Una mezcla de juveniles y veteranos auriazules se impuso con disciplina y atrevimiento
El portero Alejandro Palacios tuvo una destacada actuación; repelió varios embates
Fue un gran trabajo contra rivales peligrosos que tienen gol, pero mis jugadores se muestran certeros: Memo Vázquez
Lunes 31 de enero de 2011, p. 2
Si la venganza es un plato que se degusta frío, Pumas no tuvo paciencia. Hincó la cuchara cuando la sopa aún estaba tibia y le cobró a Monterrey la afrenta por echarlo en las semifinales del torneo anterior.
Lo hizo con la suficiente firmeza que deja el resentimiento de un trago amargo mal digerido y con la disciplina necesaria para enfrentar a un equipo que puede darse el lujo de tener otro plantel de titulares
sentado en la banca.
Lo cobró además, con un dejo de atrevimiento, casi insolencia, con un cuadro que apuesta por los jóvenes, en el que incluso un veterano como Leandro Augusto fue relevado por Érick Vera, un muchacho que ayer jugó por primera vez en un torneo de liga.
Primero respondió Juan Carlos Cacho con una anotación que debe mucho a la velocidad de Dante López. Luego fue Martín Bravo, cuya insistencia fue premiada con un disparo enfurecido desde la banda derecha; pero si la venganza tiene algo de poesía, ésta llegó con una volea que encajó Javier Cortés y que rubricó el partido.
Hizo una pared con Castro, se desplegó hacia la banda derecha, recibió el servicio, y como si el pie se mandara solo, recetó de aire un tiro cruzado que el guardameta Jonathan Orozco siguió con la mirada mientras volaba inútilmente hacia su costado izquierdo.
Pese a la falta de condición, Monterrey consiguió un empate que le devolvió confianza. Luis Fuentes titubeó demasiado en el partido, y al perder la posición contra Osvaldo Martínez le dejó ir el peso del cuerpo, que el jugador rayado no desperdició para aflojar los músculos y caer desmadejado. El árbitro Mauricio Morales decretó el penal contra los auriazules y Humberto Suazo lo cobró. Por supuesto, no falló.
Cada jugador del conjunto de la UNAM salió a cumplir de manera obsesiva con la función asignada por el técnico Memo Vázquez. La defensa se movía como un ballet, en la que el paraguayo Darío Verón hizo de solista; la media cancha fuerte y ávida del balón, y en el ataque los arrebatos demoniacos de Dante López y Martín Bravo.
En Ciudad Universitaria el técnico Víctor Manuel Vucetich fue prudente, tal vez demasiado. Visualizó a sus jugadores como si fueran piezas de un ajedrez imaginario para resistir el previsible embate del cuadro local, pero con la paciencia del cazador que conoce la superioridad de su armamento. Una palanca que funciona por derecha o izquierda, con Aldo de Nigris y con Humberto Suazo, y cuyo perfecto punto de apoyo es Neri Cardozo. Un artilugio ofensivo que intimida.
Con esos argumentos Monterrey parecía amenazante y sugería que en cualquier momento avanzaría en un contragolpe, en espera de que alguno de sus delanteros recibiera una pelota.
Para anular el riesgo, la defensa auriazul trabajó de manera coordinada. El afeitado Verón tuvo duelos cara a cara con el también afeitado Chupete Suazo. La pierna del paraguayo anuló el botín del chileno. Pikolín y Velarde lo acompañaban, porque ahí estaba atento De Nigris, y eventualmente un escurridizo Cardozo.
Sin embargo, hay que decirlo, nada se habría conseguido en CU sin los finos reflejos del guardameta Alejandro Palacios, quien detuvo varios disparos y remates que parecían destinados al gol.
Rechazó y atajó en un mismo embate los tiros de Basanta y Mier; aguantó y atrapó un ataque conjunto de Suazo y De Nigris. En una jugada titánica, el Cherokee Pérez disparó a medio metro de la línea de gol, cuando Pikolín estaba abatido; apenas tuvo tiempo de medio levantarse y, de rodillas, puso el pecho para recibir el proyectil. La afición se quedó sin aliento. Luego corearon: por-te-ro-por-te-ro.
Como fiera herida, Monterrey empezó a boquear y dio los últimos visos de su potencial ofensivo. Cardozo corrió desesperado para no desperdiciar ni una pelota y en una carrera loca se le terminó la cancha y estuvo a punto de lastimarse al estrellarse con una valla.
En los estertores del juego, Chupete sacó la clase y se metió entre la zaga felina, retrasó para dejar todo en los pies de Martínez, quien remató un derechazo impetuoso que Palacios no pudo parar. Con ese gol los Rayados terminaron metidos en la zona felina y a punto de conseguir el empate.
Apuros que pudieron salir muy caros –admitió al final el técnico auriazul Guillermo Vázquez–, por no cuidar la pelota como hicieron gran parte del juego.
Un gran trabajo contra rivales peligrosos que tienen gol
, dijo el timonel, quien agregó: Vamos bien, los jugadores están siendo atrevidos y certeros, eso es un aliciente; además de que en la defensa hemos tenido solidez.
Los jugadores del Monterrey abandonaron el campo con caras largas, porque saben que un campeón con tres caídas en cuatro fechas despierta suspicacias.
En contraste, Pumas celebraba en el centro de la cancha con su afición, como si hubiera ganado algo más que tres puntos, además de mantener lo invicto y la satisfacción de cobrar revancha.