Opinión
Ver día anteriorMiércoles 16 de febrero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Elegía: Al Bouazizi
E

l tunecino Al Bouazizi es el hombre de la primera década del siglo XXI. Nadie, en este siglo, ha hecho lo que él en favor de la libertad y de la justicia. Nadie ha logrado tanto como él en pro de los derechos humanos y en contra de la satrapía de dirigentes ciegos, omnipotentes y omnipresentes. Su acto, brutal y demoledor, expuso ante el mundo la indecencia de muchos, si no es que de todos los dirigentes de los países árabes, donde democracia y justicia son entelequia. Mostró también la hipocresía de los aliados occidentales, quienes, a pesar de las marrullerías de Ben Ali y de Hosni Mubarak, mantenían con ellos incontables lazos. Náusea inmunda produce la Internacional Socialista: tanto el dictador de Túnez como el de Egipto formaban parte de sus filas. Ni duda cabe. Al Bouazizi desnudó los principios y la moral de Occidente: el enemigo de mi enemigo es mi amigo, dice un viejo refrán, cada vez más viejo, cada vez más real.

Al Bouazizi debe ser erigido como la figura más relevante del siglo XXI. Su acto, inmolarse, arder a lo bonzo, bastó para sublevar a la población, primero de Túnez y después de Egipto. Pagó con su vida lo impensable: derrocar a dos tiranos. Al inmolarse, terminó con casi siete décadas acumuladas de vejaciones –esa es la suma del tiempo en el poder de los dos dictadores– y abrió las puertas de la libertad. Es una pena, para él, y para sus familiares, así como para las centenas de muertos en ambos países durante las manifestaciones, tener que entregar la vida para exigir justicia.

El joven tunecino se inmoló harto de tanta humillación. Quienes se sumaron a las protestas, en los países mencionados y en otros del mundo árabe, lo hacen por lo mismo y porque reclaman democracia y exigen la libertad para opinar y disentir. La humillación es, dentro de la lista de las infamias ejercidas por el ser humano, la más detestable. Peor aún cuando es crónica, cuándo es imposible protestar o cuando a esa vileza se suman la falta de oportunidades y la ausencia de futuro. Harto de que la policía le tirase su carro de frutas, harto de ser extorsionado, harto de saber que con su trabajo no podría mejorar las condiciones de vida de las ocho personas que dependían de él, decidió inmolarse. Su muerte no fue un suicidio irracional, fue un acto para dignificar su vida y exponer los sinsabores de su existencia, la de los suyos y la de los cientos de millones que comparten el mismo y cruel destino; un destino donde la única certeza es trabajar por la supervivencia del día, de la semana, quizás del mes. No más. Si se hubiese efectuado algún estudio entre las personas que acudieron a manifestar su repulsión contra los tiranos, humillación hubiese la razón por la cual se aglutinaron tantos individuos.

La humillación tiene límites. Hay un momento en que la tolerancia se agota; hay otro momento donde el dolor por saberse maltratado es insoportable y hay un momento culminante donde, o se mata a quien humilla, o se opta por el suicidio. Al Bouazizi escogió inmolarse. La suma de humillación crónica y la falta de un destino que reuniese las condiciones mínimas de dignidad y de oportunidades futuras determinó su destino: inmolarse. Inmolarse para dignificar su vida y la de los millones de sus seguidores en el mundo árabe y en el mundo en general.

Son miles de millones los Al Bouazizi potenciales. En México, ¿cuántos millones de seres semejantes a Al Bouazizi han generado los Calderón, los Fox, los Zedillo, los Salinas de Gortari y todos los anteriores? Más de la mitad de la población mexicana es pobre y, dentro de éstos, más de la mitad vive en condiciones de miseria. La humillación, como todos los males, tiene un punto de inflexión, de no retorno. El origen de la inmolación del joven tunecino no fue por motivos políticos. Ardió a lo bonzo por la ausencia de esperanza y por la falta de los derechos elementales del ser humano: agua, trabajo, educación, salud, casa. ¿Cuántas personas en el mundo y cuántas en México comparten la tristeza de trabajar para sólo conseguir sobrevivir, día a día, como Al Bouazizi?

Este pequeño escrito intenta ser una elegía para Al Bouazizi. El joven tunecino cambió la geografía política y la historia moral del mundo. Ha derrocado a dos tiranos. Ha expuesto la ineficacia de Estados Unidos. Ha demostrado la actitud acrítica e hipócrita de la Unión Europea. Ha regado esperanza en la población de Túnez y de Egipto. La mismidad de Al Bouazizi es enorme. Su mismidad es un homenaje a la vida Su muerte dignifica a la condición humana.