Opinión
Ver día anteriorMartes 22 de febrero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Cuidado, Egipto, cuidado!
L

o peor para Egipto, o para cualquiera de las insurrecciones civiles que se viven en el mundo árabe, sería caer en una transición a la mexicana.

Hosni Mubarak cayó luego de 30 años continuos en el poder, detentando un régimen autoritario, represor, discrecional, corruptor de las instituciones, agotado y decadente, muy parecido a los gobiernos surgidos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), aunque éste, con un modelo sexenal que le daba oxígeno periódico a la oligarquía política y económica que representa hasta hoy.

El partido de Mubarak, el Nacional Democrático (PND) pertenecía, como el PRI, a la Internacional Socialista (IS), de la que fue expulsado el pasado 1º de febrero por contravenir los valores y principios de la IS. Mubarak, como el PRI, ha sido un aliado de los intereses de Estados Unidos, el primero para Medio Oriente y el segundo para América Latina, como lo demuestra su posición durante los años de la guerra fría y posteriormente, que condujeron al actual modelo de integración inequitativa, injusta, en favor de los intereses estadunidenses en el hemisferio.

El régimen de Mubarak, al igual que el priísta, ha sido laico y representante en su momento de las principales economías de la región. No obstante, las alianzas de ambos regímenes, con sus especificidades, sufrieron agotamiento y han estado a merced de la influencia de los movimientos sociales y políticos en otros países de la región, como fue el caso de Túnez, para Egipto, y de toda América Latina para México.

A la caída jubilosa de Mubarak, la fuerza civil dio un proceso limitado, pues la fuerza que sostuvo a Mubarak durante 30 años asumió el poder a través de un mecanismo parecido al usado para que, en 1913, Victoriano Huerta asumiera el poder de manos de Pedro Lascurain, quien lo detentó por sólo 45 minutos. Luego del amplio movimiento civil representado en la plaza Tahrir, asumió el poder el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. ¿Quién asumió el poder real en México a partir del 1º de diciembre de 2000?

Ya desde 1994, el gobierno de Ernesto Zedillo y su llegada accidentada al poder, traía bajo el brazo las encomiendas del consenso de Washington, que era desarrollar las bases neoliberales dejadas por Carlos Salinas insertando a México en el esquema global estadunidense y operar una transición basada fundamentalmente en la alternancia partidaria, pero justamente para preservar los mismos intereses y para que no pasara nada. Ya había sido bastante para ellos con la sorpresa de 1988 y la transición manipulada desde el mismo poder, que la anularía integrando un espectro de diversidad ideológica con una derecha y una izquierda domesticada o subordinada a sus intereses. Es justamente cuando el PRD se define como un partido de izquierda, cuando gira su política a la derecha, manteniendo formas, pero renunciando a principios y contenidos. Son el PRD y el PAN, en tiempos de Ernesto Zedillo, los protagonistas de esta transición.

A 16 años de la siembra y ensayo de ese modelo de transición mexicana, opuesto a los invocados de España y Chile, existe el peligro de que los mismos intereses globales que actuaron sobre México se impongan ahora a los tunecinos, egipcios y marroquíes, y creen una partidocracia en vez de democracia.

La tentación es grande, pues para Estados Unidos la necesidad de una renovación política, justamente para preservar sus intereses regionales, es que haya cambios que lleven a los cambios de nada. En Egipto, la primera medida del Consejo Supremo fue empujar hacia la desmovilización a la población, la cual carece de un referente opositor organizado y fuerte, lo cual puede dar un proceso no hacia la unidad, sino hacia la fragmentación, como sucedió aquí a partir de 1994, en que se impuso la transición pactada.

El peligro de una transición a la mexicana está ahora marcado por la exaltación y el credo absoluto en el poder de las redes sociales, a las cuales se atribuyó la caída de Mubarak y a las cuales ahora se rinde culto, haciendo del Twitter, el Facebook y el Google las nuevas y casi únicas herramientas de la sociedad para alcanzar la democracia.

Desde ese punto de vista, Egipto está más cerca de México de lo que pensamos, pero no como el ejemplo de una insurrección civil, pues aquí hay alternancia y democracia, sino como candidatos a ser sometidos a una transición como la mexicana, donde la democracia, los valores y los principios fueron disminuidos.

Triste sería en Egipto que, luego de 16 años de democracia simulada y una nueva partidocracia, estuvieran los egipcios pensando en Mubarak como alternativa de orden y de cambio, de la misma manera que se piensa hoy en México para que regrese el PRI.

Los ecos de la plaza Tahrir, las aspiraciones y expectativas de la sociedad hacia la transformación de Egipto pueden ahogarse como fueron ahogadas en México, cuando se puso más énfasis en las formas y no en el fondo que sustentaba al viejo régimen y que quedaron casi intactas aquí.

Son nuestros deseos algo distinto para el pueblo de Egipto.