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Don Samuel, el obispo de los indios
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atrocinio González Garrido gobernó Chiapas entre diciembre de 1988 y enero de 1993. Defensor de caciques y latifundistas, de vocación autoritaria y racista, chocó sistemáticamente con Samuel Ruiz. Le resultaba inadmisible que el pastor defendiera a los pobres y a los indígenas. Les devuelvo a los indios sus tierras cuando usted les regrese su religión, le replicó al obispo en tono sacrcástico en una ocasión, ante sus demandas de justicia.

Curiosa ironía. Mientras los políticos tradicionales como González Garrido le recriminaron a Samuel Ruiz que utilizara su investidura para defender a los pueblos originarios, los sectores más tradicionalistas de la Iglesia católica lo acusaron de no ser suficientemente ortodoxo en cuestiones religiosas.

La posición del obispo, sin embargo, fue siempre muy clara. En su carta pastoral En esta hora de gracia, de octubre de 1993, señaló que la esquizofrenia religiosa que vive el indígena desde la guerra de Conquista no desaparecerá, sino hasta cuando se viva una tal inculturación del evangelio, que dé sus frutos en sus propios ministros, en la reflexión de su fe con sus propios medios culturales, en la celebración de los sacramentos manifestados con sus propias expresiones étnicas.

El obispo Felipe Arizmendi hizo un recuento de la labor de su antecesor en este terreno. En la homilía en la misa exequial de don Samuel, resaltó como parte de su legado: la promoción integral de los indígenas, para que sean sujetos en la Iglesia y en la sociedad. La opción preferencial por los pobres y la liberación de los oprimidos. La libertad para denunciar las injusticias ante cualquier poder arbitrario. La defensa de los derechos humanos. La inserción pastoral en la realidad social y en la historia. La inculturación de la Iglesia, promoviendo lo indicado por el Concilio Vaticano II, que haya iglesias autóctonas, encarnadas en las diferentes culturas, indígenas y mestizas. La promoción de la dignidad de la mujer y de su corresponsabilidad en la Iglesia y en la sociedad. Una Iglesia abierta al mundo y servidora del pueblo. El ecumenismo con toda religión. La teología india, como búsqueda de la presencia de Dios en las culturas originarias. El diaconado permanente, con un proceso específico entre los indígenas. La reconciliación en las comunidades. La unidad en la diversidad.

Años antes, cuando el obispo dejó la diócesis, su amigo Andrés Aubry señaló otros aspectos de su legado en la innovación pastoral, como la promoción de talleres de teología india a partir del patrimonio conceptual de las lenguas indígenas y de la palabra antigua del pensamiento maya, y el impulso para repensar la catequesis, liturgia, institucionalidad y espiritualidad. Sin embargo, no pudo cumplir uno de sus sueños más queridos: ordenar en su diócesis los primeros sacerdotes indígenas de Chiapas.

En México y América Latina las relaciones entre el mundo indio y la Iglesia católica distan de ser sencillas y armónicas, y los religiosos que han procurado modificar de raíz esa situación han sido frecuentemente criticados dentro de su institución. Don Samuel no fue la excepción. Pero los ataques en su contra fueron frecuentes tanto dentro de la Iglesia católica como fuera de ella. La única manera de ser universal en América Latina es estando con los pobres, decía para molestia de los grupos de poder.

Pocos personajes han influido tanto en la formación del movimiento indígena moderno en México como lo hizo Samuel Ruiz. Pocas personalidades han cambiado tanto su visión del mundo y la vida por la acción de los pueblos indios como lo fue el responsable de la diócesis de San Cristóbal de las Casas. Los pueblos originarios lo convirtieron en un prelado diferente al que era; a cambio, él les ayudó a reconstruirse como sujetos de su historia.

Más que un hombre de ideas, fue un hombre de acción, generador y facilitador de la organización colectiva para responder a la realidad y transformarla. Para él, era la experiencia del pueblo lo que conducía a la reflexión teológica, y no al revés. A pesar de ser doctor en teología, practicó la humildad académica y fue muy crítico de quienes sostenían la primacía de lo intelectual por sobre la acción. Siempre se cuidó de no sustituir la realidad por la reflexión filosófica.

Su capacidad para estimular y articular la energía social hacia la movilización colectiva y la construcción de organizaciones indígenas tuvo importantes consecuencias. Muchas de las organizaciones campesinas e indígenas modernas en Chiapas que luchan por la tierra, la salud, la educación y la autogestión productiva nacieron a mediados de la década de los setenta, como resultado de la combinación de la lucha emancipadora desde abajo de las comunidades rurales y la labor pastoral. Con frecuencia, el obispo y la red religiosa que construyó sirvieron como sombrilla protectora a la lucha campesina e indígena en la región.

Samuel Ruiz fue un puente privilegiado entre el mundo indio y la Iglesia católica. Hizo su misión pastoral al revalorar la riqueza y los derechos de la cultura indígena, y rescatar su papel como elemento central para afirmar su dignidad como pueblos. Hombre de Iglesia disciplinado, no renunció nunca a defender la lucha por la libre determinación de los pueblos originarios. En el mejor sentido de la palabra, fue el obispo de los indios.