or más de 20 años he pasado el otoño en París en tareas académicas y ello me ha permitido establecer un fructífero diálogo con colegas y amigos cuyo conocimiento e interés por México es indudable. De allí su molestia por el affaire Florence Cassez. Ellos se preocupan por lo que nos pasa, así como nosotros por la vida social y política de Francia. En nuestras conversaciones sale a relucir lo mismo la corrupción y la impunidad que rodea el actuar de muchos funcionarios que las fallas en la impartición de justicia. En este último campo el de Florence Cassez se volvió tema obligado los últimos años, pues buena parte de la opinión pública estima que el proceso por el que se condenó a la francesa por secuestro estuvo viciado de origen debido al montaje televisivo-propagandístico a cargo de Genaro García Luna, cuestionado e intocado secretario de Seguridad Pública. Y por las contradicciones en que cayeron algunos involucrados en el juicio.
Varios ejemplos de las fallas de la justicia mexicana han tenido espacio en los medios franceses. Como el de los campesinos ecologistas Rodolfo Montiel y Teodoro Cabrera. El de las indígenas Alberta Alcántara y Teresa González, presas varios años en Querétaro por secuestrar
a seis agentes de la temible Policía Federal. La persecución de que fue objeto la periodista Lydia Cacho por el ex gobernador de Puebla Mario Marín y sus compinches. La muerte de cientos de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Los 49 niños quemados en una guardería ABC en Hermosillo. Los 72 migrantes asesinados en Tamaulipas. La violación sexual por soldados de las indígenas Inés Fernández y Valentina Rosendo. El asesinato en Oaxaca de Jyri Jaakkola, activista finlandés que formaba parte de una caravana humanitaria. O las recomendaciones emitidas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que incumple el gobierno mexicano. Ahora la prensa y la gente de aquí y de allá se ocupan del documental Presunto culpable y del asesinato de otros tres integrantes de la familia Reyes Salazar, defensora de los derechos humanos en Chihuahua.
En Francia los escándalos también abundan. Como cuando el presidente Nicolas Sarkozy quiso imponer a su hijo al frente del ente económico más importante de París, o las complicidades con sanguinarios dictadores de África y Medio Oriente. O el de la dueña de L’Oreal, Lilliane Bettencourt, la mujer más rica de Francia, por financiar la campaña presidencial de Sarkozy y evadir impuestos. Le costó el cargo y el señalamiento social al ministro de Trabajo, cuya esposa trabajaba con Bettencourt. Uno reciente señala a la ministra de Asuntos Exteriores, Michelle Alliot-Marie, y su familia, en negocios con la camarilla del ex dictador de Túnez. También ella renunció, este domingo. Otro más, al ministro Patrick Ollier (novio de la canciller) por sus relaciones con el dictador libio. Pero como ocurre entre amigos, los temas se discuten con altura, sin que se cierren las puertas de nuestras casas. La amistad resiste las torpezas de los funcionarios en turno.
La desmesura del presidente Sarkozy de proponer dedicar el año de México en Francia a la señora Florence Cassez obligó a suspender la mayor parte de dicho programa, esperado con interés por la admiración que despierta en el país galo nuestras variadas expresiones culturales. Además, son de franceses muchos e importantes estudios sobre México y allá se han formado historiadores, ecologistas, médicos (como Ignacio Chávez), economistas, sociólogos y politólogos. El intercambio cultural y académico es permanente, fructífero, y en él han jugado importante papel embajadores que dejaron huella, como Jorge Castañeda, Carlos Fuentes o Jorge Carpizo. En el caso que ahora empaña las relaciones entre ambos países no podemos ocultar la pésima impartición de justicia en México y la torpeza con que se ha manejado el asunto Florence Cassez. Se extrañan los mejores días de la diplomacia de Francia y México .
Como afirman investigadores y creadores de los dos países, la cultura no debe utilizarse para revivir un patriotismo aldeano, o tapar los yerros de la burocracia. Tenemos una deuda permanente con la cultura francesa, más allá de los desencuentros ocasionales fruto de la arrogancia, la ineptitud y los mezquinos intereses electoreros.