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Se fue El Tatic

Deja la esperanza en un mundo distinto: Vera

¡Queremos obispos al lado de los pobres¡
 
Periódico La Jornada
Martes 25 de enero de 2011, p. 3

La Plegaria del labrador despide a Samuel Ruiz, el mediador, el obispo de la teología con rostro indio. Pero los amigos y seguidores que han hecho la larga espera del cuerpo se niegan al remate del amén que dice la canción de Víctor Jara. Y entonces se desempolva otra vieja consigna: ¡Queremos obispos al lado de los pobres!

La tarde ha sido larga. La preparación del cuerpo, que será sepultado el día 26 en la catedral de San Cristóbal de las Casas, ha demorado más de lo previsto. De modo que la misa no es de cuerpo presente.

La voz cantante corresponde al obispo Raúl Vera, único purpurado presente en medio de varias decenas de curas y religiosas. Se lee un pasaje bíblico. Vera halla que Samuel Ruiz fue como el profeta Jeremías, un hombre que vivió y experimentó la contradicción.

Un hombre que llegó conservador de Guanajuato, como han reseñado sus biógrafos, y se radicalizó en la dura vida de los indígenas de Chiapas. Aunque quizá Vera está pensando en otra cosa cuando habla de contradicción. Porque define a Ruiz como una persona cuyas acciones eran discutidas y condenadas por una parte de la sociedad.

Calumniado

En 1994, cuando Samuel Ruiz fue pieza clave en el diálogo entre el gobierno y los alzados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), cuando ofreció la catedral donde reposarán sus restos para el Diálogo de Paz, el obispo emérito fue no pocas veces calificado de “instrumento de Marcos” y otras linduras, eso, cuando no se le colgaba la etiqueta de sucesor del obispón rojo, como sus malquerientes llamaban a Sergio Méndez Arceo.

Esa parte de la sociedad, en todo caso, no ha hecho presencia. Están aquí activistas y oenegeneros de todos los colores, montones de monjas a quienes el obispo abrió las puertas de la diócesis para trabajar al lado de los indígenas, jóvenes y viejos que aún se asumen zapatistas. Una porción de los pobres y de quienes trabajaron con él, personas para quienes Ruiz fue, dice Vera, “una luz potente en quien se cumplió íntegramente aquello que Dios le dijo al profeta: ‘Desde hoy te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos, para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar’ (Jer.1,10).”

Es apenas el comienzo de la despedida. Samuel Ruiz vino a morir en un hospital de la ciudad de México, y por ello el homenaje y la misa, a fin de cuentas breves, en la capilla del Centro Universitario Cultural.

Los restos de Samuel Ruiz llegan pasadas las siete de la noche. Un breve sainete motivado por la imprudencia de los reporteros y la falta de coordinación de los organizadores da lugar a gritos de Pueblo sí, prensa no. Pasa rápido.

“Como dijo Óscar Arnulfo Romero: ‘cuando yo muera resucitaré en mi pueblo’”, dice el obispo Raúl Vera, y da paso al desfile de los asistentes. Decenas de personas tocan el féretro, lloran, se persignan, al son de Yo te nombro, libertad, de Gian Franco Pagliaro, que canta, más fuerte que todos, el sacerdote Heriberto Cruz, ordenado por Ruiz en 1980.

El único político que todavía anda por ahí es Manuel Camacho, quien encabezó la delegación del gobierno en aquellos diálogos de la Catedral. Se han ido hace unas horas la diputada Josefina Vázquez, Luis H. Alvarez y Cuauhtémoc Cárdenas. Nadie parece reconocer al ex gobernador de Chiapas Pablo Salazar, quien cuenta una anécdota para ilustrar las habilidades del obispo Ruiz en su manejo con la prensa.

Para nosotros era un referente desde antes del alzamiento zapatista, dice Bertha Luján, integrante del gobierno legítimo y alguna vez parte de las huestes del sindicalismo ligado a los religiosos progresistas. Llegamos a participar en reuniones donde se planeaban las luchas contra los hacendados, contra las tiendas de raya, reuniones nocturnas donde sólo se iluminaba el rostro de quien hablaba.

Foto
Roberto GarcíaFoto Roberto García

Heriberto Cruz dice que el obispo emérito estuvo lúcido hasta la tarde de ayer, que entonces dejó de hablar, pero aun así dio la bendición a sus guardaespaldas (los chicos malos), porque ellos se la pidieron. Su rostro era de paz.

Cruz dispara historias una tras otra. Lo recuerda en sus recorridos por las comunidades indígenas de Chiapas, vestido de lo más sencillo, los zapatos enlodados, el tzotzil en la lengua y las noches cuando dormía sobre tablones. ¿Será obispo este señor, me decía yo? Recuerda también una vez que el arzobispo emérito de Oaxaca, Bartolomé Carrasco, estuvo a punto de hincarse frente a Ruiz, porque le había fallado, y que entonces lo llamó profeta y formador de profetas. Luego, tira un saco –o una sonata– para quien le ajuste: Esos son los hombres (Carrasco, Ruiz) que hacen creíble a la Iglesia, son los que salvan a la Iglesia.

En el púlpito y los pasillos se salpican los recuerdos en la larga espera. El jesuita Mardonio Morales recuerda a los indios de Bachajón pidiendo la devolución del Espíritu Santo, lo que a la postre se tradujo en el diaconal, esa suerte de ayudantes de la diócesis que, casados y con hijos, pueden celebrar ritos, para disgusto del Vaticano.

Otras historias son para valorar cómo, hasta sus últimos días, Samuel Ruiz siguió poniendo su nombre y sus esfuerzos para ayudar a los pueblos indios y a la paz. Congruente, consistente, coherente y más bien muy callado, lo recuerda Gilberto López y Rivas, quien con él compartió asiento en la comisión para mediar entre el gobierno y el Ejército Popular Revolucionario.

Samuel Ruiz muere la víspera del aniversario 51 de su llegada al obispado. Hace casi 11 años el Papa aceptó su renuncia por edad, y con su muerte, dice el obispo Vera, nos deja la herencia de la esperanza en un mundo diferente, en un México justo, en un México en el que reine la paz. Con su sabiduría de la vida, con su testimonio de fe, con su amor por la familia humana, nos dice: tienen que luchar, tienen que ser valientes, pues el triunfo del bien sobre el mal está asegurado, que no decaiga nunca su fortaleza, que no les venza nunca el desánimo.

Se van los restos de Ruiz, en medio de cantos de protesta que no sonaban aún cuando, en 1969, se convirtió en el sucesor de fray Bartolomé de las Casas.

No hay en la despedida figuras del PRI, pero entre los asistentes figuran personajes de chile, dulce y manteca, quizá porque Samuel Ruiz, como dice Blanca Martínez, ex directiva del centro Frayba de Derechos Humanos, él supo hacer equipo con la diversidad que éramos. La corona en el centro es, por ejemplo, de las Católicas por el Derecho a Decidir, aunque en materia de derechos reproductivos el obispo nunca fue, digamos, distante de la línea vaticana.

Se va a Chiapas, su lugar, con las palabras de Vera, su efímero sustituto, movido por el Vaticano cuando comenzó a andar los pasos de El Caminante: “Dichoso tú, Tatic Samuel, que fuiste objeto de injurias y calumnias; de innumerables persecuciones, de vituperios, de insultos por la causa de Jesús, que es la plenitud de la vida de los pobres, la plenitud de la vida para todos los seres humanos en esta tierra… Dichoso tú, Tatic Samuel, que hoy disfrutas de la recompensa de los justos”.