as elecciones pasadas en Guerrero y Baja California Sur demuestran, incluso para sus defensores más vehementes, que los partidos políticos mexicanos, como son en la actualidad, perdieron su razón histórica de ser. No aglutinan más a ciudadanos identificados con una ideología, con un proyecto de país, con ciertos principios y programas.
Los ingenuos que pensaban que su militancia era por las anteriores razones habrán descubierto que ya no es así, ni siquiera para sus dirigentes y mucho menos para quienes resultan sus candidatos a cargos de elección popular. Estos últimos cambian de partido como de camisa: según la combinación conveniente a la ocasión. Ayer priístas, luego perredistas, posteriormente panistas o panalistas, y así en todas las mezcolanzas imaginables. Los antiguos referentes, izquierda, derecha y centro, no tienen ningún significado real en la actualidad, no para los partidos existentes, tampoco para sus líderes y candidatos. Digamos que se personalizaron, es decir, que las personas son las importantes y los partidos sólo cumplen la función de registrarlas como candidatos (porque así lo exige la ley electoral), de poner a disposición del candidato el aparato partidario y sus recursos, y nada más. Y, así las cosas, lo que estamos viendo es que lo importante no es el fortalecimiento de los partidos (si acaso a alguien le interesara y pudiera lograrse) sino el cargo para personas específicas, independientemente de su ideología y biografía personal. Así vemos que un priísta que contiende contra otro de su mismo partido gane bajo las siglas del PRD y aliados y que los dirigentes de estos partidos le levanten la mano como si el triunfo hubiera sido de ellos (Guerrero) o el de un perredista que gana con el PAN y sus dirigentes igual se aprestan a levantarle la mano por su merecido
triunfo (Baja California Sur).
Es tan engañoso y grotesco lo anterior que, aunque sabemos que no va a ocurrir, es como si en 2012 López Obrador fuera el candidato del PAN. Puedo apostar que esto será imposible, pero mi apuesta se basa en lo que sé de AMLO y de sus convicciones, pero no me extrañaría que en otras elecciones locales (y de continuar en el PRD sus actuales dirigentes o semejantes) todavía veamos fenómenos como los de Guerrero, BCS y otros previos e igualmente escandalosos.
Se dirá que el PRD se fundó y fue dirigido por ex priístas, sí, pero se trató de priístas que rompieron, después de una lucha interna muy intensa y difícil, con su partido para fundar otro y fortalecerlo. Tanto Cuauhtémoc Cárdenas como López Obrador, para sólo mencionar a dos priístas que dejaron de serlo con seriedad (y no veleidades pragmáticas y oportunistas), no sólo se la jugaron sino que hicieron de su partido una fuerza política muy importante, que ahora está en deslizamiento negativo, con riesgo de perderse por desaparición paulatina o por ser motivo de burla y escarnio de los mexicanos mínimamente pensantes.
El PRI y el PAN no tienen elementos para vanagloriarse de consistencia. Ambos partidos, además de haberse alejado de sus principios históricos, también tienen sus veletas que se han movido según la orientación de los vientos y la vocación de saltimbanquis de sus prohombres para ser candidatos a como dé lugar. Estamos en presencia de la confirmación del viejo refrán que dice que tanto peca el que mata la vaca como el que le amarra la pata; esto es, que tan veleidoso es el que cambia de partido para ser candidato como el partido que lo acepta como tal en desprecio absoluto por sus militantes y simpatizantes, de sus principios, programa y estatutos, de decencia incluso.
Cuando los que triunfan en las elecciones son las personas, como ocurre en buena medida en Estados Unidos, quiere decir que los partidos y la carabina de Ambrosio son la misa cosa. ¿Para qué, entonces, gastar tanto dinero en ellos? Mejor que paguen las campañas los candidatos y que le hagan como puedan. Si así fuera ya se vería que los militantes lo pensarían dos veces antes de querer ser candidatos, como ocurre en ciertos pueblos de Oaxaca con las mayordomías y los principales: a veces prefieren salir huyendo que aceptar, pues de hacerlo les costará de su bolsillo un año de fiestas y demás que suelen darse en algunas comunidades indígenas.
El viejo principio que decía primero el perfil del candidato y luego éste
se perdió, o mejor dicho se invirtió, lo que demuestra que los documentos básicos de los partidos están escritos sobre hielo en tiempos de calor.
Los partidos no sirven, y el fenómeno no es de ahora ni fue inventado para las elecciones locales. Es tan viejo que sólo la elección de Lázaro Cárdenas en 1934 estuvo precedida de un plan de gobierno elaborado por el partido. En todos los casos, desde 1920 por lo menos, el candidato presidencial con posibilidades de ganar el cargo ha sido impuesto por su antecesor. En 2000 se rompió esa regla, pero deberá recordarse que Vicente Fox y sus amigos obligaron al PAN a proponerlo, por su popularidad adelantada en precampaña con Amigos de Fox. Cuando se dice que el candidato debe ser el mejor posicionado
, lo que se ha hecho es poner a la persona por delante y por encima de los partidos, sin importar su consistencia con los principios y los programas de los institutos políticos correspondientes.
Así están las cosas y no veo que en corto plazo vayan a cambiar. Vivimos ahora un país de precandidatos más que de partidos, y de candidatos a cuenta del mejor postor. Sin embargo, como ciudadano me queda un hálito de esperanza: que en esta lógica López Obrador logre ganar para su grupo la dirección del PRD, que resulte ser el candidato de éste a la Presidencia en 2012 y que logre cambiar a su partido limpiándolo de las malas hierbas que lo han llevado a perder su identidad. El país no aguanta más este obsceno intercambio de candidatos entre partidos ni un sistema de partidos que no ofrecen nada para modificar el rumbo de la nación. Si los partidos declinaron en favor de las personas, perdiendo con ello su identidad, tal vez se pueda revertir el proceso si esas personas influyen en los partidos para reconvertirlos en lo que debieran ser.
Mi solidaridad con Carmen Aristegui
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