a renuncia de Hosni Mubarak coincide con el 32 aniversario del triunfo de la revolución islámica encabezada por el legendario ayatola Jomeini (1901-1989) en Irán, en 1979. La sombra ahí está presente. Más que la coincidencia simbólica, el factor islámico tiene preocupados a los intereses occidentales, especialmente a Washington. Recordemos cómo la revolución chiíta iraní reavivó la revancha del dios islámico, representó el advenimiento de movimientos radicales, teocráticos, antimodernos y antioccidentales. Precisamente, días antes de la caída de la dictadura de Mubarak, el máximo líder religioso iraní, Ali Jamenei, recomendaba a los egipcios no aceptar más que un “régimen independiente, popular, basado en el Islam… Lo que hoy sucede es el eco de la revolución islámica iraní”. En el triunfo del movimiento popular, decantado desde el 25 de enero en Egipto, es difícil identificar los liderazgos de la vasta y heterogénea multiplicidad de actores y reivindicaciones políticas, económicas, culturales y religiosas. Entre muchas otras organizaciones, destaca la Hermandad Musulmana, que es la fuerza política islámica más grande y mejor organizada de la sociedad. Hasta ahora su perfil ha sido bajo, cohabita con demandas diversas de profesionistas, burócratas laicos y sectores tradicionales rurales, así como con una amplia franja social depauperada. La amenaza está ahí latente, tanto en Egipto como en Túnez, al grado de que llega la preocupación de los políticos ultraconservadores estadunidenses que no tienen empacho en demandar la exclusión de la Hermandad Musulmana en la transición egipcia. Por ejemplo, Charles Krauthammer escribió en The Washington Post que el islamismo había ocupado el lugar del comunismo como el principal rival de la Casa Blanca: “Por tanto, así como durante la guerra fría Estados Unidos ayudó a mantener fuera del poder a los partidos comunistas europeos, se debe oponer a la inclusión de partidos totalitarios –la Hermandad Musulmana o comunistas– en cualquier gobierno, sea provisional o elegido, en los liberados estados árabes”. A pesar de estas posturas, la mayoría de los especialistas y analistas en la región han expresado que los temores que circulan contra la hermandad son exagerados o infundados. De hecho, muchos expertos en Medio Oriente destacan que la transición democrática debe incluir a la hermandad, ahora más abierta a la pluralidad, y constituiría un importante revés para los sectores integristas, como Al Qaeda, que a su vez ha criticado a la hermandad egipcia por haber optado por la no violencia y comprometerse con los procesos democráticos.
La cofradía de los Hermanos Musulmanes (Al Ijuan al Muslimin) es una de las organizaciones islámicas con mayor antigüedad. Es una extendida e influyente red social, inicialmente integrista, del mundo árabe y musulmán. Fue fundada en Egipto en 1928, en plena ocupación inglesa por un maestro de escuela llamado Hassan el Banna (1906-1949). Su objetivo era el retorno al valle del Nilo de la sharia o ley islámica. El Islam como forma de vida, el Corán, ley sagrada como religión y Estado. La hermandad es chiíta. Desde sus orígenes tiene una vocación panislámica y ha dado origen o ha inspirado a varios movimientos como Hamas, en Palestina, y otras agrupaciones importantes en Medio Oriente, como en Siria y Jordania.
Sus orígenes fundamentalistas la ha llevado en diferentes etapas a la confrontación abierta contra los gobiernos militares egipcios. Ha sufrido de severas represiones, así como se le vincula con atentados magnicidas, como el perpetrado el 6 de octubre de 1981, en el que fue asesinado Anuar Sadat. El crimen fue efectuado por un miembro radical de la hermandad, que tachó de traidor
al mandatario por sellar la paz con Israel en los acuerdos de Campo David. Además de represión, este hecho provoca escisiones de sectores radicales, como al-Gama’a al-Islamiyya o Jihad Islámica, que comienzan a luchar mediante atentados contra el gobierno. Mientras la hermandad reforzó su apuesta por la revolución pacífica, incluso predominan por momentos sectores liberales y modernos en la organización islámica, consolidándola como la agrupación más poderosa, con cerca de un millón de miembros y 20 millones de simpatizantes provenientes de los sectores más pobres del país. Mubarak los toleró por su peso social. El método de la hermandad ha sido simple y altamente efectivo: tiene un vasto trabajo de asistencia social y de servicios sociales como educativos, de salud, recreativos y de deportes. No sólo suple las carencias e ineficacias del Estado, sino que se ha convertido en un espacio de agregación social donde confluyen las más diversas corrientes de oposición y descontento social y político.
El rol geopolítico de Egipto, con Mubarak, además del control del Canal de Suez, había sido hasta ahora de contrapeso y contención del islamismo fundamentalista. Queda en suspenso el papel del único país árabe cercano a Israel y aliado de Estados Unidos. Las agrupaciones islámicas, Renacer, en Túnez, y los Hermanos Musulmanes, en Egipto, se han mostrado temperadas; podrán incluso llegar a ser un factor de poder, pero por ahora, lejos de una islamización de la sociedad o una revolución islámica. A pesar de todo, Occidente la mira con gran recelo y desconfianza; la Hermandad Musulmana, a pesar de ser pacifista y pluralista, tiene en sus raíces históricas las semillas de la radicalidad religiosa. Al tiempo.
La caída del régimen de Egipto es, sin duda alguna, tanto por la forma como por los resultados, un hecho esperanzador y tendrá un gran impacto sobre el conjunto del mundo musulmán.