éxico nunca ha tenido una política migratoria adecuada, clara y definida. Por décadas sólo ha reaccionado ante situaciones conflictivas, de manera reactiva, con declaraciones altisonantes y rasgado de vestiduras. Luego pasan los días y la prensa, la clase
política y el gobierno en turno se olvidan del asunto.
En tiempos pasados del PRI algunos políticos se ufanaban de que la política migratoria podía definirse como la no política
. Es decir dejar hacer y dejar pasar y sólo reaccionar cuando fuera estrictamente necesario. Luego, en tiempos de Fox, el tema migratorio pasó a primer plano, se buscó de manera afanosa un acuerdo migratorio que quedó sepultado entre los escombros de las torres gemelas. Con Calderón se volvió a asumir un perfil bajo y se propuso, de manera explícita, desmigratizar
la relación bilateral. Había que poner al narcotráfico en el centro de esa relación y poco nos falta para quedar salpicados y sepultados por las esquirlas de las granadas y el golpeteo de la metralla.
Curiosamente los vecinos del otro lado nos aplican la misma medicina y su política con respecto a los narcóticos podría definirse también como la no política
. El consumo de drogas se mantiene estable, no hay por qué preocuparse; los cárteles importantes son los que están en México, en Estados Unidos sólo hay traficantes menores y el trasiego de armas es un buen negocio y problema de México. El desencuentro es evidente, México está envuelto en la lucha contra el narco y los americanos en su lucha antinmigrante.
Pero el fenómeno migratorio, siempre dinámico y cambiante, se ha transformado radicalmente y presenta un nuevo perfil. La tradicional migración de ida y vuelta es asunto del pasado. Los migrantes que cruzan la frontera no vuelven, incluso en los peores momentos de la crisis económica. Se trata de una migración masiva, que pone en evidencia la falta de oportunidades en el país y la notable ausencia de crecimiento económico sostenido durante las recientes décadas. Sin crecimiento, sin empleo, sin mejores salarios no hay manera de disuadir a los emigrantes.
Otro cambio fundamental es que México se ha convertido en país de tránsito. Siempre lo fue, pero no llegaba a ser un problema de dimensiones masivas. El asunto se controlaba por medio de una corrupción sistemática y transparente. Los sudamericanos llegaban al aeropuerto y presentaban su pasaporte con un billete de $100 dólares, luego pasaban a la zona nacional y tomaban el vuelo a Tijuana y al llegar presentaban su pasaporte y otro billete de $100 dólares. El tercer paso, cruzar la frontera, era un asunto controlado por los coyotes y polleros.
Pero en los primeros años del presente siglo el flujo migratorio en tránsito por México se convirtió en un fenómeno masivo. Llegó a su nivel más alto en 2005 cuando el Instituto Nacional de Migración llegó a deportar a 240 mil extranjeros, el doble de la cifra habida en 1995 (105 mil). Luego, con la crisis financiera y los controles fronterizos estadunidenses, el flujo de migrantes en tránsito disminuyó y, consecuentemente, el número de deportados. En 2010 el número de eventos de extranjeros devueltos fue de 65 mil. Obviamente los migrantes en tránsito pueden ser el doble o el triple, no lo sabemos, pero se podría afirmar que no estamos ante una crisis migratoria, si se compara la situación actual con la de 2005.
La crisis es de seguridad, que es mucho más complicada de solucionar. Hasta hace unos años contábamos el número de muertos en la frontera, que llegó a la alarmante cifra de 420 por año, más de uno por día. Pero ese tema ha pasado a segundo plano, ahora se cuenta el número de migrantes secuestrados y se estima que la cifra puede ascender a unos 20 mil por año según la CNDH.
En agosto del año pasado sucedió lo peor de lo peor. Fueron masacrados 72 migrantes en el rancho San Fernando, en Tamaulipas, por un grupo de secuestradores asociados con Los Zetas. Recién ahora, en febrero, salen anuncios en los periódicos donde se ofrecen recompensas por la captura de El Coyote, El Alacrán y El Sasi, identificados como parte del grupo de extorsionadores y asesinos de migrantes. El anuncio parece ser más bien confesión de parte. En este caso se reacciona tarde y sólo después de que se haya vuelto a denunciar el problema en Chiapas y Oaxaca, lo que le otorga dimensión nacional al problema.
Pero nuevamente se pretendió solucionar el asunto con políticas reactivas, declaratorias, coyunturales. La crisis de diciembre último, con el secuestro de 50 migrantes en Oaxaca, denunciada por el padre Solalinde y varios medios de comunicación, pretendió resolverse de un plumazo: primero negando los hechos, luego con manifestaciones de indignación por parte de Cancillería, finalmente se tuvo que aceptar los hechos y realizar algunas detenciones. Ahora, es noticia secundaria que el 8 de febrero pasado el Ejército liberara a 44 guatemaltecos y tres mexicanos secuestrados en Reynosa, Tamaulipas. Pero no sabemos si es el resultado de una nueva política o una casualidad.
El problema del secuestro de migrantes puede volver a explotar en cualquier momento. Varios sacerdotes, monjas y activistas que trabajan en casas de migrantes han sido amenazados de muerte. Recientemente la amenaza llegó al albergue de Lechería, donde trabajan varias hermanas del programa Dimensión pastoral de movilidad humana. Se requiere de una política de seguridad específica para el caso de los migrantes y de las personas que les brindan apoyo y asistencia.
La crisis de diciembre en Chiapas y Oaxaca fue ampliamente analizada y difundida en el noticiero de Carmen Aristegui que siempre se ha distinguido por su apoyo sistemático a las causas justas y tratar los problemas nacionales de manera directa y frontal. Los migrantes, religiosos y activistas que trabajan con ellos la van a echar de menos. Al igual que todos sus radioescuchas.