as elecciones de Guerrero merecieron profusa atención de las usuales voces y caras empleadas por los medios masivos de comunicación. La abrumadora parte de ellos afines y obedientes a los intereses del oficialismo. Pocos han sido los que pudieron, fuera de este círculo que ahora se le llama opinocracia, exponer distintos análisis, al menos más informados sobre el sobado caso. De esta ordenada manera, la versión dominante versó, casi como un ritornelo inacabable, sobre los ganadores y perdedores de la contienda.
Del lado triunfador colocaron, claro está, al senador con licencia y candidato de la coalición de izquierda (PT, PRD, Convergencia) Ángel Aguirre. A este reciclado dizque paladín de las masas le adjuntan, en galardonado sitial, al jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard. Fue él quien movilizó recursos
para asegurar un triunfo que, de otras legítimas maneras, se hubiera conseguido sin tales auxilios. Le siguen otros de menor calado, como los chuchos que, como ya es su costumbre, asistieron a los ágapes y comelitonas de siempre. Apareció de nueva cuenta en las discusiones mediáticas un conspicuo personaje al que atribuyen influencia creciente en este círculo de selectos maniobreros: Manuel Camacho, teórico y taumaturgo concertador de alianzas. En el lado perdidoso se colaron, en la disminuida historieta estilo medios, los siguientes personajes. El candidato del PRI y anexas, Manuel Añorve en primer lugar. Luego aparecen en escena los priístas Manlio Fabio Beltrones, padre de la desvencijada criatura; Enrique Peña Nieto, a quien le abollaron su aureola de invencible y Beatriz Paredes, la ausente presidenta del PRI. En un tono de menor cuantía destacaron al emergente golpeador priísta Humberto Moreira. Y, aunque nada tenga que hacer en esta categoría de culpables de la derrota colocan, siempre contagiados de inocultable saña, a López Obrador. Lo es, según estos enredosos vocingleros, por tener la osadía de condenar las alianzas entre el PRD y el PAN y no gustarle la figura, la historia y desplantes del presunto ganador.
Una narrativa adicional se condensó a través de los micrófonos y las pantallas: el señor Calderón, aseguraron, despliega sus compulsivas pasiones para no permitir que el PRI acumule dominancia en el panorama electoral nacional. Para tal descubrimiento de sus intenciones profundas, el señor Calderón indujo u ordenó la renuncia del candidato panista que fungió de señuelo. Con esta atrevida maniobra, el michoacano se trepó al carro del éxito, concluyeron sin gracia alguna. Sin embargo, los réditos fueron cobrados, de manera rimbombante y ridícula, por el defenestrado líder panista de carisma indubitable, César Nava. Quedó así plasmada, ante la distraída mirada de los mexicanos, una etapa más de la genial estrategia triunfadora de alianzas entre el PAN y el PRD. Una categoría de praxis política que ha sido catalogada como el empuje definitivo a los altares de la eficacia electoral en esta despiadada lucha por el poder. Dichas alianzas se han convertido en el vértice de toda acción política en ascenso. Fuera de ella, todo sería, según los atinados y penetrantes analistas consentidos del sistema imperante, crujir de mandíbulas y penar de opositores irredentos.
Los actores marginales que se resistan al encanto de juntar a la derecha con la izquierda son, y serán, erradicados del cártel de las verdades consumadas inducidas desde el poder. Las que han convertido en referentes obligados del buen pensar y el quehacer político presentable. Alianzas destinadas a domar inquietos. Esas que, difundidas por doquier, amansan las pasiones de unos cuantos desertores e inveterados rejegos de siempre. La torcida vista, claro está, se dirige hacia el estado de México y, de ser posible la claudicación total de los chuchos, marcelos, demás troupe y consejeros áulicos que pasan por representar a la izquierda, las elecciones de 2012.
La palabrería ha sido circular y sólo rasca en la superficie de lo que en Guerrero sucedió. Deja, el análisis de los comentaristas y superficiales locutores, el mero factor principal de lo sucedido: el votante guerrerense de izquierda. Ese conjunto casi heroico de personas que, contra viento y marea, han hecho ganar hasta aquellos apadrinados por los burócratas que ahora controlan el aparato partidario del PRD. No importa si tales candidatos son propios, embozados, impuestos, menores o indignos de apoyo. La consigna que han diseñado y siguieron al pie de la letra en ésta y otras ocasiones, corriendo los muchos riesgos inherentes, fue: ni un voto al PRI ni un voto al PAN. La izquierda guerrerense, la más aguerrida de la República junto con la del DF, como afirma Arnaldo Córdova en un artículo que va al núcleo de los sucesos, es la fuerza triunfadora de la contienda. Lo es a pesar de los maniobreros que les presentaron un candidato que, de verdad, en nada contribuirá al avance de ese postrado estado y, menos aún, para que esos hombres y mujeres que votaron por sus insignias, vean realizados los mínimos suspiros de progreso y bienestar.
Los que ahora se pavonean por los medios dando entrevistas a montón son y serán responsables de lo que vendrá a continuación cuando Aguirre asuma el mando estatal. Este personaje será, sin duda, un priísta digno de los blasones de esa especie que afirma saber cómo hacerlo. Es decir, conectar los múltiples intereses de sus colegas y patrocinadores con los haberes y favores públicos. Aguirre es, y será, uno más de los oscuros gobernantes de indecorosa memoria. Esos que han ocupado la posición de mando y que nunca rellenaron las expectativas del pueblo. Un embozado simulador, traidor a los suyos y preocupado en hacer proliferar oportunidades de negocios a sus cercanos. Las alianzas concertadas, tanto en Oaxaca como ahora en Guerrero, estaban casi aseguradas por la militancia de izquierda y ese otro contingente de alienados por el mal gobierno en sus estados. Fueron los intereses concretos de candidatos, y los de sus patrocinadores improvisados, los que indujeron la mezcolanza de juntar lo que es, no sólo dañino para la dignidad política, sino una afrenta inaceptable para millones de votantes a los que nunca consultaron.