reo que la reconversión del SNTE es clave para la reforma educativa. No soy anti-sindicalista pero es imposible dejar de ver que el gremio de los trabajadores de la educación, con sus rasgos actuales, constituye el principal obstáculo para mejorar la calidad de la educación y levantar al sistema educativo a la altura que las circunstancias demandan.
El SNTE no sólo es un sindicato cupular y antidemocrático, es una estructura corporativa heredada del antiguo sistema político, que desde su origen fue dotada de condiciones y privilegios que atropellan los derechos laborales y los derechos humanos de los trabajadores, además de obstaculizar la modernización educativa.
Normas equívocas, atribuyen al SNTE y a sus dirigentes facultades excepcionales: primero, el Estado reconoce al SNTE como representación única de los trabajadores educativos; segundo, al recibir su plaza un trabajador pasa automáticamente a formar parte del SNTE sin que nadie le pida su opinión; tercero, la ley caracteriza como trabajadores de base a empleados que ocupan posiciones directivas (como el puesto de director, inspector o jefe de sector). Esto último trastorna el mecanismo jerárquico base del funcionamiento de toda organización social.
Por añadidura, 50 por ciento de las plazas generadas las controla el sindicato, y el personal con el cual opera la maquinaria sindical son trabajadores (muchos de ellos profesores) comisionados
. Don Jaime Torres Bodet se quejaba amargamente de que todas las correas de transmisión que existían entre la autoridad educativa y las escuelas estuvieran controladas por el sindicato. Las mejores ideas pedagógicas se desnaturalizan en el camino, porque los intereses del sindicato –de no cambiar su estructura– no son, no han sido, ni serán los mismos que los de la autoridad.
El SNTE nació con todos los vicios del “sindicalismo charro”: antidemocracia sindical, control político de sus bases, intolerancia hacia la disidencia, corrupción, métodos gangsteriles, complicidad con el poder, etcétera. Pero la principal mercancía que ha vendido el SNTE al poder público es de naturaleza política.
Los líderes del SNTE viven de impresionar a los gobernantes. Lo primero que proclaman es que su sindicato es la organización sindical más grande del país, (aproximadamente 1.2 millones de miembros, aunque los líderes sindicales dicen que son 1.8) además, el sindicato de trabajadores de la educación presume de que la mayoría de sus miembros, en tanto maestros, son líderes naturales
de las comunidades en que trabajan, por tanto, el SNTE puede ser un factor determinante en cualquier elección.
Se trata de un poder aparentemente formidable y con él apoyan o amenazan a los gobernantes federales y locales. Lo que no dicen, desde luego, es que los líderes del sindicato no cuentan con el consenso de sus bases. ¿Porqué no preguntar a los trabajadores qué opinan de la presidenta del SNTE? Tristemente, los líderes del SNTE son, en México, personas desprestigiadas que han devenido símbolo del sindicalismo corrupto, predador y rapaz que ha generado una sociedad evidentemente enferma.
Lo más alarmante es que la autonomía de la educación es recurrentemente violada por este sindicato político
cuya influencia sobre el funcionamiento del sistema educativo es indudable. Este cuadro se ha agravado con la creación del Panal, partido político creado por la lideresa del sindicato, que se ha presentado como el partido de los maestros
y se ha construido con recursos financieros provenientes de las cuotas o con dinero canalizado subterráneamente por la misma SEP. El caso es que con esto se ha atropellado todo principio moral o jurídico, mientras gobernantes y sociedad se mantienen como meros espectadores del desastre educativo.