rente al aniquilamiento de que eran objeto los indios desde el siglo XVI, fray Bartolomé de las Casas, tercer obispo nombrado para Chiapas, que por fin pudo llegar a su diócesis, afirmaba que éstos morían antes de tiempo
. Como misionero cristiano, opinaba también que “más valía un indio ‘pagano’, pero vivo, que bautizado, pero muerto”. Y por ello dedicó 52 años de su longeva vida (82 años) a luchar a todo nivel, dentro del sistema colonial, por el reconocimiento de la dignidad y los derechos individuales y colectivos de sus pueblos: vida, libertad, cultura, religión, propiedad, y formas de asociación y de gobierno. Es decir, para que vivieran todo el tiempo de su entera vida, en plenitud.
Ello le valió no sólo el haber sido amenazado de muerte y expulsado con artimañas políticas de su diócesis a los tres años de haber tomado posesión de ella, sino también, lo que es más doloroso, el haber sido malinterpretado y denunciado como adversario de la labor evangelizadora por sus compañeros misioneros, como el franciscano fray Toribio de Benavente, Motolinía.
Como expresó con toda honradez entre otras cosas el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en su comunicado del pasado miércoles por la noche, j’Tatic Samuel no sólo se preocupó por la grave situación de miseria y marginación de los pueblos originarios de Chiapas, también trabajó, junto con su heroico equipo de pastoral, por mejorar esas indignas condiciones de vida y muerte
.
A ello dedicó también el 35 sucesor de fray Bartolomé de las Casas 41 años de su trabajo episcopal y 51 de su fructífera vida. Ello le valió igualmente el haber sido dentro de la Iglesia objeto de incomprensiones, desaires, malinterpretaciones, cobardías, denuncias, aislamientos y componendas con los señores de este mundo. Y de vituperios, calumnias, difamaciones, persecuciones y amenazas de muerte fuera de ella.
En su documentada biografía, titulada Samuel Ruiz. El caminante, Carlos Fazio reporta dos de estas últimas. Una que llegó a la casa del obispo y a la de los dominicos en San Cristóbal de Las Casas el 12 de noviembre de 1993, a través de un panfleto con la advertencia: si no te vas de Chiapas, te vamos a matar
, y una calavera escrita en verso con palabras soeces y repugnantes.
La muerte lo estaba espiando /Sabía de sus fechorías /Ya se le andaba escapando /Estaban contados sus días
, decía en uno de sus pésimos párrafos aquel panfleto, que el entonces vicario de la diócesis, el dominico fray Gonzalo Ituarte, divulgó de manera oportuna ante la prensa, justamente en los días en que se frustraba en la Conferencia del Episcopado Mexicano, por deshonesta, la movida político-religiosa del nuncio de apartar a don Samuel de su diócesis. Y otra que, refiriéndose a declaraciones del canciller de la diócesis, David Méndez, reporta de la siguiente manera: En junio de 1992, los ganaderos de Ocosingo y Altamirano habían pretendido contratar a un pistolero con el propósito de ultimar a don Samuel Ruiz y a sacerdotes y religiosas de la región. Pero uno de los participantes dio a conocer el plan y la reacción fue una andanada de manifestaciones de solidaridad con el obispo, e incluso el presidente Salinas tuvo que intervenir en el caso. El gobernador de Chiapas, Patrocinio González Garrido, debió designar al secretario general de Gobierno, Juan Lara Domínguez, como agente del Ministerio Público para que se dedicara personalmente al asunto
(p. 252).
Históricamente quizás valga la pena agregar ahora que don Samuel completó sus días –gastándolos como fray Bartolomé de las Casas por la dignidad y los derechos individuales y colectivos de los indios y sus pueblos– que fuimos Carlos Payán, entonces director general de La Jornada, y un servidor, los que denunciamos ante el entonces secretario de gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, por más absurdo que parezca, ese complot para asesinar a don Samuel, con el argumento de que ello podía desestabilizar la región y el país, luego de que el mencionado canciller me entregó personalmente y con urgencia aquí en la ciudad de México los nombres de los conspiradores, el de la finca y la fecha en la que habían urdido su asesino plan.
Para su desgracia, habían sido las indias y los indios quienes los habían descubierto y reportado inmediatamente a la diócesis, para proteger la vida del j’Tatic.
Y también he de decir que el secretario de Gobernación los identificó enseguida con pelos y señales, tan pronto como se los mencioné, entendiendo perfectamente el peligro, y que, por paradójico que parezca, él ofreció proteger directamente con su personal y de manera discreta desde el día siguiente la vida del j’Tatic, lo cual cumplió.
Ya incluso había alertado desde la mañana de ese mismo día al presidente, gracias a las instancias de Carlos Payán. Lo demás lo cuenta Fazio. Hace 11 años, en una reunión de amigos y amigas de la diócesis con don Samuel en San Cristóbal de Las Casas, el j’Tatic me autorizó que contara este episodio desagradable de su vida, como tantos otros por su compromiso, y añadió que después lo iba a complementar.
Narró que un domingo, al final de la misa de la tarde, se le acercó una mujer para decirle que gracias a la diócesis no se había quedado viuda. Cuando don Samuel le preguntó extrañado por la causa de su agradecimiento, ella respondió que porque era la esposa del que lo iba a matar. “Porque ustedes los descubrieron y denunciaron –respondió–, no me quedé viuda, pues después de asesinarlo a usted, iban a matar a mi marido”. El j’Tatic Samuel sigue viviendo, ahora plenamente.