó con 23 años de dictadura. Nuestro túnel es distinto, pero la resistencia de quienes han permanecido en el espacio civilizatorio no es infinita.

¿Cuántos países eran hace 30 o 40 años economías más pobres y casi tan desiguales como México, y hoy son países construyendo un futuro preñado de promesas y posibilidades? Si estos países hubieran estado al lado del desenfrenado consumidor de drogas que tenemos como vecino, y se les habrían cerrado tantas puertas como a los mexicanos, esos países estarían plagados de delincuentes como hoy está México. La situación de México no durará así para siempre.