la respetable edad que ha alcanzado, François Cavanna, escritor y periodista francés que nunca ha sido muy respetuoso con las personas supuestamente respetables, acaba de publicar un nuevo libro fiel al estilo de toda su vida: directo, insolente, sin concesiones hacia él o hacia los otros. Acaso su obra más conmovedora.
Autobiográficas y noveladas, a la manera de muchas otras de sus numerosas obras, las páginas de Lune de miel presentan retratos en fragmentos que se superponen, se encaran, se solapan y se esconden entre ellas a través de un viaje que pasa de una época a otra como pasan pueblos y ciudades, lugares despoblados, ruinas y fundaciones, vistos desde la ventana de un tren. Ferrocarril que cambia de velocidad, se detiene, acelera, hace temblar los pilotes de un viejo puente con la carga de sus años, corre tras la luz en la oscuridad de los túneles donde se extravían, entrelazados, sueños y pesadillas.
“Los médicos neurólogos dan burlonamente el nombre de ‘luna de miel’ a un periodo durante el cual los síntomas de la enfermedad de Parkinson se atenúan al extremo de hacer creer en el alivio, antes de volver con una implacable violencia”, escribe de entrada Cavanna en forma de epígrafe a este volumen. El romántico título, Lune de miel, que sería casi una incoherencia en un autor como él, anarquista y libertario, se transforma en un escupitajo.
Con el estilo fresco e insolente de su primera novela
, Les Ritals, denominación que se da en Francia en forma más o menos peyorativa a los italianos inmigrados de la época a cuya familia pertenece, Cavanna escribe, más joven que nunca, las imágenes noveladas de una vida, la suya, entre el tren sanitario de los años cuando pasó por el Servicio de Trabajo Obligatorio, esclavo y forzado, pertenencia del Reich, hurtándose y hurtado a la historia de la resistencia y a la de su vida, la pérdida de un oído, la creación de las dos publicaciones satíricas francesas, Hara-Kiri y Charlie-Hebdo, las intrigas del poder periodístico. Su encuentro con una extraña visitante que él llama Miss Parkinson, y un encuentro en absoluto diferente, el de Virginie, que atenúa el dolor de verse obligado a recibir tal visita.
Las dificultades para escribir una palabra, el temblor de su mano que se lo impide. Las palabras de consolación de quienes intentan tranquilizarlo al decirle que, después de todo, el Parkinson no es el Alzheimer y que él tendrá la suerte de conservar lucidez y memoria hasta el final: recuerdos e inteligencia que hacen sufrir aún más. O que aprenda a utilizar una computadora: como si el temblor causado por el aprieto amoroso de su mano por los dedos helados de mademoiselle Parkinson pudiera dejarlo oprimir teclas.
Para su dicha, la presencia de la Miss es contradicha a lo largo de todo el libro por la otra presencia, la de Virginie, encarnación de la vida en lo que ésta tiene de más deseable, de maravilloso, único remedio para encarar las crueldades de la edad. Nada más casto que el amor de François y Virginie, ni más intenso. Como su escritura.
Así, Lune de miel, ni novela ni ensayo, libre sucesión trazada como el inventario de una vida, gira en su aparente desorden alrededor de un eje principal: el recuerdo imborrable de la juventud marcada por la guerra, el trabajo siniestro y obligatorio en Alemania, la edad adulta con la aventura de un trabajo dichoso y voluntario: la fundación de un periódico subversivo, en fin, la vejez y la enfermedad.
La amistad de los camaradas, las delirantes noches pasadas con los caricaturistas de Hara-kiri inventando las más irónicas farsas contra el poder. La traición de los arribistas.
La enfermedad de Parkinson y la amistad de Virginie. Lo mejor y lo peor. Una vida narrada sin falsedades, con una voz fraternal, a la vez alegre y melancólica. El talento de Cavanna está en el tono de su voz, ese acento que posee para narrar lo más verdadero de la vida, que puede arrancarnos lágrimas o carcajadas.