on las botas puestas pero no dispuesto a morir, el priísmo se acerca a la fecha del relevo en la presidencia de su partido, pero parece alejarse con los días del ansiado relevo en la Presidencia de la República. Es cierto que la distancia es mucha y que todo puede pasar entre estos primeros meses de 2011 y julio del año próximo, pero también lo es que las cifras electorales y los cálculos y cábalas a que se dieron los jerarcas del PRI y sus obligados exegetas no han resultado en la línea recta y ascendente que se habían trazado sin el menor cuidado y con la mayor de las arrogancias.
Las cuentas que rendirá el comité ejecutivo saliente, encabezado por Beatriz Paredes, van a necesitar algo más que retruécanos banqueteros para satisfacer la inquietud de sus operadores y mandantes, sumidos hoy en la angustia de la derrota en Guerrero y Baja California Sur, aquí sí que haya sido como haya sido. Lo que se ha puesto de manifiesto en ambas entidades, tan lejanas una de la otra en geografía física y humana, es que hay en México un electorado que no lee o no obedece los dictados de las encuestas y sus oficiantes, que juega con su memoria y registro políticos locales, pero también, de alguna manera vaga, nacionales y que en lo local, donde anida, se nutre y crece toda política, hay mucho por jugar y experimentar antes de caer en brazos de un salvador que nunca se tomó la molestia de explicar y explicarse, la dinámica y la mecánica no sólo de sus derrotas históricas de 1997 y 2000 sino la propia realidad del México actual que viene de aquellos lustros finales del siglo XX, cuando gobernaba el PRI y el mando presidencial parecían bastar para arreglarlo todo, incluso su propia derrota.
Aquellos años trazaron una ruta cargada de pobreza y desaliento, desperdicio de la riqueza pública y alejamiento político fundamental de la dirigencia nacional y del Estado respecto de las bases sociales. Los panistas de la alternancia y la imposición no pudieron, o no quisieron, al menos tratar de corregirla en serio porque, entre otras cosas, suponían que contaban con la colaboración dizque responsable del priato tardío, que decidió ocupar sin mayor trámite el lugar de Lord Protector que el presidencialismo providencial había por fin dejado.
Como parece ocurrirle hoy, los altos mandos del PRI hicieron entonces muy malas cuentas: ni cogobernaron, ni enderezaron el rumbo desastroso profundizado por el panismo aculturado a los usos y abusos del poder, aunque ahora descubran el tufo autoritario
del presidente Calderón o convoquen a sus huestes a batallas finales en las que pocos creen y menos aún estén dispuestos a arrostrar sin condiciones constantes y sonantes. El laberinto, pues, pero sin hilo de Ariadna que ofrezca pronta y entera salida.
Se puede celebrar, y muchos se han dado ya a festinar, el desenlace de esta un tanto curiosa saga, pero se cometería un error del mismo tamaño si no se toma nota de que el país entero ha entrado en una ruta cuyo declive económico y social arrastra sin más la sicología de grandes grupos, regiones e intereses, para configurar una decadencia que pocos parecen ya dispuestos a administrar. La caída es tal que para muchos no tiene fin ni ven en la política y sus transformaciones de fin de siglo la esperanza de un cambio de curso pacífico e institucional. La negación de lo logrado en el plano jurídico-político, con el IFE, la Suprema Corte, la CNDH o el Ifai, amenaza convertirse en deporte de encuestados y encuestadores, columnistas escépticos y animadores sospechosos de una sociedad civil que se sabe indefensa y sin el tiempo necesario para protegerse de las inclemencias de este tiempo más que nublado.
La democracia a tres, que se inventaron los que poco después de su invento recibieron con entusiasmo el apodo de clase política
inspirado por ellos mismos, ha dado de sí y quienes se alojan en el Congreso y los edificios partidistas deberían registrarlo para convocar a jornadas de deliberación y debate que, por lo pronto, le permitan a la sociedad todavía comprometida con la política democrática defender y rehabilitar lo logrado en instituciones, dar cauce a medidas de extrema urgencia para salvaguardar la elección presidencial y abocarse a examinar, con la calma que quede, los grandes problemas de la economía y la sociedad que este régimen más que provisional que nos legó la alternancia no pudo encarar.
Así, en y con una deliberación republicana aunque fuese en ciernes, podríamos intentar el inventario de futuros que diera racionalidad y coherencia a la lucha por el poder. De otra manera lo que queda es la inundación inclemente, la antesala del pantano.