l más agudo, por verdadero y revelador, de los análisis publicados sobre el estado de guerra que prevalece en México es el del subcomandante Marcos en La Jornada (16/2/11), redactado bajo la forma de un respetuoso reconocimiento a los valores intelectuales y morales de Luis Villoro, que confirma también la fuerza intelectual y moral del subcomandante insurgente. Honor a quien honor merece, que en este caso es por partida doble.
El eje de la reflexión de Marcos: la guerra, como siempre, es en primer lugar un asunto de negocios. Nos trae a la memoria, entre otros, Los negocios del señor Julio César, obra teatral de Bertolt Brecht. Con sus siniestros y a veces ridículos derivados: por ejemplo, las mentiras y disimulos inevitables, la abismal ilegitimidad, si todavía hiciera falta, en que se ha hundido Felipe Calderón. Negocios con la sangre de muchos mexicanos, de los cuales la inmensa mayoría de los 35 mil fallecidos no tienen que ver ni directa ni indirectamente con el crimen organizado
. ¿Por qué entonces esas decenas de miles de daños colaterales
?
Como bien dice Marcos, desde que fue concebida, esa guerra no tiene final y también está perdida. No habrá un vencedor mexicano en estas tierras (a diferencia del gobierno, el poder extranjero sí tiene un plan para reconstruir-reordenar el territorio), y el derrotado será el último rincón del agónico Estado Nacional en México: las relaciones sociales que, otorgando identidad común, son la base de una nación
. Orginándose entonces, también en voz del subcomandante, el más perverso y destructivo escenario: Aun antes del supuesto final, el tejido social estará roto por completo
.
Desarticulación profunda del tejido social de la nación mexicana, que es nuestro más poderoso patrimonio espiritual y cultural, empujándonos hacia una comunidad sin arraigo y sin solidaridad, conjunto de seres vivientes sin relaciones reales, sino apenas las efímeras del interés (el dinero) y de la violencia, (el enfrentamiento armado, la competencia por parcelas de un poder efímero). Pero que ha traído en prácticamente todos los niveles sociales una corrupción intolerable que es también la causa y el fin de la desarticulación social que vivimos.
Riqueza para el aparato militar (en un análisis estricto, con la información que le fue posible conseguir a Marcos), el aumento en flecha de los gastos en las diversas ramas del Ejército y de la seguridad del país (secretarías de Estado y procuradurías), eso sí, con diferencias abismales en los ingresos de los altos jefes y mendrugos sobrantes para las infanterías. Y riqueza también para quienes se sienten obligados a reponer
la destrucción de las armas, su obsolescencia, y a actualizar su tecnología.
Grupos reducidos de beneficiados. Pero digámoslo en una palabra: los señores del negocio de la guerra (de la nuestra y de otras que se libran en distintas partes del mundo) son, como ya se sabe, las grandes corporaciones del complejo industrial-militar de Estados Unidos, y sus miles de canales de distribución en todas partes del mundo, entre ellos y también entre nosotros.
Resulta por eso patético que de dientes afuera los funcionarios de alto nivel en México, empezando por Felipe Calderón, exijan
entre lloriqueos que se dejen de vender armas, incluso de alto calibre, a lo largo y ancho de la frontera con México. Nutriendo al mismo tiempo esos señores de la guerra
a tirios y troyanos: al Ejército Mexicano y a los cárteles de la droga. Pertrechos de todo tipo: propias del Ejército, a unos y otros, y eso sin la más remota posibilidad de que el negocio
se interrumpa y suspenda.
¿O por una petición del país del sur, que también tiene involucradas en el negocio a sus más altas esferas de gobierno y poder, recibiendo igualmente desorbitadas ganancias, se interrumpirá esa fuente de riqueza multibillonaria? Porque ahora todo indica, aun cuando la historia sea ya vieja, que el tráfico y la venta de armas sin control es un negocio tan redituable o más que el de las drogas mismas. ¿Unos gánsteres contra otros? Al menos mafias y cárteles que se complementan en su avidez incontenible de ganancia, y que por ningún motivo están dispuestos a suspender la catarata de riqueza que les llega.
Solamente que en el caso mexicano ha surgido ya el intervencionismo (que para muchos estaría al borde la invasión), como han sugerido funcionarios estadunidenses en declaraciones varias. Una de las últimas, del subsecretario de Defensa, Joseph Westphal, no podía ser más reveladora: “tales organizaciones criminales son ‘una forma de insurgencia’ que puede intentar tomar el gobierno de México, justo en nuestra frontera, por lo que Washington debe estar preparado para actuar en caso de que eso ocurra”. A pesar de que el militar se retractó al día siguiente, es más que evidente su coincidencia con otras declaraciones semejantes de altos funcionarios de ese país. Tal es al menos una de las visiones estadunidenses sobre México hoy. La cuestión se advirtió repetidamente al suscribirse la Iniciativa Mérida, tan parecida en sus causas y efectos al Plan Colombia.
Pero, como dicen el subcomandante Marcos y Luis Villoro, el principal valor de México, el de su comunidad y continuidad cultural, está perdiéndose a pasos agigantados: la ruptura incontenible de nuestro tejido social. Los negocios (las armas y las drogas) se han puesto por encima de la nación.