n gato negro apareció cuando se abrió la puerta de cuadrillas y se paseó divertido hasta que lo regresaron al callejón y las flamencas en la plaza se regresaron al hotel. Todo esto en la primera de las corridas de aniversario de la Plaza México. Mucho ha llovido en estos 65 años en que por primera vez partieron plaza en este ruedo El Soldado, Manolete y Procuna. El festejo despertó gran expectativa por la conjunción de Enrique Ponce y Sebastián Castella alternando con El Zotoluco y El Zapata. El boletaje se había terminado desde días anteriores y la reventa en su apogeo.
La gran expectación provocada por el diestro valenciano Enrique Ponce y el torero francés Sebastián Castella encontraron eco en el triunfo de ambos con corte de orejas y salida a hombros triunfal. El único problema fueron los novillones de cuatro ganaderías que aparecieron por la puerta de toriles: Teófilo Gómez, Julio Delgado, Campo Real y Garfias. Toritos débiles, descastados, mansos mensos y rodando por el suelo en bochornosas escenas indignas del coso y de la corrida de su aniversario. Era tal la aburrición y el soponcio con estos gatitos inofensivos que alucinaba si no sería el gato que partió plaza.
En las faenas destacaron la realizada por Enrique Ponce al segundo de la tarde y la de un toro de regalo, en el que se aplaudía la maestría a la que ha llegado el torero nacido en Chiva, Valencia, pero a las que les faltaba la emoción que da el peligro del toro. Llamó la atención, otra vez, el valor temerario de El Zapata en sus pares de banderillas al relance y otro hacia los adentros, colocadas por su espalda que hicieron trepidar el coso. Sebastián Castella enfatizó y rubricó la faena de hace algunas semanas en que indultó a su enemigo. Sebastián realizó un toreo que transmitía rápido al tendido para completar una tarde triunfal en otro toro de regalo y con los aficionados ya cansados y la cerveza corriendo en cantidades industriales. Castella hizo abstracción del público y se sentía que estaba toreando para él mismo, disfrutando lo que hacía. Le tocó en suerte un caramelito de Garfias que no lo dejó ir sin arrancarle las orejas. Despertando la sensación de que se hallaba en relación directa, minoritaria con el aficionado, provocando el delirio consistente en ver al torero con la capacidad de crecer y hasta de sentir que sólo para uno toreaba. Sebastián mantenía la emoción que provoca la quietud con la que toreaba al pasarse el torito rozándole la taleguilla. Pese a que la plaza a gritos pedía el indulto del torillo, el torero francés ya no cayó en los gritos alcoholizados, se tiró a matar y dejó una estocada que pasaportó al noble torito y salió triunfador.