El cisne negro, la película
l director de cine Darren Aronofsky, basado en la partitura original de Piotr Ilich Chaikovsky, se lanzó con todo en esta versión cinematográfica del drama balletístico más famoso de los últimos 200 años, penetrando a fondo no sólo el oscuro mundo de la danza, sino los más profundos matices sicológicos de Nina, la heroína interpretada por la estupenda Natalie Portman, quien no sólo tuvo que abordar la dura experiencia académica del ballet, sino desarrollar en estupenda actuación el proceso interno de su quebranto sicológico, terrible mal esquizofrénico que confronta en los roles de Odette y Odile, la dualidad del bien y el mal planteados en la historia del ballet y que ella lleva hasta el fin en su propia tragedia.
La película ofrece abundantes puntos de interés, pues muestra la pasión enajenante del fanatismo por la perfección en una atmosfera llena de intrigas y envidias, donde la danza se convierte en la bruja maléfica que encanta y fascina, pero substrae el alma, el pensamiento y toda la energía de la vida una vez que penetras el misterio del ego sublimado, el punto sin reparos, donde la danza, arte exquisito, lo reclama absolutamente todo.
Aronofsky no se ahorra las secuencias de sexo en plena explosión una vez despertado en una avalancha arrolladora tan apasionante e incontenible como el prodigio de bailar, señalando la provocación intencional del coreógrafo y director de la gran compañía de ballet, tema que no es difícil disimular en los entretelones de la danza; el autoritarismo irresponsable y en no pocas ocasiones la ausencia total de generosidad en la voracidad incontenible por la permanencia del poder ante las desarmadas legiones de jóvenes bailarines.
El ballet original, creado en 1877 por el coreógrafo Julius Reisinger y el propio Chaikovsky en el teatro Bolshoi de Moscú, apenas llamó la atención y fue considerado un fracaso. Sin embargo, revivido en l895 por Marius Petipa y Lev Ivanov, usando la música de Chaikovsky, pocos meses antes de su muerte, logró un éxito rotundo con la bailarina italiana Pierina Legnani interpretando a Odette y Odile, y Paul Gerdt como el príncipe Sigfrido, quienes retoman la antigua versión de la dualidad del cisne embrujado. A lo largo del tiempo, esta propuesta ha tenido diversas versiones, como el que una bailarina intreprete a Odette y otra a Odile, el cisne negro, las cuales personifican el bien y el mal en lucha por el amor puro.
El final también ha vivido diversos tratamientos: en uno, Odette, poseída por el malvado mago Rothbart, es arrancada de los brazos y de la felicidad del príncipe y trasladada a los abismos del lago. En otro, Odette, cuando siente que Sigfrido ha roto su promesa de amor eterno para ofrecérsela a la sensual Odile, el cisne negro, se arroja a las turbulentas aguas del lago seguida por Sigfrido, preso de la desesperación tras descubrir la burla de que ha sido objeto por el mago y la falsa princesa. Una tercera versión es el triunfo del amor, donde Sigfrido vence a Rothbart y le arranca a Odette, quien junto a sus doncellas recupera la forma humana y el derecho a la felicidad.
La película se enfoca intensamente en el drama sicológico de Nina y logra por arte de la edición, muy buena por cierto, una versión sui géneris de la obra donde no aparece príncipe alguno, y el rol del director-coreógrafo (Vincent Cassel), podría significar el del hechicero que desea para sí, para la danza, a la joven bailarina que ha tenido la oportunidad de interpretar el cisne negro.
Natalie Portman, hábilmente dirigida, evoca posiciones y braceos aceptables, es decir, no tienen el acabado de una profesional, pero se salva, pues los cortes son rapidísimos y muy bien empalmados, amén de que sin duda esta bella criatura creció con las bases del ballet, lo que la ayuda inmensamente y nunca se abandonan, contando también con un bello rostro de bailarina y una espléndida actuación.
Evidentemente toman parte en la compañía verdaderos bailarines y se sugiere que se trata del New York City Ballet, pues los espacios, las barras, la clase y los ensayos están perfectamente bien logrados.
No hay que perder de vista que El lago de los cisnes es un clásico del repertorio mundial y vigente de la danza clásica. La obra es la fusión perfecta de la impecable composición académica y la estructura coreográfica de la poesía lunar (ballet blanco), del romanticismo tardío, de claridad formal y de inquietante simbolismo sicológico, un virtuosismo deslumbrante y de gran intensidad expresiva en su marcada densidad dramática interior. En la obra, así como en Giselle, el convencionalismo romántico representa la palabra de honor, de amor y matrimonio eterno, cuya fractura causa las tragedias de las doncellas engañadas, llevando a la tumba y a la tristeza eterna a los caballeros .
Sin embargo, ya para mediados del siglo XIX, los poetas Shelley y Byron, así como otros artistas, ya habían sembrado la semilla de la libertad en el amor y en la búsqueda de la verdadera escencia de su ser, sus deseos y placeres, lo que les valió el escándalo y la condena entre otros como los poetas malditos.
Darren Aronofsky, en su Cisne negro, de alguna forma escarba en las pasiones del arte. Realiza una intersante versión de indudable pasión por la danza, el sexo y el amor verdadero en el siglo XXI, de modo que si usted es aficionado a la danza no se la pierda; encontrará nuevos puntos de referencia y posibilidades.
Qué decir de El lago de los cisnes, de Matt Ek, donde absolutamente todos los cisnes de la obra son varones, no hay ni una mujer en esta celebrada versión contemporánea.