n este febrero de 2011 que se sitúa todavía en la estela festiva-conmemorativa del bicentenario de la Independencia, el vocablo insurgencia
cobra un valor propio y remite inconfundiblemente a la gesta bélica que culminó con la fundación de México como nación libre y soberana. Participaron en ella criollos, mestizos, españoles, así como los pueblos originarios, primeros pobladores de esta tierra. Estos últimos podrían haber pensado que la victoria final los libraría del yugo español y que el atributo identitario de mexicanos
que les iba a conferir la constitución cambiaría todo. De hecho, el yugo dejó de ser español pero no dejó de ser yugo, y la segregación institucional que confinaba a los indígenas en pueblos de indios
o los relegaba en la periferia de las urbes coloniales, se mudó en marginación socio-económica dejando estigmas muy parecidos.
Explotados y menospreciados, los indígenas habían sido, de alguna manera, culturalmente reconocidos durante el periodo virreinal. Unas cédulas reales, aunque raramente aplicadas, los amparaban contra todo tipo de abusos y contribuían a preservar su identidad. Por otra parte, la vitalidad cultural indígena había permeado los espacios españoles y criollos de la sociedad novohispana generando asimismo esta cultura mestiza tan mexicana.
A partir de la Independencia, conforme a ideales republicanos y progresistas, la sociedad mexicana buscó homogeneizarse eliminando supuestos atavismos indígenas que parecían entorpecer el desarrollo del país. Paradójicamente, la especificidad cultural de los pueblos nativos que había sido reconocida durante la Colonia se volvió un sinónimo de miseria en este nuevo contexto socio-político. El término indio
, despojado de sus referentes culturales, adquirió matices retrógradas afines.
En el ámbito académico, a la curiosidad y al exotismo que caracterizaron el primer acercamiento a los pueblos originarios, sucedió un interés más objetivo, científico, que condujo al rescate de muchos documentos valiosísimos, dejando sin embargo un abismo entre el indígena prehispánico o indio muerto
al que se podía reivindicar cómodamente mediante imágenes o nociones fosilizadas, y el indio vivo, objeto de estudios etnográficos serios pero… que estorbaba.
Es en este contexto social y académico que se sitúa la obra de Miguel León-Portilla, una obra inicialmente orientada hacia el pasado prehispánico que rescata y revaloriza paradigmas atemporales del pensamiento indígena. Conocer su historia es, como en el sicoanálisis, trabajar en su propia emancipación
, escribió el filósofo francés Luc Ferry. Como historiador, filósofo y filólogo, Miguel León-Portilla dio a conocer una cultura indígena prehispánica que había escogido una manera de ser en la tierra, una vida cuyos paradigmas culturales revelaba una grandeza de espíritu y una opción existencial válida. Ponía a los indígenas contemporáneos en posesión
de un pasado del que habían sido despojados, del cual podían estar orgullosos y que constituía, en muchos aspectos, los fundamentos de lo que podría ser su existencia hoy día. Este conocimiento de sí mismo propiciaba su emancipación cultural.
Sin menospreciar las aportaciones de numerosos investigadores mexicanos y extranjeros, quienes realizaron trabajos valiosos, podemos afirmar que la obra de León-Portilla representa un parteaguas en la historia de los estudios mesoamericanos. Se pasó de unos estudios eruditos, objetivos, pero que reducían la otredad del indígena, en el marco de los valores predominantes en el contexto cultural del investigador, a una aproximación humanista, la cual, sin dejar de ser históricamente objetiva, permitía una visión empática de la cultura de los vencidos
, vencidos quienes, de alguna manera, fueron también vencedores, ya que su lengua y su cultura se han mantenido vigentes hasta nuestros días.
El indigenismo de Miguel León-Portilla es un indigenismo militante, activo. Considera al hombre nativo de México, provisto de los atributos culturales de su razón de ser, desde los tiempos precolombinos hasta nuestros días. Pugna para que la dignidad deje de ser un concepto vago, abstracto e ideológicamente manipulable y se concrete en derechos constitucionales; para que la piedad y la conmiseración condescendientes que despierta, en el mejor de los casos, la condición de los indígenas, se convierta en un reconocimiento que enaltece.
Por otro lado, lo que define a la cultura mexicana, en gran parte, son las culturas indígenas vigentes. Sus aguas subterráneas, invisibles para muchos pero que nutren la raíz mestiza de México, permiten a nuestro país seguir floreciendo con esta diversidad que le es propia y que lo distingue de otras naciones.
En este contexto histórico, Miguel León-Portilla figura como un insurgente
, un humanista que se subleva en contra del olvido y de la inercia, con las armas culturales contundentes y a veces punzocortantes de sus libros, sus artículos en periódicos y revistas, o sus intervenciones ante diferentes instancias políticas de la nación; en favor de los indígenas y para bien de México.
Miguel León-Portilla también es un prócer que nos está dando patria. Ma cualli motlacatiliz iilhuiuh, temachtiani. ¡Feliz cumpleaños, maestro!
* Doctor en letras por la Universidad de París, discípulo de Miguel León-Portilla