racias al escritor Gabriel García Márquez sabemos que los hombres tenemos en realidad tres vidas: la vida pública, la vida privada y la vida secreta.
El 21 de marzo de 1956 García Márquez esperaba en el café Mabillon, de París, a un viejo periodista portugués corresponsal de O Globo que era amigo suyo: Joaquín Novais.
Visto a más de medio siglo ese fue un año de creciente efervescencia: Erich Fromm publicó entonces un librito que se convertiría en un clásico de la sicología, El arte de amar, y un grupo de jóvenes encabezados por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara zarpaban de Tuxpan, Veracruz, rumbo a Santiago de Cuba junto con 82 hombres a bordo de la embarcación Granma. Gabo era entonces corresponsal de El Espectador en París y no había llegado a los 30 años. Había publicado su primera novela, La hojarasca, y no se imaginaba vivir de la literatura.
Ese día de inicio de la primavera conoció a Tachia Quintana en el café Mabillon, una actriz vasca que había dejado el teatro y su país para declamar versos en la capital francesa, la tierra prometida de no pocos escritores latinoamericanos de la mitad del siglo XX.
Con el paso de los días, Tachia se convirtió en la novia vasca del delgadísimo Gabriel García Márquez. Él vivía entonces en el hotel Flandres (hoy Hotel des Trois Colleges) en una habitación minúscula con techo de vigas de madera donde apenas cabía una cama y una pequeña mesa.
En esa habitación y en medio de la pobreza más extrema García Márquez revisó su novela La mala hora y escribió El coronel no tiene quien le escriba, libro que terminó en enero de 1957 y en el que cuenta la historia triste de un general sumido en la miseria al que sólo lo sostiene la esperanza.
Desde la ventana de ese cuarto del antiguo Flandres un día se enteró por los gritos del poeta Nicolás Guillén, quien vivía enfrente, que el dictador Fulgencio Batista había caído.
Según la periodista Patricia Lara Salive, en esa buhardilla hoy existe un pequeño busto del escritor colombiano y una placa en la que se informa que allí escribió El coronel...
Si nos atenemos a sus memorias, podemos suponer que la vida secreta de García Márquez se entreteje con las líneas de sus libros. El tema de ese coronel y el del escritor de esos años es muy parecida: la espera que se prolonga para recibir, uno su pensión y el otro el pago de sus servicios como corresponsal que se habían suspendido.
Gracias a sus memorias y a los textos periodísticos de Gabo, no es difícil encontrar en sus cuentos y novelas el pulso vital de sus días, su vida secreta, las líneas de su mano.
Si uno escribe hoy el nombre de Gabriel García Márquez en el buscador Google obtiene en apenas una décima de segundo 2 millones 310 mil referencias en Internet. Nada mal para un novelista que sólo escribe, según dice, para que sus amigos lo quieran y que logró convertirse con Cien años de soledad en el autor clásico del que tenemos el privilegio de ser contemporáneos.
No exagero, más de 30 milllones de libros vendidos de Cien años de soledad confirman lo dicho y lo que vislumbró con tino Pablo Neruda, quien consideró a esa novela la mayor revelación en lengua española desde el Quijote de Cervantes. Si a un libro lo leen en promedio cuatro personas, ¿de cuántos millones de lectores de los libros de García Márquez podemos hablar?
Parece que la desmesura ha sido una constante en las tres vidas de García Márquez, la secreta, la privada y la pública. En los mundos que pueblan sus cuentos, reportajes y novelas o en los 8 mil ejemplares que vendió en una semana la novela Cien años de soledad en el remoto 1967 sin publicidad alguna y que se ha convertido en uno de los 35 libros más vendidos de todos los tiempos.
¿Qué hilos tocó con esa novela para hacerse casi de manera automática de un lector sueco de 15 años, de un anciana japonesa, de una mujer madura irlandesa, de un médico uruguayo, de un ingeniero mexicano o de un ama de casa rusa? ¿Tiene que ver eso con lo que llaman el genio de la lengua, el misterio de la escritura?
Si hacemos caso de su libro de memorias Vivir para contarla, buena parte de la vida secreta de este escritor se encuentra cifrada en Cien años de soledad. Los signos vitales de su escritura, sus rasgos de identidad que se formaron durante los primeros ocho años de vida del novelista están en esa crónica del pueblo de Macondo, donde la desmesura es el santo y seña de las cosas, donde la realidad y los sueños se entrecruzan, donde la única claridad es la del misterio que sostiene al mundo.
La vida privada de García Márquez es territorio de sus íntimos, los que han jugado tenis con él o lo han visto enfundado en su mono de obrero llevando puestos zapatos sin calcetines… Su vida secreta es la más pública. Si quiere confirmarlo lea la dedicatoria de la edición francesa de El amor en los tiempos del cólera. La novela en francés está dedicada a Tachia, su antigua novia vasca por sugerencia de Mercedes, su esposa a quien el propio Garcia Márquez, día con día no acaba de conocer. Es como una cebolla, escribió hace tiempo: cuando creía haberla conocido por completo siempre ha encontrado otra película, otra capa, que ni siquiera imaginaba.