ómo no alegrarse de la caída de un dictador, en este caso de Hosni Mubarak en Egipto. País ignorado por la prensa mundial y los medios de comunicación occidentales durante largos periodos de tiempo. Sólo unos pocos atisbaron su paso a la primera plana de los periódicos de todo el mundo. Corresponsales, enviados especiales, fotógrafos, intérpretes se han dado cita en su capital, El Cairo. Han llegado incluso a pernoctar en la famosa plaza Tahrir, para mimetizarse con sus demandas y su cultura
. ¿Veremos cuánto dura su preocupación? Mientras tanto, basta con servir informes con datos inconexos de historia, población y sistema político egipcio. Con tópicos e improvisando, buscan cubrir las necesidad de información de espectadores legos, sorprendidos y confusos. Un aluvión de hechos para interpretar los acontecimientos. Parece más una estrategia de adoctrinamiento a la opinión pública, con el propósito de apoyar la política diseñada desde la Casa Blanca, la OTAN y el resto de aliados pertenecientes al mundo occidental, que una información objetiva. Un curso rápido, con clases intensivas, para romper el tópico, de ser Egipto, un país de faraones, pirámides, por donde circula el río Nilo y hace presencia la presa de Asuán.
De la noche a la mañana, el país de los faraones se transforma en el centro informativo del mundo. Para superar el handicap de los atónitos telespectadores, se rescatan los personajes políticos más relevantes de la historia de Egipto del siglo XX, comenzando por el más destacado, Gamel Adbel Nasser, padre fundador de la república y primer presidente desde 1954 hasta su muerte en 1970. Responsable, se dirá, del actual régimen autocrático, cuya hegemonía y control recae sobre las fuerzas armadas desde el golpe de Estado contra la monarquía del rey Faruk en 1952. Para el relato contingente, no queda nada del Nasser de la Conferencia de Bandung (1955) y de su papel, junto al líder indio, Nehru, y el mariscal yugoslavo Tito, en la formación del grupo de países no alineados. Su nombre se vincula, necesariamente, al origen de la pesadilla que vive Egipto desde hace 60 años. Para dar coherencia al discurso, se subraya que, tras la muerte de Nasser, todos sus presidentes han sido parte del orden militar. Primero Anwar Sadat, luego Mubarak y hoy el general Omar Suleiman, hombre de confianza de Estados Unidos y los países aliados europeos. Todo un detalle de buen gusto, por las democracias occidentales, confiar en Suleiman la transición democrática. Suleiman, debemos recordar, consolidó su carrera militar en el gobierno de Mubarak. Logró sus galones tras participar en la guerra contra Israel, siendo ascendido en los años 80 del siglo pasado a la condición de vicerresponsable del espionaje militar. Y por sus servicios prestados en la represión, la tortura y secuestros encubiertos, desde 1993, ocupó el cargo de director de la inteligencia egipcia, siempre con el beneplácito de Estados Unidos. Hombre de confianza de las diferentes administraciones estadunidenses, demócratas y republicanas, se ha comportado como un defensor de su política para Medio Oriente e Israel.
Pocos son los enviados especiales, en cuyas columnas utilizan, para referirse a Suleiman, el adjetivo de torturador. De la noche a la mañana es un demócrata convencido. Y si no lo es, hay que darle el beneplácito de la duda. Su condición de hombre fuerte del régimen y de las fuerzas armadas egipcias es razón de peso para evitar utilizar dicho calificativo. No se debe molestar a la bestia. Perfectamente se puede hacer la vista gorda a su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad y violación de los derechos humanos. Lo importante es mantener la estabilidad en la región. En este sentido, no podemos dejar de mencionar, como ejemplo, el caso marroquí. La comunidad internacional actúa de igual forma a la hora de evitar condenar la represión de la monarquía alauí, encabezada por Mohammed VI, con el pueblo saharaui. Véase España, sin ir más lejos.
En Egipto, el pueblo todo, sin distinción, jóvenes, mujeres y hombres han logrado que un presidente, no un régimen, cayese. Las frases coreadas por la multitud en la plaza de Tahrir son símbolo de alegría popular desbordante. Egipto es libre
; Ganamos
. Tariq Ali, escritor paquistaní, retrata verbalmente este instante al hacerse eco de una frase pronunciada por un joven en El Cairo: ¡Qué felicidad es estar vivo, ser egipcio y árabe!
Sin duda, un triunfo político enorme, cuya dimensión está aún por dilucidarse. Sin embargo, no podemos quedarnos en la superficie, correríamos el riesgo de no diferenciar el potencial de un pueblo para derrocar a un presidente, de la capacidad de liderar una alternativa democrática de cambio social. Las experiencias en esta dirección son muchas. No todo lo que lucha contra una dictadura es democrático. Las alianzas del momento, el oportunismo y la traición están presentes en cualquier proceso de transición y Egipto no es menos. El gatopardismo es una de las más viejas estrategias para mantenerse en el poder. La victoria ha sido importante. La lección debe aprenderse. Fue necesario que el pueblo saliera a la calle, protestase, perdiese el temor, para llamar la atención de quienes, en un alarde de cinismo, preferían mirar para otro lado. Su triunfo no puede ser efímero. Razón suficiente para ser cautos, mantenerse alerta y tener optimismo moderado. A todo esto, ¿qué fue de Túnez? Lo sé, ya no es noticia.